Tony Stark, a sus diecisiete años, disfrutaba de su vida al máximo. En ese momento de su adolescencia, era bastante difícil imaginarlo como el chico roto que, tan solo tres años atrás, había perdido todo lo que alguna vez consideró su familia.

El auto rujío suavemente por la carretera mientras su mirada, segura y relajada, se centraba en el camino iluminado por la luna. Había venido de una fiesta que había organizado en el taller remodelado, donde sus amigos no paraban de reír al verlo realizar trucos de magia con las cartas metálicas que él mismo fabricaba. "¡El Gambito de la vida real!" lo habían apodado entre risas.

El aire nocturno acariciaba su rostro, Tony que apenas podía contener la sonrisa que iluminaba su expresión. Había pasado años lamentándose tras el vacío que dejó la muerte de sus padres, y aunque el dolor seguía presente como una sombra, pero ahora lo usaba como motivación para vivir con intensidad.

Había transformar su casa en un refugio creativo, lleno de herramientas para forjar armas, aprender trucos de magia y, por supuesto, sus icónicas cartas arrojadizas. Sus amigos decían que nunca sería más feliz que con un arma en las manos, y él lo aceptaba con una risa torpe, casi nerviosa, mientras acariciaba sus creaciones como si fueran joyas vivas.

El coche deportivo que conducía era uno de los pocos caprichos que Tony permitía que reflejaran su estatus. No era particularmente ostentoso en su vida diaria, pero cuando estaba al volante, le gustaba pensar que dominaba tanto la carretera como lo hacía con los escenarios en las convenciones de cosplay. Sin

embargo, esa noche, el destino tenía otros planes.

El accidente ocurrió en un parpadeo. Un camión apareció de la nada, invadiendo su carril con una brutalidad que ni siquiera Tony, con sus reflejos rápido, pudo evitar. Giró el volante con desesperación, tratando de controlar su vehículo mientras la realidad se fragmentaba en un torbellino de luces y sonidos. Su coche chocó contra la barrera de seguridad, y el impacto lo lanzó fuera de la carretera, cayendo por un acantilado que parecía no tener fin.

En esos breves instantes, su vida desfiló ante sus ojos. Recordó la sonrisa cálida de su madre mientras lo observaba jugar en el patio trasero; la voz profunda de su padre enseñándole cómo usar una llave inglesa en su primer proyecto juntos. Recordó también las interminables noches en su taller, perfeccionando sus cartas metálicas y lanzándolas con la precisión de un mago consumado. Incluso pudo ver las miradas cómplices de sus amigos mientras lo coronaban como el "pervertido de las armas".

Pero, sobre todo, recordó la última conversación que tuvo con sus padres antes de que murieran. "Tony, el mundo siempre será un lugar caótico", le había dicho su padre. "Lo importante es que encuentres tu manera de brillar en medio del desorden".

El destello de la explosión iluminó la noche como un sol fugaz, marcando el final de su historia, solando un último suspiro se resignó a su destino,

mientras la oscuridad lo reclamaba, Tony no sintió miedo. En cambio, una sonrisa leve apareció en su rostro. "Supongo que ahora no podré ser el Gambito de la vida real y aprender magia", pensó, mientras soltaba una leve risa justo antes de que todo se desvaneciera.