Soy Eón, un viajero eterno, un observador de mundos y eras. He visto el nacimiento de galaxias y la extinción de estrellas. Al principio, me fascinaba la vida que surgía entre el caos, pero con el tiempo entendí que todo lo que existe es pasajero. Civilizaciones enteras se levantan y caen como olas en un océano infinito. ¿Qué sentido tenía involucrarme, si al final todo desaparece?Por eso, siempre he mantenido mi distancia. Soy un testigo, no un actor, un espectador que observa la rueda de la existencia girar y girar, sin detenerse. Pero hay noches en las que incluso yo, un ser inmortal, no puedo escapar de los ecos de la mortalidad. Una de esas noches me atrapó un sueño.En ese sueño, me encontraba en un planeta azul llamado Tierra, en un pequeño y peculiar pueblo humano. Las casas estaban conectadas por puentes diminutos que se alzaban sobre canales oscuros. La noche había cubierto el lugar con un velo sombrío, pero el aire estaba impregnado de algo que no podía ignorar: una tristeza profunda y desgarradora.Mientras caminaba por uno de esos puentes, un sonido rompió el silencio: el llanto de una niña. Era un llanto quebrado, desesperado, que parecía cargar el peso de un mundo. Busqué la fuente hasta que, bajo el puente, la vi.Era pequeña, de cabello corto y amarillo como un rayo de sol atrapado en la penumbra, y piel blanca que brillaba débilmente bajo la tenue luz. Se aferraba a un peluche con tal fuerza que parecía temer que el mundo se lo arrebatara."¿Por qué estás aquí?", pregunté, sabiendo que jamás debía haber intervenido.Ella levantó la mirada, y sus ojos, inundados de lágrimas, contenían un dolor tan puro que me estremeció. "Es mi culpa", dijo. "Hice que mis padres pelearan. Soy una carga para ellos... No quiero volver a casa. No quiero ser castigada."Las palabras me atravesaron como un filo. No eran diferentes a los lamentos que he escuchado durante milenios, pero algo en su fragilidad me quebró. Su dolor era tan pequeño y, sin embargo, tan absoluto.Entonces, el agua comenzó a murmurar con fuerza. La niña dejó de estar allí antes de que pudiera darme cuenta. Su peluche flotaba en la corriente, y mi mirada siguió su recorrido hasta que vi la figura de la niña siendo arrastrada por el canal. Su pequeño cuerpo desapareció en la oscuridad, y con ella, el eco de su voz.Desperté con lágrimas en los ojos, algo que no debería ser posible para alguien como yo. He presenciado tragedias más grandes, horrores que harían tambalear a los mismos dioses, pero ese sueño me atrapó.¿Por qué esa niña en particular? ¿Por qué ese momento?Fue entonces cuando lo entendí. A pesar de mi distancia, a pesar de mi neutralidad, esa niña me había mostrado algo que había olvidado: la belleza trágica de la mortalidad. Su dolor, su lucha, su fragilidad, todo eso encapsulaba lo que hace que la existencia sea única.Su vida, como todas, era pasajera, pero en esa brevedad había una intensidad que yo nunca podría experimentar. Esa intensidad, ese fuego que arde brillante justo antes de apagarse, me recordó que hay cosas que trascienden el tiempo.Aunque todo es pasajero, no significa que carezca de significado. Esa niña, con su pequeño mundo lleno de caos y esperanza rota, había dejado una marca en mí. No podía salvarla. Ni en el sueño, ni en la realidad. Pero su memoria permanecerá conmigo para siempre.Y así, sigo viajando, con el peso de ese sueño como un recordatorio de que incluso lo eterno puede ser tocado por lo efímero.