El sonido familiar de una alarma resonó en su cabeza, taladrando sus tímpanos como campanas de iglesia. Al segundo siguiente, su mano salió disparada directo a su móvil para aplazar la alarma, dejando la habitación en calma. Pero entonces, en un coro errático de sonidos incoherentes, todas las alarmas empezaron a sonar mezcladas, haciendo que el joven de cabello negro abriera sus párpados con un ligero tic en el ojo. Se levantó de un salto y apagó su teléfono para omitir todo el tedioso proceso, lo que le hizo soltar un suspiro de alivio. El familiar sentimiento de tranquilidad lo invadió nuevamente, deseando volver al dulce abrazo de sus sábanas. Sin embargo, para su desgracia, la figura alta que fácilmente medía más de dos metros, parada frente a él, lo miró con sus tres ojos dorados llenos de reproche. Ante esto, el joven solo rodó sus propios ojos con fastidio.
—Por el amor al mate con torta frita, salte del camino, quiero dormir. Apenas son las nueve de la mañana… —intentó negociar sin éxito.
La figura alta lo observaba como una estatua inamovible, una rutina que se repetía una y otra vez desde que tenía uso de memoria. Con resignación, el joven pareció dirigirse lentamente al armario para buscar algo más decente que ponerse, pero, sin previo aviso, corrió desde un costado de la cama y se lanzó sobre la superficie en busca de cobijo. Para su mala suerte, la textura familiar de las manos huesudas lo agarró del torso como si fuera una muñeca de trapo, devolviéndolo a la realidad. Fue alzado y observado con cierta gracia por la figura.
—¡Jódete, tres ojos! No me rendiré, y menos en vacaciones. Tengo todo el próximo año para soportar estupideces tuyas y de los profesores como para que te pongas delicadito ahora.
Intentó forcejear, pero fue en vano; solo logró que el agarre de la criatura se intensificara. Una serie de improperios y maldiciones fueron lanzados contra la figura, pero esta no se inmutó. Su expresión era tan vacía como el hecho de que no poseía rasgos, aparte de sus ojos. Y, aun así, parecía que esta escena se había vuelto una rutina para ambos. Con aparente tranquilidad, lo llevó hasta el baño como una muñeca de trapo y lo arrojó a la ducha sin cuidado, dejando un sonido sordo antes de proceder a abrir la canilla de agua fría. El chorro cayó sobre su cuerpo, arrancándole un gruñido.
—Zhevraak, lorkan xeii'tor vryna zah'ith morath xeii'thal.
La serie de sonidos ininteligibles que salió de la criatura, conocida también como "la cosa" (otro de los apodos del joven), no pareció hacerle gracia. Aunque no se inmutó, el agua fría ahora corría por su cabeza, refrescando su mente y eliminando el sueño. Lentamente, se levantó con la ropa completamente empapada, tomó un frasco de champú de la encimera y se lo lanzó con poca fuerza. El producto atravesó a la criatura y cayó al suelo, dejando un silencio helado entre ambos. Después de unos segundos, el joven rompió el hielo, inhalando profundamente antes de hablar con una mirada perezosa:
—¿Qué parte de "no entiendo qué poronga decís" no entendés, copia china de Slenderman?
La irritación silenciosa en sus palabras era palpable. Cerró la canilla, que chilló al girar el metal, y tomó la toalla más cercana. Sin embargo, no se percató de que también estaba mojada. Irónicamente, esto fue lo menos molesto de todo lo ocurrido hasta ese momento, así que decidió dejarlo pasar, colocándola alrededor de su cintura mientras alzaba la mirada con desdén y una expresión desafiante.
—Mirá, yo no te agrado, vos no me agradás, pero si seguimos haciendo ruido y mi vieja se despierta, va a haber lío. Y ambos sabemos que, aunque ella no pueda verte, lo último que quiero es que me encierre en mi propia casa. Así que comportate por hoy, ¿bien?
Su expresión parecía más tranquila, aunque seguía molesto a simple vista. Por su parte, la criatura rodó sus ojos… o al menos lo que sería su versión de rodarlos, para luego darle paso al chico, quien aprovechó gustoso.
—¿Podrías darme algo de, ya sabes, privacidad? —mencionó, observando de reojo a la figura.
Esta entrecerró sus tres ojos con sospecha antes de cerrar la puerta lentamente, señalando sus propios ojos y luego los del joven. Este último solo atinó a mirarlo con una cara que decía a leguas: "¿Acaso no confiás en mí?". La criatura negó con la cabeza y cerró la puerta del todo.
—Ah, paz y tranquilidad… —pensó mientras se hacía un cambio rápido a algo más cómodo. Unos shorts y un buzo simple ayudaban con ello.
Terminó de cambiarse y caminó hasta su mesa de luz, donde encontró una nota de papel doblada. La tomó con interés y la leyó rápidamente en voz alta:
"La comida está dentro del freezer con nailon film. No hagas ninguna boludez, Juanete, te conozco."
Lo último le sacó una ligera risa antes de arrugar el papel y tirarlo al cesto del cuarto. En ese mismo instante, la puerta del baño se abrió, dejando ver a la abominación de tres ojos parada con los brazos cruzados y una mirada juzgadora.
—Hey, hey, no haré nada, lo prome…
Antes de terminar la frase, saltó hacia atrás directo a su cama, quedando parado sobre ella con una sonrisa triunfante. Sin embargo, la expresión de la criatura no parecía molesta; incluso podría decirse que, si tuviera boca, estaría sonriendo.
—¿Pues y a ti qué mosquito te picó? —mencionó, alzando una ceja, extrañado por su comportamiento.
Fue entonces cuando escuchó otro sonido familiar que lo dejó completamente pálido.
—¿QUIÉN FUE EL GIL QUE RAPÓ AL PERRO?