El aire fresco de la noche envolvía a Rem mientras abandonaba la habitación de Naegi para tomar un respiro. La celebración había sido intensa y el ambiente estaba cargado de una mezcla de alegría y tensión. Sin embargo, lo que más le preocupaba era Vincent. En el fondo, sabía que la inminente amenaza de los no muertos y el caos que reinaba en la capital Imperial estaban afectando a todos, y por eso se acercó a él.
Cuando vio a Vincent acercándose a la puerta, sintió un escalofrío recorrer su espalda. La expresión del emperador era sombría, casi amenazante. Se le notaba la carga de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. "¿Irás a verlo, Abel-san?" preguntó Rem, con la esperanza de que Vincent pudiera encontrar un momento de calma en medio de la tormenta.
Vincent no respondió de inmediato. Su mirada se perdió en la ventana, observando al grupo que se reunía en torno a Naegi. Este último había sido un faro de esperanza en medio de la desesperación, pero Vincent no podía permitir que la camaradería nublara su juicio. "No tengo tiempo para tonterías," finalmente contestó, su voz fría como el acero. "Espero que ya hayan terminado su reunión. En esta situación de emergencia, cada segundo es crucial."
La insistencia de Rem lo hirió. "¿Irás a verlo, Abel-san?" repitió, desafiando la distancia emocional que él había levantado. Era evidente que a pesar de su propia lucha interna, había algo más que lo mantenía alejado de Naegi, y no era simplemente la inminente amenaza de los no muertos.
Vincent frunció el ceño, irritado. "No soy Abel, soy Vincent Bolia," corrigió con un tono de voz que dejaba claro que no estaba dispuesto a aceptar ninguna confusión. "Ahora que esa cosa está despierta, debo enfrentarla." Se refería a Naegi, aunque Rem no podía ver a su amigo como un enemigo. "Él no es tu enemigo, Abel-san," insistió.
La mirada de Vincent se elevó, y por primera vez en esta conversación, hizo contacto visual con Rem. Los ojos de ella brillaban con una determinación poco común, un resplandor que Vincent no podía ignorar. "Soy Vincent Bakia. No habrá una tercera vez," respondió, su voz vibrante con una mezcla de frustración y desdén.
"Lo siento, no tengo recuerdos," replicó Rem, su tono ahora más firme. "Pero puedo decir con seguridad que él no es tu enemigo, Abel-san." La tensión en el aire era palpable, y Vincent sintió una punzada de incomodidad ante la firmeza de sus palabras.
La conversación se tornó tensa, una batalla de voluntades y recuerdos perdidos. "Escúchame bien, Rem. No vuelvas a hacerme perder el tiempo. Si no, la próxima vez te cortaré la cabeza," advirtió Vincent, antes de entrar en la habitación donde todos estaban reunidos.
La atmósfera se tornó instantáneamente más pesada. Naegi, que estaba en medio de sus pensamientos, sintió la llegada de Vincent y se preparó para lo que vendría. El emperador no era un personaje cualquiera; sus encuentros anteriores habían estado llenos de tensión y hostilidad, y Naegi no había olvidado las cicatrices que esos encuentros habían dejado.
"¿Qué me dirás ahora, Naegi? O debería llamarte 'Contempla Estrellas del Reino de Lugunica'." La burla en la voz de Vincent era evidente. Naegi sintió que algo dentro de él se encendía. Este era el mismo hombre que había llevado a otros a la desesperación, al mismo tiempo que él mismo había sido un prisionero de su propio destino.
"Es un honor que Vincent Bakia haya venido a visitarme," respondió Naegi, tratando de mantener la calma. "¿Podrías pelarme una manzana?" La pregunta era inofensiva, pero Vincent no lo vio así.
"No juegues conmigo. Ese no es mi trabajo. Además, no veo manzanas aquí." A pesar de su hostilidad, Naegi no pudo evitar señalar la canasta en la esquina de la habitación. "Sí hay algunas, en esa cesta."
Vincent, con desdén, tomó un cuchillo de la mesa y partió una de las manzanas. "Las manzanas no son rojas; son una fruta de color blanco," comentó, como si eso fuera un hecho universal. La conversación se tornó casi cómica, un contraste extraño en medio de la gravedad de la situación.
Naegi, recordando una conversación similar con Priscilla, no pudo evitar sonreír. "Supongo que hay cosas que tú tampoco sabes. Qué inesperado." Pero Vincent no encontró humor en la situación. "Eres un tonto," respondió, su voz llena de irritación.
