El aire helado azotaba mi rostro mientras subía la última escalera. Mis piernas temblaban, pero no era por el frío. Algo en el ambiente se sentía mal, como si el destino estuviera siendo manipulado.
Entonces, lo vi. Ahí estaba, de pie en la cima de la torre, con la luna llena iluminando su figura.
Ivaris Zalevsky. Su rostro estaba marcado por la edad, pero su mirada seguía igual de penetrante que cuando era un maestro. Esa mezcla de calma y amenaza hacía que se me erizara la piel.
("Ivaris"): — De verdad no esperaba esto... —dijo con una sonrisa tranquila, aunque parecía llena de intenciones ocultas—.
Creo que fue obra del destino que nuestras historias convergieran aquí, Juske.
Mis manos temblaban al ver su rostro. No podía creerlo. Me tomo por sorpresa pensé que había muerto, y ahora estaba frente a mí, como si nada hubiera pasado.
("Juske"): —¿Por qué? —grité, mi voz cargada de rabia y confusión—. ¿Por qué hiciste esto?
("Juske"): —Quiero que me expliques eso... Ivaris... todo esto.
Él suspiró, como si mi reacción fuera un detalle insignificante.
("Ivaris"):—¿Explicar? No, Juske. Esto no es no necesariamente necesita "Una explicación".
— Esto es la perfección del destino. El mundo, tal como es, está roto. Yo solo estoy haciendo lo necesario para arreglarlo... y eso, mi joven chico, requiere sacrificios.
Mi cuerpo se tensó de ira. No podía soportar escucharlo. Antes de que pudiera atacar, levantó su pincel con un movimiento fluido, y de la punta brotaron cadenas brillantes que se lanzaron hacia mí.
("Juske"): — ¡No! —grité, intentando esquivarlas, pero era inútil. Las cadenas se enredaron alrededor de mi cuerpo, inmovilizándome.
("Ivaris"): —Quédate quieto. No querrás perderte lo que está por ocurrir.
Tomó la pintura de los Trazos del Destino y la levantó hacia la luna llena, que parecía brillar más intensamente. Comenzó a recitar un hechizo en un idioma que no reconocía, cada palabra resonando como un golpe en mi pecho.
("Juske"): —¡Maldito! ¿Qué estás haciendo? ¡No te lo permitiré! —grité, luchando contra las cadenas con todas mis fuerzas, pero era inútil.
Pero hubo otra cosa que me dejó palpitando el corazón con fuerza... fue la sombra de Ivaris frente a mí... se veía imponente.
Su pincel fijamente jugueteando con el , mientras que la luz de la luna lo alumbraba... todo a su perspectiva estaba inmensamente superior a los demás.
Mientras tanto, escuché un gemido detrás de mí. Era Isha, despertando. Sus ojos estaban llenos de terror cuando se dio cuenta de que estaba atada a una silla, con la cabeza descubierta y mirando directamente a su padre.
("Isha"):—¿Papá...? —su voz temblaba—. ¿Qué... qué está pasando?
El corazón se me hundió al ver su expresión.
Ella no entendía nada, y no podía hacer nada para protegerla.
Por otro lado, Mika y Farid habían terminado su batalla contra la mujer encapuchada.
Mika estaba de pie, pero apenas. Sus heridas eran graves, y su respiración era pesada.
("Farid"): —¿Estás bien? —preguntó, sosteniéndola para que no cayera.
Mika asintió débilmente, pero de repente ambos notaron algo extraño.
Los monstruos de pintura que habían estado atacándolos desaparecieron, como si nunca hubieran existido. Entonces, pequeñas líneas brillantes comenzaron a aparecer en el aire, como hilos suspendidos en el vacío.
("Mika"):—¿Qué está pasando? —preguntó, con un tono de preocupación.
Farid miró sus manos, y sus ojos se abrieron de par en par cuando vio que un hilo brillaba desde las puntas de sus dedos.
