- Agotados tras la intensa batalla, Elisa y Mitsuki conocieron a seres misteriosos que emergen de las sombras. Kuroi y Kureru, dos enigmáticos guerreros con habilidades sobrenaturales, revelan datos sobre la estela que mantiene vivos a las que poseen una, Mientras el tiempo se agota y las vidas están en juego, los hermanos enfrentan un dilema aún mayor próximamente -
La atmósfera seguía densa, cargada de incertidumbre. Elisa, con el cuerpo casi agotado, mantenía su mirada fija en la escena, aún sorprendida por el giro inesperado. La criatura, parecía igual de desconcertada, mirando unas sombras que se cernían sobre él. La sorpresa lo había paralizado.
De repente, una voz masculina resonó en el aire, rompiendo el silencio y la tensión:
— Diti... ¡Qué sorpresa!
La criatura se giró rápidamente, sus cuernos se agitaron nerviosamente. Una sensación de peligro inmediato llenó el aire. De las sombras emergieron dos figuras, figuras que incluso reconoció.
El primero era un hombre de cabello mediano y negro, ojos rojos que resplandecían en la oscuridad, vestido con una túnica blanca adornada con símbolos rojos. Parecía ser alguien con un poder palpable, casi etéreo.
El otro hombre, quien había hablado, era un soldado. Su rostro estaba completamente cubierto por una máscara, pero las marcas negras alrededor de sus ojos, donde no había pupilas, destacaban en la penumbra. Kuroi, el soldado, caminaba con una tranquilidad inquietante, una presencia intimidante que hacía que el aire se volviera más pesado. Ambos tenían la piel pálida, casi enfermiza, como si no pertenecieran a este mundo.
Elisa, que hasta ahora había permanecido en silencio, frunció el ceño ante la aparición. A pesar de no comprender completamente lo que sucedía, se agachó un poco y, con esfuerzo, siguió arrastrándose hacia el núcleo. Quería acabar con todo eso, liberar a Mitsuki y salir de ese lugar oscuro.
La criatura, Diti, miró con desesperación a los recién llegados, su cuerpo vibraba con una mezcla de miedo y furia.
— Kuroi... Kureru... no, por favor... ¡déjenme ir! — suplicó, su voz quebrada por el terror.
Kuroi, el soldado, avanzó un paso hacia él, el eco de sus palabras resonando en la sala.
— No tan rápido, Diti. — Su voz era fría, casi indiferente. — Si llegas a moverte un poco más, te haremos añicos.
Kureru, el hombre de la túnica, esbozó una sonrisa torcida mientras desenvainaba una espada de color blanco, que reflejaba una luz fantasmal en la oscuridad. Los ojos de Elisa se agrandaron al ver la espada, sabiendo que el enfrentamiento estaba por comenzar.
Diti, tembloroso, comenzó a suplicar, pero la calma en las palabras de Kuroi era casi aterradora.
— Vamos, Diti. Sabíamos que terminarías aquí. Ahora, solo te queda hacer lo que te dicen... — El tono de Kuroi fue el de alguien que ya lo había decidido todo.
Elisa, aunque aún confundida, se acercó al núcleo. Sintió una presión creciente en su pecho mientras luchaba contra el agotamiento. Mitsuki estaba allí, a un paso de sucumbir ante la maldición. No podía permitirlo.
Con su brazo aún dolorido, tocó el núcleo, sintiendo una energía extraña que atravesaba su piel. Miró hacia atrás solo un instante, y vio cómo los dos hombres se preparaban para hacerle frente a Diti.
Elisa sabía que el tiempo se agotaba.
Tocó el núcleo con fuerza, sintiendo cómo la energía oscura recorría su cuerpo. La sala tembló levemente, y un crujido resonó en el aire. Todos los ojos se dirigieron hacia el ataúd de Mitsuki, que estaba junto al núcleo.
De repente, la tapa del ataúd comenzó a levantarse con un sonido estridente, como si resistiera ser abierta. Una sombra oscura emergió de su interior, y los tentáculos que rodeaban el ataúd se retorcieron violentamente. La oscuridad parecía tomar forma, y la figura de Mitsuki apareció, debilitada, con el rostro pálido y sus ojos vacíos, como si estuviera muy enfermo.
