La sala estaba tenuemente iluminada, sus esquinas sumidas en penumbra, mientras una gran mesa ocupaba el centro. Alrededor de ella, se encontraban oficiales de alto rango, vestidos impecablemente con uniformes negros adornados con medallas que relucían bajo las débiles luces. El murmullo de sus voces llenaba el ambiente, intercambiando preguntas en voz baja. Era inusual una reunión de tal magnitud; pocos recordaban la última vez que tantos oficiales de alto rango habían sido convocados en un solo lugar.
El sonido de las puertas automáticas interrumpió el murmullo. Una figura imponente cruzó el umbral. Era un hombre de cabellos blancos con destellos dorados, marcados por la edad, y un rostro surcado de cicatrices que hablaban de innumerables batallas.
Todos los presentes se pusieron de pie de inmediato, inclinando la cabeza con respeto mientras pronunciaban al unísono. —¡Buenos días, general Kido!
El general Kido devolvió el saludo con una leve inclinación de cabeza antes de dirigirse a su asiento en la cabecera de la mesa. Su andar era firme, autoritario. Apenas se sentó, la superficie de la mesa comenzó a brillar, proyectando un holograma que mostraba un mapa detallado del territorio. Dos puntos rojos parpadeaban, atrayendo de inmediato la atención de los presentes.
Kido levantó la vista y, con una voz profunda y autoritaria, habló. —Caballeros, muchos de ustedes se estarán preguntando por qué hemos sido convocados con tanta urgencia.
Hizo una pausa, dejando que su mirada recorriera la sala antes de continuar:
—Hoy me llegó un reporte que nunca habría querido leer. Como saben, han pasado más de diez mil años desde la guerra que nuestros antepasados libraron contra los demonios. En todo este tiempo, hemos disfrutado de paz... hasta el día de ayer.
Un silencio sepulcral invadió la sala por un breve instante antes de que los murmullos estallaran nuevamente. Los oficiales intercambiaban miradas de incredulidad y palabras apresuradas. Kido levantó una mano, pidiendo silencio, y el ruido cesó casi de inmediato.
—Ayer, a las 12 horas de la noche, dos de nuestras fortalezas más importantes fueron atacadas y tomadas por los demonios: el Fuerte Essentia y el Fuerte Vezt.
La noticia cayó como una piedra en un lago, causando una ola de pánico entre los presentes. Algunos oficiales intercambiaban miradas de incredulidad, mientras otros murmuraban teorías sobre un posible error en los informes. Pero Kido no les dio tiempo para divagar.
—Múltiples soldados fueron asesinados —continuó—, entre ellos el portador del Reiken del Águila, Jun.
Las reacciones fueron inmediatas: susurros ahogados, expresiones de horror y miradas de preocupación. No solo se trataba de la pérdida de un Reiken, sino de uno de los más poderosos del ejército. Kido golpeó la mesa con fuerza, devolviendo el orden a la sala.
—Jun no era un simple Reiken —prosiguió—. Era uno de los guerreros más poderosos que teníamos. Pero antes de caer en batalla, nos dejó un último mensaje.
El holograma cambió, mostrando un video de una grabación. En la imagen apareció un hombre cubierto de sangre y visiblemente exhausto. Su rostro estaba surcado por heridas profundas, y su respiración era pesada, entrecortada. La imagen era caótica, con el fondo lleno de cadáveres de soldados y escombros del fuerte que alguna vez defendió.
—¡Aquí el Reiken del Águila! ¡Solicito apoyo, repito, solicitamos apoyo! —su voz era desesperada, entre jadeos y gritos—. El Fuerte Essentia ha caído... ¡repito, ha caído! Múltiples Akumas han tomado el fuerte... ¡salieron de la nada!
El video mostraba a Jun girando la cámara mientras intentaba mantenerse de pie. Cada rincón del fuerte estaba destruido, y los cadáveres despedazados de soldados cubrían el suelo. De repente, una explosión resonó en el fondo, y la figura de un ser oscuro apareció entre el humo y las llamas.
Jun retrocedió, dejando caer el dispositivo que sostenía. La cámara captó cómo el extraño se acercaba lentamente, hasta que solo se veían sus pies. El Reiken del Águila, arrodillado y bañado en sudor y sangre, suplicó. —Por favor... no...
Se escuchó un grito ahogado, seguido por el sonido de un cuerpo siendo levantado. La cámara mostró los pies de Jun elevándose del suelo, y luego, sangre cayendo al suelo con un goteo constante. La figura oscura dejó caer el cuerpo inerte del Reiken del Águila frente a la cámara, se dio la vuelta y comenzó a retirarse mientras silbaba una melodía escalofriante.
