La cabeza me retumba, era un dolor punzante e insoportable, como si la misma tierra me estuviera aplastando por dentro. Intenté cerrar los ojos para poder ordenar mis pensamientos, pero simplemente no podía. El aire seco de este lugar es asfixiante, y al abrir los ojos, mi vista se enfoca con dificultad en tres cosas: el suelo de madera sucia bajo mis manos, la lámpara tenue que parpadea y tres sombras a mi lado.
Primero miro a la derecha, luego a la izquierda. No conozco a esos tipos. Ni a uno solo. No es que tenga amigos, pero, en este nuevo infierno, debería haber algo familiar. En lugar de eso, solo hay dos cuerpos extraños.
Uno de ellos, con la piel oscura y llena de cicatrices por quemaduras, intenta incorporarse. No habla mi idioma, o al menos no lo habla bien. Lo noto en su tono y su esfuerzo por articular palabras que suenan duras, incompletas, como si tuviera que pensar más de lo normal para que le entendieran.
— ¿Qué...? — se esfuerza, pero el portugués, mezcla de sudor y agotamiento, hace que su voz se pierda.
El otro, el argentino, mira la situación con cara de poca paciencia, como si nada de esto fuera real. En su pecho, el agujero se destaca: una herida profunda, pero parece que el dolor, al menos por ahora, no lo tumba. Frunce el ceño, mirando al ganadero como si ya estuviera preparando una excusa para que todo esto tuviera sentido.
— ¿Quiénes son estos... estos tipos? — Hablaba con un acento muy cerrado, su voz más firme que la del brasileño.
Yo, que ya no tengo claro cómo llegué hasta aquí, me obligo a mantener la calma. Los oigo balbucear entre ellos en un idioma que no sé si debo comprender, como si todo fuera un sueño. Pero sí entiendo lo que dicen entre sí. Aunque aquí me haya despertado a otra vida, esto no tiene sentido.
Entonces, alguien entra en la habitación. Un hombre robusto, que se ve mayor, de barba descuidada, y esos ojos que no se te olvida porque parecen haberse visto con la vida durante mucho más tiempo del que quisiera. Él está tranquilo, una extraña mezcla de preocupación y frialdad. Quizá porque no hace preguntas.
De inmediato me doy cuenta de que entiende lo que digo.
— You three, are you awake now? — La voz grave hace eco entre las paredes, como si ya hubiera enfrentado mucho en esta vida. El tipo se agacha para acercarse a los tres, algo compasivo, como si todo fuera rutina. Nosotros somos la interrupción de su día, claro. Sus ojos recorren nuestros cuerpos y por un momento duda. Después me mira a mí, tal vez por la mirada o lo que ha captado de mí.
—¿Dónde...? ¿Qué lugar es este? — Pregunta el brasileño, pero parece hablar para sí mismo más que para el resto. El acento portugués sale torpe y la desesperación en su tono lo hace claro: no entiende lo que pasa.
El hombre observa al brasileño y luego, sin inmutarse, se dirige a mí. Aparentemente, entiende bien mi acento.
— You don't seem to be from around here. — Una leve sonrisa cruzó su rostro, como si ya lo estuviera esperando. El acento extranjero de él también tiene algo de raro, algo distinto, pero más manejable que el de mis compañeros. Era inglés, pero algo forjado por la ruralidad de este lugar, como si nunca hubiera cruzado caminos con la ciudad.
Yo lo miro, confundido, antes de mirar a los otros. Aún estamos demasiado aturdidos para pensar en cómo sobrevivimos a lo inexplicable, pero su voz firme y tranquila me obliga a volver a pensar en lo que estamos haciendo aquí.
—¿Quién... quién eres tú? — Mi voz rasposa muestra que aún no me recupero del todo. Las cicatrices en mi rostro, el agujero en el pecho del argentino, y el brasileño que parece un pedazo de carne quemada... No puedo creer lo que nos ha pasado.
El tipo, algo más relajado, se cruzó de brazos y observó cómo nos devolvían las miradas. Uno de nosotros estaba sangrando todavía (el argentino), el otro parecía algo fuera de sí (el brasileño). Pero yo solo tenía preguntas, y probablemente las respuestas no venían a mí tan fácilmente.
—My name's Oliver, and you three aren't the first. — Hace una pausa antes de continuar, todo mientras que sus manos seguían firmes sobre su cinturón. — I'm guessing you got no idea what hit you, huh?
Los tres nos miramos en silencio, de esas miradas que confirmaban que todos estábamos en el mismo barco. La incomodidad en el aire se vuelve densa, no hay palabras para lo que realmente queremos saber. Y si hay algo claro es que ninguno de nosotros está listo para entender la respuesta que nos ha ofrecido. La sensación de dolor no me deja respirar tranquilo, por cada movimiento que intento hacer me recuerda, de una forma u otra, que este cuerpo que aun no entiendo, este mundo que ni siquiera reconozco, me siguen atrapando.
El argentino, entre el esfuerzo de intentar levantarse, suelta un suspiro casi inaudible. Se apoya en la cama de madera como si fuese su único punto de apoyo. Cada uno de nosotros parece estar demasiado cansado para dar un paso más. Nadie habla, solo el crujir de la madera y el sonido de la lámpara de aceite que parpadea débilmente, nos recuerda que aún estamos en alguna parte, aunque fuera de todo lo conocido.