Elisa, viendo su estado, no pudo evitar un gesto de desesperación. Mitsuki se tambaleó al salir del ataúd, su cuerpo débil, casi incapaz de sostenerse. Los tentáculos que antes lo habían envuelto se arrastraron por su cuerpo, pero no lo atacaron, como si la maldición lo estuviera consumiendo lentamente desde dentro.
Diti, al ver la figura de Mitsuki levantándose, sonrió con satisfacción, pero Elisa no le prestó atención. Estaba concentrada en la figura de su hermano.
— Mitsuki... — susurró Elisa, pero antes de que pudiera acercarse, la voz de Kuroi rompió el silencio.
Kuroi se adelantó con calma, mirando a Diti, su rostro impasible.
— Diti, si no quieres morir, sería mejor que te largues ahora mismo. — La amenaza en sus palabras era clara, y el tono de su voz no dejaba lugar a dudas.
Diti se quedó en silencio por un momento, sorprendido por la intervención de Kuroi. La tensión en el aire era palpable.
Elisa, aún mirando a Mitsuki, apretó los dientes. Sabía que él se salvó de milagro. Sin embargo, la preocupación por su hermano no la dejaba moverse.
Kureru, que había estado observando desde las sombras, se acercó lentamente a Diti. Su espada blanca relucía en la penumbra, pero sus ojos no mostraban emoción alguna.
— No deberían estar aquí ellos... — dijo Kureru, con una voz que no admitía discusión.
Diti, finalmente entendiendo la amenaza, dio un paso atrás, pero no sin antes lanzar una mirada de desafío a Kuroi y Kureru. Sabía que no podía enfrentarse a ambos, y con un último suspiro, se desvaneció en la oscuridad, dejando la sala en un tenso silencio.
Elisa, ahora completamente centrada en Mitsuki, avanzó lentamente hacia él. Sabía que debía actuar rápido, pero su corazón no dejaba de latir con fuerza al ver a su hermano tan frágil.
Kureru, con una expresión seria y tranquila, miró a Diti, quien aún se arrastraba por el suelo, intentando salir de la confrontación.
— Diti, vete ya. No quiero matar a un ex amigo mío... ni de Kuroi. — Su tono era firme, pero algo de lástima se asomaba en su voz.
Diti, con su diminuto cuerpo, arrastrándose por la oscuridad, miró a Kureru con furia. A regañadientes, se vio obligado a retroceder, pero antes de irse, no pudo evitar soltar una burla.
— Nos volveremos a encontrar algún día... y no será igual. — Diti dejó escapar una risa maliciosa mientras se sumergía en las sombras, desvaneciéndose.
Kureru observó el panorama por un momento, pero sin perder su calma, generó un pequeño cubo fantasmal en la palma de su mano. Lo dejó caer al suelo con un gesto despreocupado. El cubo rodó hasta chocar con el cuerpo de Diti.
Kuroi, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, no pudo evitar reírse, ahogando una carcajada. La escena de Diti siendo tocado por el cubo fue casi cómica. Diti, sintiéndose humillado, se levantó rápidamente, pero su furia se notaba en sus ojos.
— ¿Qué es esto? — Diti balbuceó, intentando apartarse de lo que parecía un objeto inofensivo.
De repente, el cubo comenzó a brillar y a temblar. Diti intentó alejarse, pero un poder invisible lo atrajo hacia el cubo con fuerza. El terror se reflejó en su rostro mientras su pequeño cuerpo era teletransportado a la mano de Kureru.
Kureru miró a Diti con una fría expresión y dijo sin emoción:
— Hubieras huido, Diti... Hasta nunca.
Con un movimiento de su mano, el cubo brilló aún más y, en un abrir y cerrar de ojos, la figura de Diti se desintegró en polvo negro. La sala quedó en silencio, con solo el eco de la desaparición de la criatura.
Kuroi no pudo contenerse, y se burló abiertamente de lo que había sucedido.
— Fue un cabezón hasta el final. — Kuroi se rió con desdén, mientras miraba el polvo que quedaba en el aire, como si fuera la última de las molestas moscas que finalmente había sido aplastada.
Kureru no respondió. Simplemente guardó el cubo y se dio vuelta, mirando a Elisa, quien aún luchaba por mantenerse consciente mientras se acercaba hacia Mitsuki.
