En medio de la fría noche iluminada por una pálida luna llena, un hombre corría desesperado por el bosque. En sus brazos llevaba a un bebé envuelto en una manta raída. Su respiración era entrecortada, y su rostro, marcado por cicatrices de incontables batallas, reflejaba una mezcla de determinación y desesperación. Detrás de él, los ecos de pasos resonaban entre los árboles: hombres poderosos, los Doulos de élite del continente, lo perseguían sin tregua.
—No puedo permitir que te capturen, pequeño. Tú eres la última esperanza... —susurró, mirando al bebé que dormía ajeno al peligro que lo rodeaba.
Finalmente, el hombre llegó a un pequeño pueblo. Sus calles de piedra estaban desiertas, y las luces de las casas parpadeaban, apenas luchando contra la oscuridad. Se detuvo frente a una humilde cabaña, donde una pareja joven, con una niña pequeña en brazos, lo miraba con asombro desde la puerta.
—Por favor, cuiden de este niño —dijo con voz temblorosa mientras entregaba al bebé a la mujer, quien lo tomó con cuidado.
—¿Quién es? ¿Por qué lo traes aquí? —preguntó el hombre de la casa, claramente desconcertado.
—No hay tiempo para explicaciones. Su nombre será Tang. Tang Wu. Cuídenlo como si fuera suyo —respondió el extraño mientras lanzaba miradas nerviosas hacia el bosque.
La mujer asintió, aunque las preguntas se acumulaban en su mente. Antes de que pudieran decir algo más, el hombre desapareció en la penumbra.
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Durante una semana, el extraño se ocultó en los alrededores del pueblo, siempre un paso adelante de sus perseguidores. Pero el octavo día, los Doulos lo encontraron. Tres figuras emergieron de entre los árboles: un hombre con un espíritu de lobo proyectado a su espalda, otro con un león dorado, y el tercero, con un par de alas resplandecientes.
—Devuélvenos al niño. Sabes que no puedes escapar de nosotros —gruñó el líder, su voz cargada de autoridad.
El hombre soltó una carcajada amarga. —¿Devolverlo? Ya está lejos de su alcance. Ahora, si quieren atraparme, tendrán que pagar un precio.
En ese instante, activó su espíritu marcial. Un martillo dorado apareció en su mano, rodeado de un aura eléctrica. En el mango del martillo, la imagen de un dragón dorado parecía cobrar vida, rugiendo en desafío.
La batalla comenzó. El hombre, aunque superado en número, luchó con una ferocidad inhumana. Con cada golpe de su martillo, los árboles caían, y el suelo temblaba. Los Doulos, aunque poderosos, no estaban preparados para la intensidad de su ataque. Uno a uno, los hombres caían: el primero, con el espíritu del lobo, fue derribado por un impacto directo; el segundo, el portador del león dorado, sucumbió a una serie de golpes precisos. Sólo el hombre de las alas doradas logró sobrevivir, aunque gravemente herido.
—Esto no ha terminado... —murmuró el perseguidor antes de desaparecer en la oscuridad.
El extraño, agotado y herido, se apoyó en un árbol. —Tang Wu... que tu destino sea diferente al mío —susurró antes de perderse nuevamente en el bosque.
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Mientras tanto, en la pequeña cabaña, Tang Wu crecía junto a su hermana adoptiva, Xiao Lan. Aunque sólo tenía cinco años, ya mostraba una inteligencia y madurez inusuales, algo que desconcertaba a sus padres adoptivos.
En su interior, Tang Wu albergaba un secreto. Había reencarnado en este mundo, y aunque su vida anterior era un lejano recuerdo, conocía bien el continente Dalu y las reglas que lo gobernaban. Sabía que los espíritus marciales eran el camino hacia la grandeza, y soñaba con despertar el suyo para convertirse en un poderoso maestro.
—Hermana, algún día seré el más fuerte del continente —le dijo a Xiao Lan mientras jugaban en el campo.
—¿Más fuerte que los Doulos? —preguntó la niña con inocencia.
—Más fuerte que ellos. Más fuerte que cualquiera —respondió Tang Wu con determinación.
Sus padres adoptivos lo observaban desde la distancia, incapaces de comprender la ambición que ardía en los ojos de su hijo. Aunque desconocían su verdadero origen, sabían que Tang Wu estaba destinado a algo grande.
Y así, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Tang Wu miraba al cielo, lleno de sueños y de una convicción inquebrantable. Sabía que el día de despertar su espíritu marcial sería el comienzo de su verdadera historia, pero aún faltaba un año para que eso sucediera. Mientras tanto, se preparaba para enfrentarse al destino que lo esperaba.