Sin embargo, la tensión aumentó drásticamente cuando Vincent dirigió el cuchillo hacia Naegi. "¿Hasta qué punto has visto el futuro? ¿Cuánto se ha cumplido el cuadro que has pintado?" La hostilidad en su voz era inconfundible.
Naegi, sorprendido por la pregunta, intentó entender a qué se refería. "¿Realmente no estoy entendiendo nada? ¿Acaso piensas que estoy tramando algo?" Vincent lo miró con desdén. "¿Por qué me dejaste vivir a mí y no a Chiza?"
Las palabras resonaron en la habitación como un eco doloroso. Naegi sintió que las heridas del pasado volvían a abrirse. No había una respuesta fácil, y la tensión entre ambos hombres se intensificaba. "No soy Abel; soy Vincent Bolia," repitió el emperador, su voz resonando con un dolor contenida.
El silencio que siguió fue abrumador. Ambos hombres, heridos y llenos de rencor, se miraron a los ojos. Naegi sabía que la respuesta a la pregunta de Vincent no era sencilla, y menos aún en medio de la desesperación que los rodeaba. "Vincent...," comenzó a decir, pero no pudo continuar. La impotencia lo abrumaba.
Vincent dejó caer su mirada hacia el suelo, sintiéndose perdido en sus propios pensamientos. "He hecho planes incluso para después de mi muerte," confesó, y Naegi sintió que una nueva ola de desesperación lo invadía. "He dejado preparados varios planes para asegurar que, incluso tras mi fallecimiento, el Imperio de Bakia no caiga en la ruina."
La risa de Naegi fue casi involuntaria. "¿Por qué lo primero que haces es renunciar a tu propia vida? ¿No sería mejor seguir vivo y afrontarlo tú mismo?" La pregunta resonó en la habitación, y Vincent, en su dolor, parecía no tener una respuesta.
"Te estás tomando esto a la ligera," dijo Vincent, su voz temblando. "Todo lo que he hecho ha sido para cumplir con mi deber como emperador. Mientras esté en el trono, Vincent Polaka será asesinado, y después de mi muerte, el Gran Desastre intentará destruir el Imperio."
La revelación dejó a Naegi atónito. "¿El Gran Desastre? ¿Qué demonios es eso?" preguntó, sintiendo que la conversación se adentraba en un territorio desconocido. Vincent, con su mirada fija, explicó que el Gran Desastre era una calamidad inevitable.
Las palabras de Vincent fueron como un cuchillo afilado, desgarrando la ilusión de control que Naegi había tenido sobre su propia vida. "Ustedes, 'Contempla Estrellas', han predicho mi muerte y han declarado que no puede ser revocada. ¿Cómo se atreven?" La rabia de Vincent se desató, y las palabras resonaron en la habitación.
Naegi, sintiendo la presión, intentó defenderse. "No soy un 'Contempla Estrellas' ni nada parecido. Deja de engañarme." Pero Vincent continuó, su voz llena de dolor. "¿Ves cosas que aún no han sucedido?"
La revelación de Vincent lo dejó paralizado. La confusión y el dolor de ambos hombres se entrelazaban, y la tensión en el aire era palpable. "No soy un 'Contempla Estrellas', simplemente hago lo que creo que es correcto," replicó Naegi, su voz temblando.
Vincent, herido y confundido, finalmente bajó el cuchillo. "Toma a tu gente de Lugunica y vete de Bakia. El Imperio enfrentará el Gran Desastre. No es necesario que tú lo enfrentes." La decisión de Vincent resonó en la habitación, y Naegi sintió que el peso del mundo caía sobre sus hombros.
"¿Por qué? ¿Por qué no puedo quedarme y ayudar?" preguntó Naegi, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. Pero Vincent simplemente respondió: "Porque no puedes entender."
El emperador se dio la vuelta, y antes de salir, Naegi sintió que la desesperación lo consumía. "¡Espera!" gritó, pero Vincent ya se había marchado.
El silencio llenó la habitación, y Naegi se quedó solo con sus pensamientos, sintiendo que el destino de todos estaba a punto de cambiar. La lucha entre el deber y la amistad, entre la vida y la muerte, era un conflicto que aún no había terminado. Con un suspiro profundo, Naegi se dio cuenta de que las decisiones que había tomado hasta ahora habían sido solo el comienzo de una batalla mucho mayor.