("Farid"):—No lo sé... pero esto no puede ser algo bueno.
Mika miró su propio cuerpo y vio lo mismo. Su rostro palideció al comprender que algo estaba siendo arrancado de ellos.
("Mika"):—¿Nuestros... destinos?
Sus piernas se debilitaron y cayó en los brazos de Farid, inconsciente.
De vuelta en la cima de la torre, reuní todas mis fuerzas.
No iba a dejar que este hombre destruyera todo lo que me importaba. Sentí el poder carmesí de la máscara arder dentro de mí, y con un grito de furia, logré romper las cadenas que me ataban.
("Juske"):—¡No te lo permitiré, Ivaris!
Con un movimiento rápido, invoqué mi katana, que brillaba con el mismo poder carmesí. Scarlett, quien también había estado atrapada, recuperó su movilidad gracias al poder de la máscara. Juntos, nos lanzamos hacia Ivaris, dispuestos a detenerlo.
("Scarlett"):— ¡Vamos a acabar con esto!
Lanzó bolas de fuego, mientras yo atacaba con ráfagas de energía carmesí. Pero Ivaris no parecía preocupado.
Con un movimiento de su pincel, las acciones desaparecían antes de impactarlo, como si nunca hubieran ocurrido.
("Juske"):—¿Qué... qué está pasando?
(Ivaris):—Cambio las acciones de tu destino... Es inútil.
Mientras decía esto, señaló hacia la luna, que comenzaba a desmoronarse en hilos brillantes. Era como si el universo entero estuviera siendo deshecho.
("Ivaris"):—El destino de este mundo está escrito, Juske. Y yo soy el único con el poder de reescribirlo.
Sus palabras eran como una sentencia. Podía sentir que el equilibrio del mundo pendía de un hilo, y ese hilo estaba en sus manos. Pero no iba a rendirme, no mientras pudiera luchar.
Era como si los confines del mundo se hubieran rendido ante el pincel de Ivaris Zalevsky. En cada rincón del planeta, hilos luminosos comenzaban a emerger, arrancados de todo ser vivo.
Desde las bestias más grandes hasta las criaturas más pequeñas, desde los ancianos hasta los recién nacidos, ninguno escapaba a la obra de aquel maestro de la destrucción.
En el reino de Hyren, una noche apacible envolvía las calles.
Bajo un cielo estrellado, un grupo de niños jugaba con una pelota en una plaza. La risa inocente llenaba el aire, mientras las luces cálidas de las casas iluminaban sus rostros alegres.
("Niño 1"):—¡Atrápala, rápido! —dijo riendo mientras lanzaba la pelota.
("Niño 2"):—¡Ja! Siempre fallas, no puedes conmigo.
Pero de repente, la calma se rompió. Un hilo brillante, etéreo y ondulante, comenzó a emerger del cuerpo del segundo niño, moviéndose como una serpiente en el aire.
("Niño 1"):—¿Qué... qué es eso? —preguntó con los ojos abiertos de par en par, señalando el hilo que salía de su amigo.
("Niño 2"):—No lo sé... ¡Espera, tú también lo tienes! —dijo, señalando a su amigo con nerviosismo.
Los niños dejaron de jugar, mirando cómo los hilos destellaban en la noche. La plaza pronto se llenó de gritos y murmullos. En los rincones más lejanos del mundo, lo mismo ocurría: aldeas, ciudades y desiertos.
Todos los seres vivos, conectados por sus destinos, veían cómo sus hilos eran arrancados y arrastrados hacia un único punto, hacia la torre de Lyrenis.
En la cima de la torre, Ivaris Zalevsky observaba su obra con una expresión de triunfo. Rodeado por un torbellino de hilos infinitos que convergían en su cuerpo, el maestro de los trazos se sumía en un éxtasis absoluto.
("Ivaris"):—El destino... de cada ser... de cada cosa... incluso de un grano de arena o una diminuta hormiga. Todo, todo puedo sentirlo dentro de mí.