Un silencio sepulcral invadió la sala. Ninguno de los oficiales pudo pronunciar palabra, atrapados por la imagen final que acababan de presenciar. Los ojos de todos estaban fijos en el general Kido, quien, con el rostro tenso, miró a cada uno de los presentes antes de romper el silencio:
—Esto... no es un error caballeros. Los demonios han regresado. Sé que es difícil de creer, caballeros, pero esta es la realidad. En estos diez mil años, esos malditos demonios han estado reproduciéndose y fortaleciendo su ejército y eso sin mencionar a los Akuma. Según los sobrevivientes que lograron escapar de los fuertes, el ataque fue liderado por un demonio que se identificó como uno de los Siete Ángeles de la Muerte.
Un silencio sepulcral llenó la sala, interrumpido solo por murmullos nerviosos. Los oficiales intercambiaban miradas incrédulas, incapaces de procesar lo que acababan de escuchar.
—¡Eso es imposible! —exclamó finalmente un oficial desde un rincón de la sala, rompiendo la tensión.
—Eso creíamos todos —replicó Kido, clavando su mirada en el hombre—. Sin embargo, alguien capaz de eliminar con tanta facilidad al Reiken del Águila no puede ser un enemigo ordinario. Estamos ante una amenaza real y debemos responder de inmediato.
El general se detuvo un momento, dejando que el peso de sus palabras calara en los presentes.
—Lamentablemente, no tenemos suficientes Reikens activos. La mayoría están en formación en las academias. —Su rostro se endureció—. Tendremos que convocar a los más jóvenes… aquellos que hayan alcanzado la mayoría de edad.
El anuncio provocó una oleada de reacciones en la sala. Uno de los oficiales, incapaz de contenerse, se puso de pie de golpe.
—¡Eso es una locura! —gritó, su rostro rojo por la furia—. Esos jóvenes no están listos. ¿Qué harán cuando se enfrenten a un Akuma? ¡Se congelarán de miedo y morirán!
El silencio volvió a caer, más pesado que antes. Kido, con la calma de un hombre acostumbrado a la presión, enfrentó al oficial con una mirada helada.
—¿Tienes una mejor idea, Mayor Geki? —preguntó, su voz fría como el acero.
El Mayor apretó los labios, bajando la mirada. La tensión en la sala era palpable.
—Eso pensé. —Kido escudriñó a los presentes con una mirada implacable—. No podemos permitirnos vacilar. Si no actuamos ahora, estaremos condenados.
Un aplauso repentino resonó en la sala, rompiendo la solemnidad. Todas las miradas se dirigieron hacia la puerta, donde un joven de cabello largo y desordenado había entrado, su actitud relajada contrastando con la gravedad del momento.
—Unas palabras muy conmovedoras, general —dijo con una sonrisa arrogante, avanzando hacia el centro de la sala—. Por poco me haces llorar.
Kido frunció el ceño.
—¿Y tú quién eres? —preguntó con visible irritación.
Un soldado cercano intervino rápidamente.
—Es el recién ascendido a teniente, señor. El teniente Kakashi.
Kido lo estudió con desdén, su voz cargada de sarcasmo.
—Con razón no te reconocí. —Dejó escapar un suspiro teatral—. Y parece que tampoco te enseñaron respeto a tus superiores.
Kakashi sonrió, una sonrisa confiada que rayaba en la insolencia.
—Mis disculpas, general. Pero no suelo respetar a hombres que se esconden en oficinas mientras los verdaderos héroes mueren en el campo de batalla.
El ambiente se tornó aún más tenso. Todos los oficiales observaron expectantes, anticipando el choque entre las dos figuras.
Kido mantuvo la calma, aunque sus ojos reflejaban una chispa de ira contenida.
—¿Y qué haces tú, entonces? —preguntó con voz cortante—. ¿Acaso tu no haces lo mismo?
Kakashi dio un paso al frente, dejando atrás su actitud juguetona.
—No, general —respondió Kakashi, mientras caminaba con aire confiado—. Yo, además de ser un teniente, soy un brillante científico. Y tengo algo que podría cambiar el rumbo de esta guerra.
El general arqueó una ceja intrigado.
—¿De qué estás hablando?
Kakashi ajustó su uniforme, proyectando una calma inquebrantable bajo la mirada expectante de los oficiales reunidos. Su sonrisa confiada se mantuvo mientras comenzaba a hablar.
—Como usted mencionó, general, el problema principal es la falta de Reikens activos. Pero si enviamos a los jóvenes que ya alcanzaron la mayoría de edad al campo de batalla, no durarán ni dos días. —Su tono serio contrastaba con su actitud inicial, captando de inmediato la atención de la sala—. Su educación hasta ahora ha sido casi completamente teórica, además nos hemos mal acostumbrado a considerar a los Reikens como prodigios, que no necesitan de entrenamiento para llegar a la cima del poder, ya que como todos sabemos un Reiken es mas poderoso que un humano ordinario.