El brasileño, con las quemaduras recorriéndole la piel y su costumbre a la dureza de la vida, está intentando encontrar alguna postura menos incómoda. Pero no puede, su cuerpo tiembla como si la caída de quince metros aún lo estuviera haciendo sangrar por dentro. Su voz resuena por fin, entrecortada y sin fuerza.
— No... no puedo más — Susurra, mirando el techo, su respiración descontrolada.
Levantó los ojos un momento y miró hacia el hombre que se encontraba observando todo en silencio. Oliver, el tipo que nos había encontrado y aparentemente nos estaba cuidando, ahora parecía estar considerando nuestra situación.
Oliver daba pasos lentos, controlados, como si tuviese más de cuarenta años, quizá hasta cincuenta, esos años de experiencia que te hacen entender que en el campo no puedes apresurarte, que todo llega a su debido tiempo. Su aspecto era el de alguien que había aprendido la vida a golpes, que había visto pasar generaciones, y el desgaste de esa vida estaba reflejado en las líneas que corrían por su rostro, una dureza en su mirada que no se conseguía con el paso del tiempo. Sin embargo, el tono en su voz estaba impregnado de una calma extraña para quienes no teníamos claro si estábamos muertos o soñando.
— Miren, es mejor que descansen. No pueden ir más lejos ahora mismo, al menos no hasta mañana — Dijo, con voz grave, mirando las reacciones de cada uno de nosotros. El tiempo parecía haberse detenido en su palabra, como si no importara más nada que recuperarnos primero. Bajó la mirada hacia nuestros cuerpos, claramente más heridos de lo que él había pensado.
Se acercó con pasos pesados hacia una esquina de la habitación y, después de unos minutos, salió de la misma sin decir palabra. Al regresar, traía lo que parecía ser ropa vieja, demasiado grande para nosotros. Era clara la razón de esa ropa: sus hijos, aquellos que probablemente se fueron con la misma indiferencia con que todo en este lugar se olvidaba. Desprendió algunas prendas de una silla vieja y se las ofreció a cada uno de nosotros. La tela parecía resistente, no era lujosa, pero cubría lo básico y era más cómoda que nuestras ropas rotas.
— Será lo mejor hasta que puedan moverse — Comentó de forma práctica, mientras comenzaba a ordenar las telas de manera meticulosa. Su actitud era simple y decidida, casi sin espacio para más explicaciones. No se preocupaba por el estado físico de cada uno. Sabía que estaba haciendo lo que se tenía que hacer en ese momento.
Yo observé mi ropa, completamente rasgada, la cual estaba empapada en sangre y sudor, después de lo que sentí que había sido una eternidad de golpes. Después de la caída, de esa bofetada de la muerte, de la irracionalidad de estar vivo, esto era lo único que quedaba: descansar para enfrentar el día siguiente.
— Nos.… nos quedaremos aquí, ¿verdad? — La voz del argentino, apenas sin capaz de elevarla más que sus propios jadeos, luchaba por ser simplemente entendible. Estaba claro que la debilidad le estaba abrumando cualquier atisbo de rebeldía. Probablemente, lo único que pensaba ahora era en dormir, aunque ese descanso no nos asegurara nada en este nuevo mundo. Casi me hacía sentir culpable, pero el dolor era demasiado, no quedaba opción.
Oliver asintió, no en acuerdo, sino en la certeza de que nosotros solo podíamos seguir un paso más a la vez.
— Por ahora, sí. Y si no están muertos, descansarán lo suficiente para que tengan fuerzas de decidir qué hacer con ustedes, ¿verdad?
La manera en que lo dijo me descolocó. No sabíamos nada de él. Podría ser un extraño cualquiera con buena voluntad o tal vez algo peor, pero no lo sabíamos aún.
Pero lo que sí sabíamos es que descansar era necesario. Ni los golpes ni las quemaduras se curan de un día para otro. Así que simplemente nos dejamos llevar. Cada uno tomó las ropas que Oliver había dejado para nosotros y, con poco ánimo, tratamos de cambiarnos lo mejor posible. El agujero en el pecho del argentino se reabrió un poco mientras se movía, pero no podía quedarse quieto; el dolor se reflejaba en cada gesto.
Poco a poco, las horas fueron pasando. El cansancio nos llevó a un profundo sueño, a un respiro que al menos por ahora, se sentía como una victoria. El ruido del viento fuera de la pequeña casa nos arrullaba mientras el silencio dentro solo lo rompían nuestras respiraciones dificultosas. Todo estaba en calma, pero eso no decía nada bueno sobre lo que vendría. Solo gracias a la única ventana de la habitación podía observar el cielo nocturno, como una negra manta estrellada.
El frío estaba ausente, quizás fuese por los moratones que cubrían todo su cuerpo. Ese tipo de calor constante que le recordaba lo que había pasado. Todo seguía doliendo, y más si trataba de respirar, pero algo en el fondo de mi cabeza me decía que mañana sería mucho peor. No sabía que le estaba esperando, solo tenía unas pocas cosas claras y era que estaba vivo... aunque quien sabe si eso es una bendición o una maldición.
El silencio nos cubría por completo mientras lograba aprovechar los descansos entre los dolorosos pinchazos para cerrar los ojos, con el último pensamiento antes de dejarme abrazar por Morfeo sobre cómo sería el día de mañana y con eso no pude aguantar más, me sumergí de golpe en un sueño incierto, una paz que no busqué, pero que por ahora era necesario si quería afrontar lo que vendrá.