Sus palabras resonaban con una mezcla de admiración y locura. Sus ojos brillaban con un destello insano mientras extendía su mano, sintiendo la vibración de los hilos que ahora le pertenecían.
A unos metros, Scarlett, la Oni, miró sus propios hilos con una mezcla de desconcierto y furia.
("Scarlett"):—Esto... esto no puede estar pasando. ¡Yo también estoy siendo afectada!
A su lado, Isha, la hija de Ivaris, observaba horrorizada cómo los hilos de su destino también eran arrancados. Se volvió hacia su padre, gritando con desesperación.
("Isha"):—¡Padre, por favor, detente! ¡Esto no está bien!
Ivaris, sin apartar la mirada de los hilos, respondió con un tono frío pero cargado de falsa compasión.
("Ivaris"):—Isha, no te preocupes. Tú también encontrarás la verdadera felicidad. Solo... deja tus destinos en mis manos.
Antes de que Isha pudiera replicar, Scarlett, llena de furia, desenvainó su katana y cargó contra Ivaris, lanzando tajos de fuego hacia él.
("Scarlett"):—¡Cállate de una vez!
Ivaris se giró lentamente, con una sonrisa de burla en el rostro.
("Ivaris"):—¿Eso otra vez? —dijo mientras esquivaba los ataques con un simple movimiento de su pincel—. ¿Acaso no tienes otro tipo de ataque, Oni?
Con un movimiento rápido, apuntó su dedo hacia Scarlett. Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que su cuerpo fuera envuelto por un aura oscura y regresara al lugar donde había comenzado.
Ivaris levantó su pincel una vez más y trazó una serie de líneas en el aire, invocando cadenas mágicas que se abalanzaron sobre Scarlett, atándola con fuerza. Su maná comenzó a drenarse rápidamente mientras luchaba inútilmente contra las ataduras.
("Scarlett"): — M...mi maná... esta siendo drenado.
("Ivaris"):—¿Ves? —dijo con una sonrisa cruel—. Te estás olvidando de algo, Scarlett. Yo tengo el control absoluto sobre cada acción que intentes contra mí.
En ese momento, Juske, furioso, golpeó el suelo con una patada que hizo temblar toda la torre. Las paredes crujieron, y la estructura entera parecía a punto de colapsar.
("Juske"):—¡Basta ya!
Ivaris, flotando en el aire, observó la escena con calma. Con un simple gesto de su pincel, revirtió el temblor, restaurando la torre como si nada hubiera ocurrido.
("Ivaris"):—Qué interesante...
De pronto, Ivaris se fijó en Juske, su mirada afilándose. Algo no estaba bien.
("Ivaris"):—Espera... —murmuró, frunciendo el ceño—. Tu cuerpo. No veo ningún hilo de tu destino saliendo de él. ¿Qué está pasando?
Juske bajó la mirada hacia sí mismo, sorprendido.
("Juske"):—No puede ser...
Los ojos de Ivaris se llenaron de fascinación y enojo al mismo tiempo.
La Máscara Carmesí, que colgaba de la boca de Juske, comenzó a brillar, pasando de su característico color rojizo a un blanco destellante.
("Ivaris"):—Eso... eso no puede estar pasando...
Con un rugido de frustración, Ivaris levantó su pincel y comenzó a recitar un hechizo. Trazos del Destino cobraron vida, dirigiéndose hacia Juske en un intento de manipularlo.
Pero, antes de que pudieran tocarlo, la máscara activó una barrera luminosa que repelió el ataque con facilidad.
("Ivaris"): —Esa máscara... —dijo con una sonrisa retorcida, aunque sus ojos ardían de furia—. Así que eso es lo que te ha estado protegiendo todo este tiempo. Y yo que pensaba que la llevabas de adorno...
Ivaris Zalevsky alzó su mano con un gesto frío y decisivo.