Kureru, mirando a Elisa y Mitsuki con una expresión seria, les dijo:
— No deberían estar aquí.
Kuroi, cruzado de brazos y observando la escena, asintió con la cabeza, sin decir una palabra, pero claramente de acuerdo con lo que Kureru había dicho.
La mirada de Kuroi, sin pupilas, se desvió hacia el debilitado Mitsuki que apenas se acercaba a ellos. Una expresión de sorpresa cruzó su rostro cuando sus ojos se abrieron como platos.
Rápidamente, susurró algo al oído de Kureru.
— Es cierto... Son idénticos a Los Prodigios.
Kureru no respondió de inmediato, solo mantuvo su mirada fija en Mitsuki, pero un segundo después, la seriedad de la situación se disipó por un instante. Kuroi y Kureru se miraron el uno al otro, con una ligera sonrisa en sus rostros, como si estuvieran tramando algo.
— ¿Lo estás pensando, Kuroi? — Dijo Kureru, como si compartieran un mismo plan.
Kuroi no contestó con palabras, sino que, de un rápido movimiento, sacó un artefacto extraño del bolso de su atuendo ubicado en su pecho. Lo sostuvo con una mano y comenzó a soplar alrededor, liberando una especie de humo que comenzó a deshacer la oscuridad que envolvía el lugar.
El ambiente cambió al instante. La oscuridad se desvaneció, revelando lo que parecía ser una estación de metro abandonada. Los rieles oxidados, las paredes cubiertas de moho y el eco del lugar le daban un aire desolado a la escena.
Elisa, sin un brazo, apenas pudo sostenerse, pero aun así, abrazó a Mitsuki con fuerza. Mitsuki, sin poder moverse mucho, la miró con preocupación. El silencio entre ellos fue pesado, hasta que él finalmente rompió el silencio.
— Elisa... estás gravemente herida... ¿cómo pudiste... — Su voz tembló, una mezcla de preocupación y dolor.
Elisa, con un esfuerzo casi sobrehumano, sonrió débilmente, pero no pudo responder, las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, vencida por la fatiga.
Elisa, pálida y exhausta, cayó al suelo con un golpe seco. Mitsuki, inmediatamente preocupado, la observó con angustia, mientras los otros dos, Kuroi y Kureru, no mostraron ni una pizca de emoción en sus rostros.
Kureru se acercó lentamente, su mirada fija en Elisa. Con un gesto preciso, señaló la cabeza de la joven con sus dedos, el índice y el dedo del medio. El ambiente se volvía más tenso con cada segundo.
Mitsuki, apenas con fuerzas, le gritó a Kureru:
— ¿Qué carajos estás haciendo?
Kureru, sin apartar la mirada de Elisa, simplemente le respondió con calma:
— Aguarda.
Mitsuki frunció el ceño, claramente confundido y agitado. Sin embargo, Kureru no lo dejó en paz y continuó:
— ¿Qué raza son ustedes? humanos no son.
Mitsuki, aún jadeante, miró al extraño con desconfianza, pero le respondió:
— Somos Finalis, pero no entiendo a qué viene la pregunta.
Kureru, sin mostrar ninguna emoción, dejó caer una frase que hizo que el tiempo pareciera detenerse:
— Ok, le quedan dos horas de vida. Tienes tiempo de llevarla a urgencias.
Mitsuki se quedó en shock, su cuerpo tenso, y su corazón palpitando con más fuerza. Aunque no entendía cómo Kureru había llegado a esa conclusión, un atisbo de alivio lo invadió. Al menos, sabía que había algo que se podía hacer.
Pero la pregunta seguía rondando en su mente... ¿cómo sabía eso?
Kuroi, que había comenzado a desempolvar el área y a asegurar la zona, escuchó la pregunta de Mitsuki. Se detuvo un momento, mirando con atención antes de responder.
— Nosotros, los seres de los cinco mundos que portamos simbología, es decir, estela... cuando estamos por morir, no moriremos hasta que nuestra estela se apague. Es como nuestro segundo corazón. Sabes qué es una estela?
Mitsuki, aún en shock, asintió levemente, aliviado por la información.
— Sí, desde pequeño lo sé... es un alivio saber eso entonces.