Finalmente, el eco de su deseo de justicia y compasión resonó en su corazón. "¡Abel, aprieta los jodidos dientes!" gritó, y en un arrebato de furia, golpeó la mesa, deseando que las cosas pudieran ser diferentes. En ese instante, una chispa de esperanza se encendió en su interior, recordándole que, a pesar de las sombras que se cernían sobre ellos, siempre habría un camino hacia adelante.
Y así, con la determinación renovada, Naegi se preparó para enfrentar lo que vendría, dispuesto a luchar por todos, sin importar el costo. La frontera de los destinos se había establecido, y él estaba listo para cruzarla.
Después de que Naegi se enfrentó a Vincent, el emperador quedó atónito. La tensión en la habitación era palpable, un silencio abrumador que parecía encerrar no solo sus palabras, sino también sus almas. Naegi, agotado y sintiendo como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros, se dejó caer de espaldas contra la puerta. A pesar de su actitud desafiante, sabía que había algo más profundo en su lucha. Era el eco de sus propias inseguridades, de su incapacidad para entender por qué se había visto arrastrado a esos conflictos.
"¿Acaso no aprecias tu vida?", preguntó Vincent, su voz resonando con un aire de desprecio. Naegi se esforzó por levantarse, aunque su cuerpo clamaba por descanso. En su corazón, sabía que no era cierto que no le importara su vida; simplemente, en ese momento, golpear a Vincent era más importante que cualquier otra cosa.
"Eso no me importa", respondió Naegi, con una determinación que ocultaba una profunda fragilidad. "Para mí, darte un golpe ahora es más importante que mi propia vida". La verdad era que cada golpe que daba, cada palabra que lanzaba, era un intento de proteger a aquellos que le importaban, incluso a aquellos que no podía soportar. Esa contradicción lo atormentaba, pero era su forma de lidiar con el dolor.
Vincent, por su parte, parecía disfrutar del desafío. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y furia ante la resistencia de Naegi. "Es imposible entenderte. Ni siquiera tú comprendes realmente cuáles son tus motivos para actuar", dijo, con una mirada que penetraba hasta lo más profundo de su ser.
"Solo quiero proteger a la gente que aprecio", contestó Naegi, su voz temblando con una mezcla de rabia y vulnerabilidad. "A veces termino salvando incluso a los que odio. ¿Acaso eso es tan malo? Quiero salvar a aquellos que están frente a mí, sin importar sus circunstancias". La sinceridad de sus palabras hizo que Vincent se detuviera, aunque sólo por un instante.
Naegi continuó, alzando la voz y pisoteando el suelo con frustración. "Considero las cosas dentro de mi propio rango de visión. Llego tan lejos como puedo. Eso es lo que he estado haciendo hasta hoy. ¿Qué tiene eso de malo?", exigió, esperando una respuesta que sabía que no llegaría.
Vincent, en su arrogancia, replicó, "¿Por qué no te centras en el panorama general y actúas según tus emociones egoístas? ¿Por qué no usas correctamente la autoridad que se te ha otorgado?".
"Uso absolutamente todo lo que tengo. Estoy aquí porque le doy un buen uso", replicó Naegi, sintiendo cómo la rabia empezaba a burbujear en su interior. "La forma en que elijo usar mis emociones depende de mí. No te emociones, deja de hablar como un idiota".
La tensión se volvió palpable, y el aire se llenó de electricidad. Vincent, sintiéndose acorralado, intentó zafarse de la conversación, pero Naegi no estaba dispuesto a dejar que se escapara. "¿Qué es lo que quieres? ¿Cuál es tu objetivo?", preguntó Naegi, su voz resonando con una fuerza renovada.
Vincent, sorprendido por la intensidad de la pregunta, vaciló. "Quiero... quiero entender", murmuró, como si por primera vez se diera cuenta de lo que realmente anhelaba. La conversación se tornó introspectiva, y Naegi sintió que las palabras de Vincent eran un reflejo de sus propias dudas.
"¿Qué es lo que deseas?", repitió Naegi, su tono ahora más suave, casi compasivo. "Porque yo solo quiero golpearte. Eso es todo. Pero tú, ¿qué quieres realmente?". Fue un momento de vulnerabilidad, un reconocimiento de que ambos estaban perdidos en un mar de conflictos internos.
Vincent, atrapado entre el dolor de su pasado y la confusión de su presente, respondió: "Chiza era alguien a quien yo mismo formé. Era alguien que podía hacer lo mismo que yo, y hasta era superior a mí en términos de poder militar". Las palabras de Vincent estaban cargadas de tristeza, y Naegi sintió cómo el peso de esas revelaciones lo afectaba.