En un solo instante, todo el mundo comenzó a desmoronarse. Los hilos del destino, invisibles para cualquier ser ordinario, emergieron de las personas como filamentos brillantes arrancados de sus almas. Cada hilo trazaba el pasado, el presente y el futuro de cada vida… y ahora estaban siendo deshechos sin piedad.
("Scarlett"): —¡Juske!
Giré bruscamente al escuchar su voz, apenas procesando el caos que me rodeaba. Scarlett corría hacia mí, pero algo andaba terriblemente mal.
Los hilos dorados atravesaban su cuerpo, deslizándose de su piel como serpientes luminosas. Podía ver cómo su forma comenzaba a desvanecerse, como si la realidad misma la estuviera borrando.
("Scarlett"): —Juske… por favor… ¡Ayuda! ¡Ayúdanos!
Sus piernas flaquearon justo antes de llegar a mí. La sujeté antes de que cayera por completo, abrazándola con desesperación.
("Juske"): —No… no, Scarlett… aguanta…
Pero ya no quedaba nada que pudiera hacer. Los hilos seguían arrancándola de este mundo. Scarlett temblaba en mis brazos mientras su cuerpo se desmaterializaba, dejando solo su ropa cayendo al suelo, vacía, como una cáscara olvidada.
Mis manos quedaron vacías.
El aire se volvió pesado; el ruido de los gritos perforaba mis oídos.
Mis ojos, incapaces de soportar más, se oscurecieron por completo. Ya no podía ver nada excepto sombras y caos.
Volteé buscando a Isha.
Ella también había desaparecido. Todo lo que quedaba de su existencia eran hilos dispersándose en el aire, como cenizas llevadas por el viento.
("Juske"): —¡NO!
El grito desgarró mi garganta.
Desde lo alto, Ivaris Zalevsky flotaba con una sonrisa macabra en su rostro, sus ojos llenos de una locura inhumana.
Sin pensar, con el cuerpo consumido por la rabia, salté hacia él, aferrando su túnica dorada con ambas manos.
("Juske"): —¡Esto es tu culpa!
Ambos caímos desde lo alto de la torre mientras el mundo seguía deshaciéndose en una tormenta de hilos brillantes.
("Ivaris"): —¿Lo ves, Juske? Esos gritos que escuchas… son solo inevitabilidades. Cosas que tenían que pasar. Todo estaba escrito.
("Juske"): —¡CÁLLATE!
La rabia quemaba en mi pecho. Mi voz se volvió salvaje, casi irreconocible.
Los gritos no cesaban, resonando desde todos los rincones del mundo.
("Ivaris"): —El origen de la historia, los destinos, las posibilidades, la creación…
Su voz reverberaba en el aire como un eco infernal.
("Ivaris"): —Todo eso tuvo un inicio, Juske. Por eso lo llamamos historia… por eso existe el universo. Pero toda historia necesita un fin para renacer.
Mientras caíamos, el universo mismo comenzó a desenredarse. Los edificios, el cielo, la tierra… todo desapareció, convertido en una maraña de hilos brillantes que se deshacían rápidamente, como una tela vieja desgarrada por el tiempo.
("Juske"): —¿Qué está pasando?
Ivaris me sostuvo con una mano antes de lanzarme una brutal patada en el rostro.
El impacto me lanzó entre los hilos, cayendo en el vacío absoluto.
No quedaba nada. Ni arriba ni abajo. Solo hilos infinitos que se deshacían, dejando tras de sí un abismo de inexistencia.
("Juske"): —¡No puede ser!
Los hilos avanzaban a una velocidad imposible, mostrándome planetas, galaxias y soles que retrocedían y se reiniciaban, una y otra vez, en un ciclo interminable de creación y destrucción.
("Ivaris"): —¡Esto es lo que siempre quiseeeee!
Su voz resonaba con una risa histérica, como si estuviera celebrando el fin de toda realidad.
("Juske"): —¡NOOOOO!
Mi grito se perdió en el infinito mientras el universo se deshacía ante mis ojos.
CONTINUARÁ