Los oficiales intercambiaron miradas nerviosas. Aunque algunos intentaban disimular su incomodidad, todos sabían que Kakashi tenía razón.
Kakashi avanzó lentamente hacia la mesa principal, extrayendo un sobre de su bolsillo. Con un movimiento ágil, dejó caer un conjunto de documentos frente a los presentes.
—Mi propuesta es simple: establecer un internado militar. Hizo una pausa deliberada, dejando que sus palabras resonaran en el aire antes de continuar—. Pero no cualquier internado. Será un programa intensivo diseñado no solo para los Reikens, sino también para humanos comunes, con el objetivo de llevar sus habilidades al límite. ¿Se imaginan soldados ordinarios capaces de dominar la energía elemental con precisión? ¿Y qué sucederá cuando esos soldados sean elegidos por un Reiken? —Sonrió con un brillo en los ojos—. Serán invencibles.
Un murmullo se propagó entre los oficiales. Algunos hojeaban los documentos con incredulidad, mientras otros parecían incapaces de apartar la vista del joven teniente.
El Mayor Geki se levantó de golpe, su rostro rojo de indignación.
—¡Esto es una locura! —exclamó, golpeando la mesa con el puño—. ¿Cómo planeas lograr algo así? ¡Convertir humanos comunes en guerreros de élite en tan poco tiempo es imposible!
Kakashi se giró hacia él, sin perder la compostura.
—Esa información es confidencial, Mayor Geki. —Hizo una leve inclinación de cabeza, manteniendo su tono calmado pero firme—. Solo puedo decir que no necesito adolescentes. Necesito niños.
El impacto de esas palabras cayó como un rayo en la sala.
—¿Niños? —repitió Geki, incrédulo, su voz teñida de horror—. ¿Quieres convertir a simples niños en soldados?
—Exactamente. —Kakashi dejó escapar las palabras como si fueran obvias—. Necesito niños de entre 6 y 8 años. Son más receptivos, más moldeables, y su capacidad para adaptarse y aprender supera con creces la de los adultos. Si los entrenamos ahora, en su etapa más formativa, podremos convertirlos en la mejor arma que la humanidad haya conocido.
Un silencio espeso llenó la sala. Los oficiales intercambiaron miradas de desconcierto y rechazo. La idea de usar niños en una guerra de tal magnitud era difícil de aceptar, incluso en una situación desesperada.
Geki apretó los dientes, intentando controlar su furia.
—¿Y cómo planeas encontrar a estos "candidatos"? —respondió con su voz cargada de escepticismo.
—Buscaremos en las escuelas, orfanatos e incluso en las zonas más marginadas —explicó Kakashi, su tono impasible—. Aquellos que demuestren tener habilidades excepcionales serán reclutados y entrenados. No serán simples soldados. Serán lo que esta guerra necesita: el futuro de nuestra especie.
El general Kido, que hasta entonces había observado en silencio, finalmente habló.
—Es un plan ambicioso, Kakashi. —Su tono era neutral, pero su mirada reflejaba el peso de la decisión que debía tomar—. Y también extremadamente peligroso. Los niños no son armas, teniente.
Kakashi mantuvo la mirada, su sonrisa desapareciendo mientras su tono adquiría un matiz sombrío.
—No serán solo armas, general. Serán nuestra salvación. —Sus ojos brillaban con una mezcla de ambición y determinación. —Y no se equivoque, general. Esta guerra no se ganará con ideas tradicionales. Se ganará con sacrificios, y cuanto antes aceptemos esa realidad, antes podremos preparar a nuestras fuerzas para enfrentar lo que viene.
La sala volvió a sumirse en un silencio inquietante. Los oficiales sabían que estaban ante una encrucijada moral.
Kido finalmente suspiró, cruzando las manos sobre la mesa.
—Lo pensaré. —Su tono era firme, aunque su rostro reflejaba la duda—. Pero entiende esto, Kakashi, si seguimos adelante con tu plan, toda la responsabilidad recaerá sobre ti. Su bienestar, su entrenamiento... todo estará bajo tu cargo.
Kakashi inclinó la cabeza en señal de respeto, una sonrisa segura reapareciendo en su rostro.
—Entendido, general. No lo decepcionaré.
Mientras Kakashi salía de la sala, el murmullo entre los oficiales comenzó a crecer. Kido permaneció inmóvil, mirando los documentos frente a él. Sabía que aceptar esta propuesta significaba cruzar una línea peligrosa. Pero también sabía que, con los demonios avanzando cada día más, tal vez no tenían otra opción.
El reloj seguía corriendo, y la humanidad se encontraba, una vez más, al borde del abismo.