Kureru, sin perder tiempo, se adelantó con una mirada fría y calculadora.
— Efectivamente. Pero... ¿qué hacían aquí?
Mitsuki, con el dolor de su cuerpo y la urgencia por salvar a Elisa, sintió el peso de la pregunta, pero antes de poder responder, la sensación de incertidumbre lo invadió.
Mitsuki, aún confundido pero tratando de mantener la calma, respondió a la pregunta de Kureru.
— Bueno... no sé por qué terminamos aquí, pero veníamos a hacer un trabajo.
Las miradas de Kuroi y Kureru se volvieron cómicamente iluminadas. Aunque físicamente seguían fríos e implacables, en sus mentes comenzaban a celebrar. Sus ojos se llenaron de pequeñas estrellas brillando con interés.
— Así que... ¿son los prodigios? —preguntó Kuroi, claramente intrigado.
Mitsuki, un poco confundido por la repentina emoción de ambos, le respondió en tono directo.
— Sí, lo somos.
Kuroi no pudo evitar mirarlo de arriba a abajo, con una ligera sonrisa que delataba su curiosidad a pesar que su boca estaba tapada.
— Te ves más alto en persona que en transmisión... ¿cuánto mides?
Mitsuki, ligeramente avergonzado y cansado por el agotamiento, suspiró y respondió con desgano.
— 1,90.
De repente, Mitsuki, con una expresión decidida pero agotada, cargó a Elisa sobre su espalda. Sus ojos reflejaban el cansancio y la urgencia mientras observaba a su hermana herida.
— Perdió un brazo... esto es grave... —murmuró, mientras caminaba con dificultad.
Kureru, al ver la situación, se acercó con calma y dijo:
— No te preocupes...
Mitsuki, furioso y agotado, se giró hacia él con una expresión incrédula.
— ¿Eres estúpido? ¿No la ves? —su tono era firme, pero se notaba su desesperación.
Kureru mantuvo su actitud serena y le respondió con tranquilidad:
— Ustedes son los discípulos de Allivy, la diosa de Elyria y guardiana de la tierra. ¿No les dijo nada sobre sus habilidades curativas?
Mitsuki se quedó en silencio por un momento, completamente sorprendido por lo que acababa de escuchar. Después, su rostro se tornó cómico por la incredulidad y, con rabia, le gritó:
— ¡No! ¡No nos dijo nada!
Kuroi, con impaciencia, pateó un escombro que estaba cerca, al no encontrar nada de valor por la zona. Su frustración era evidente.
— ¡No hay ni mierda de valor aquí!
Kureru lo miró por un momento y le dijo, sin mucho interés:
— No importa...
El silencio se alargó un poco hasta que Kuroi rompió con una pregunta dirigida a Mitsuki.
— Oye... te salvamos la vida a ti y a ella. ¿Qué tal si nos metes a los prodigios?
Mitsuki, al escuchar la propuesta, lo miró con una expresión cómica, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
Kuroi, sin inmutarse, insistió:
— ¿Qué? Me parece una buena recompensa.
Kureru, al escuchar la sugerencia de Kuroi, miró a Mitsuki con una ligera vergüenza. No dijo nada, pero su expresión dejaba claro que tenía en mente algo que iba a revelarle más tarde.
Mitsuki, con algo de agotamiento en su voz, les dijo:
— Primero vámonos de aquí... tampoco sobra el tiempo.
Kuroi y Kureru intercambiaron una mirada cómplice y, sin mediar más palabras, se sonrieron y se chocaron los puños como si un acuerdo no verbal hubiera sido sellado. Luego, sin perder tiempo, comenzaron a seguir a Mitsuki, quien llevaba a Elisa cargada en su espalda.
Salieron del metro, y al instante, se reveló un panorama inesperado. Ante ellos, un paisaje que contrastaba con la oscuridad del lugar anterior: unos árboles hermosos, cuyas hojas brillaban con tonalidades doradas y plateadas, iluminadas por la luz que comenzaba a filtrarse a través de las nubes. El aire era fresco, y el sonido de la naturaleza llenaba el espacio, como si el tiempo se hubiera detenido por un momento.
El grupo siguió avanzando allí, contemplando la belleza del paisaje, un respiro en medio del caos que los rodeaba.
Fin el Capítulo.