Naegi se dio cuenta de que Chiza había sido una figura crucial en la vida de Vincent, alguien que había sacrificado todo por el bien del imperio. La historia de Chiza y su sacrificio resonó en Naegi, quien también había tenido que lidiar con la pérdida y el dolor en su propia vida.
"¿Por qué no lo hiciste? ¿Por qué decidiste salvarme a mí y dejar morir a Chiza?", preguntó Vincent, la fragilidad de su voz quebrando el ambiente tenso que los envolvía. Naegi, sintiendo el profundo dolor de esa pregunta, se dio cuenta de que ambos estaban en un lugar similar, enfrentando decisiones dolorosas y sacrificios inimaginables.
"No soy un contemplador de estrellas", respondió Naegi, con una sinceridad que lo hizo sentir expuesto. "No puedo cambiar el destino, pero puedo elegir a quién quiero salvar. Y si tuviera el poder de elegir, te salvaría a ti antes que a alguien que no conozco. Eso es lo que haría". En ese momento, las palabras de Naegi resonaron profundamente en Vincent, quien se dio cuenta de que su vida, a pesar de todo, tenía un valor.
Vincent, por primera vez, se sintió vulnerable. "De verdad no eres un contemplador de estrellas", dijo, su voz apenas un susurro. "Y a pesar de eso, tú intentarías salvarme a cualquier costo". La revelación lo golpeó con la fuerza de una tormenta, y por un momento, la rabia y el orgullo se desvanecieron.
Naegi vio cómo las manos de Vincent, que antes estaban levantadas en un gesto desafiante, caían lentamente. La vulnerabilidad del emperador lo sorprendió y, sin darse cuenta, se sentaron uno al lado del otro, en un espacio que antes era un campo de batalla.
"Lo siento", murmuró Naegi, recordando sus propias luchas y los sacrificios que había hecho. Ambos estaban perdidos en sus propios mundos, pero en ese instante compartido, comenzaron a entenderse.
"Eso no significa que seamos amigos", dijo Vincent, su tono aún cargado de desconfianza.
"Y aún así, no se puede negar que estamos en el mismo bando ahora", respondió Naegi, con una sonrisa que iluminó su rostro. El desorden de la habitación reflejaba la confusión de sus emociones, pero había un nuevo entendimiento en el aire.
"¿Cuál es tu problema?", preguntó Vincent, intentando mantener su fachada de desdén.
"¿Y el tuyo?", replicó Naegi, desafiándolo a ver más allá de las apariencias. Ambos estaban en un dilema, atrapados entre sus deseos y sus responsabilidades.
"Es extraño", dijo Vincent, reflexionando sobre sus propias decisiones. "No te odio tanto como pensé que lo haría".
"Y yo tampoco te detesto tanto como creía", admitió Naegi. Las palabras fluyeron entre ellos como un hilo de conexión, un puente que parecía unir sus corazones desgastados.
En ese momento, Naegi recordó sus propias luchas, su deseo de salvar a otros, y el peso que llevaba sobre sus hombros. "Voy a seguir luchando contra el destino", prometió, sintiendo que esa declaración resonaba en su interior. "Préstame tu fuerza, Vincent. Necesito tu ayuda".
Vincent lo miró, sorprendido por la sinceridad de su oferta. "No te aprecio, pero necesito tu fuerza", dijo, reconociendo la necesidad de colaboración entre ellos.
De repente, la tensión se disipó, y Naegi se levantó, caminando hacia la cesta de frutas. Tomó una manzana, la partió en dos, y le lanzó una mitad a Vincent, como un símbolo de su nueva alianza. "Ayúdame a terminar de comer esta manzana", dijo, sonriendo de manera despreocupada.
Vincent, después de una breve vacilación, mordió la manzana. "Pido disculpas por mis groseros actos, caballero del reino", dijo, inclinando la cabeza con una sonrisa irónica.
"Y yo me disculpo por mis faltas de respeto, emperador del imperio", respondió Naegi, sintiendo que un nuevo capítulo comenzaba entre ellos. Habían pasado de ser enemigos a aliados, y aunque el camino por delante prometía ser difícil, había una luz en la oscuridad que antes parecía inalcanzable.
Así, con la promesa de una cooperación renovada, ambos se prepararon para enfrentar juntos el destino que los aguardaba, conscientes de que, a pesar de las dificultades, nunca estarían solos en su lucha.