La noche estaba tan oscura que podías perderte en ella, como si el universo hubiera apagado todas las luces y te dejara solo, desnudo, atrapado en tus propios pensamientos. Jun Misugi caminaba por el parque, un tipo que había recibido más de una patada baja de la vida, pero que todavía seguía en pie.
(Los recuerdos lo aplastaban: victorias fugaces, derrotas que dolían como si fueran frescas. Pero sobre todo, esa maldita afección cardíaca.)
El viento se arrastraba como un susurro extraño, pero no era el viento. Era algo más, algo vivo. Un murmullo que parecía formar palabras.
Entonces, una voz cortó la quietud como un disparo en la noche.
"Jun Misugi..."
Se detuvo en seco, los músculos tensos como cuerdas de piano. Miró a su alrededor, buscando de dónde venía esa voz. Y ahí estaba: una figura etérea que emergía de las sombras, con ojos que brillaban como si contuvieran un secreto del infierno mismo.
"¿Quién eres?", preguntó, con la garganta seca.
"Alguien que puede darte lo que más deseas." La voz era suave, pero cargada de una promesa tan afilada como una navaja. "Puedo liberarte de tu afección cardíaca. Podrás jugar fútbol sin preocupaciones, enfrentarte a los mejores al máximo nivel."
(El escalofrío que recorrió su columna era tan real como el suelo bajo sus pies. La oferta... ¿era una trampa o un milagro?)
"Todo lo que tienes que hacer es aceptar", continuó la figura, su mano extendida brillando con una luz que no parecía de este mundo. "Tomarás el cuerpo de Ryosuke Kira, un jugador de fútbol. Podrás cumplir tus sueños. Es seguro, sin riesgos. Solo un juego, sin consecuencias reales; volveras eventualmente."
" ¿Tomar un cuerpo sin consecuencias?", Misugi soltó las palabras casi en un susurro, como si temiera que el aire mismo las atrapara.
La figura asintió lentamente, un gesto que parecía tanto invitación como sentencia.
"¿Aceptas?"
(Hubo un momento de duda. Pero la sombra constante de su condición, ese peso que lo ahogaba cada vez que ponía un pie en el campo, era demasiado. La promesa de libertad... de jugar sin restricciones...)
"Acepto", dijo finalmente, su voz apenas más fuerte que el susurro del viento.
Y entonces, todo cambió. La energía lo envolvió, retorciéndose a su alrededor como un torrente imparable. El tiempo se quebró, se detuvo, y luego explotó. Su cuerpo cambió, se deshizo, se reconstruyó en otro.
Cuando abrió los ojos, ya no era Jun Misugi. Ahora era Ryosuke Kira.
Se miró en el espejo, su reflejo devolviéndole una sonrisa que no era suya. Pero al hablar, algo lo golpeó como una descarga eléctrica.
"Esta voz... es como la de Genzo..."
…
Ahora como delantero, Kira lideraba al equipo Matsukaze Kokuo en el Torneo Prefectural de Saitama. Su habilidad y elegancia en el campo le habían otorgado el apodo de "Príncipe del Campo". Gracias a su liderazgo, el equipo había avanzado hasta la final.
"¡Por fin llegó el día!", rugió el entrenador, su voz cortando el aire como un latigazo.
En el vestuario, el ambiente estaba cargado. Solo un gol más para llegar al Nacional. Solo una victoria más.
"Hoy se tiene que ganar. ¡Es ahora o nunca!", gritó con una intensidad que rebotó en las paredes.
La charla previa al partido era como un sermón en una iglesia del caos.
"¡Aprovechen esta oportunidad! Si todos la aprovechamos juntos, no tendremos arrepentimientos. ¡Misugi, confiamos en ti! ¡Vamos, contigo liderando, somos imparables! ¡Eres la nueva alma de Matsukaze Kokuo!", proclamó con fervor casi religioso.
"¡¡¡SÍÍÍÍÍ!!!", el grito del equipo fue un rugido que reverberó como un trueno.
"¡SÍÍÍÍÍÍÍ!", incluso Misugi se unió, su voz tan fuerte como su determinación.
(Definitivamente quiero ganar...)
El oponente en la final era la Secundaria Ichinan, un equipo famoso por su organización impecable, casi militar.
(Voy a vencerlos. Iré al Nacional. Seré reclutado. No me quedaré solo en la J-League. Iré más allá... ¡Algún día representaré a Japón! ¡Algún día estaré en el Mundial que siempre soñé! ¡Lo ganaré! Y, sobre todo, me enfrentaré a los mejores.)
Misugi miró su puño cerrado, una especie de ritual silencioso.
(¿Mundial? Así que todavía... espero algo así.)
Ese sueño, enterrado pero nunca olvidado, seguía latiendo en su pecho. Desde el día en que enfrentó a Tsubasa Ozora, esa chispa había prendido fuego a su ambición. Tenía que ser mejor. No, podía serlo.
(...Si mi sueño se hiciera realidad, este partido seguramente sería el punto de inflexión.)
Mientras los minutos se acercaban al inicio, su corazón –ese nuevo corazón que lo había traído hasta aquí– latía como un tambor de guerra.
(...¡Entonces debo luchar como si mi vida dependiera de ello!)
Ese pensamiento ardía como fuego en el pecho de Misugi. Por primera vez en años, la voz de su ego gritó con fuerza, una voz que había estado enterrada bajo una montaña de dudas. Cerró el puño, sintiendo cómo su resolución se solidificaba como acero.
(He estado luchando durante demasiado tiempo. Este equipo puede hacer realidad mi sueño. Tengo que ser mejor, liderarlos. Ser su estrella, dar el salto. Por eso soy delantero. Me enfrentaré a los mejores del mundo. ¡Voy a ser un goleador!)
Y ahí, en ese instante de revelación, algo explotó dentro de él.
El estadio estaba al borde de la histeria. La tensión era tan densa que podías cortarla con un cuchillo. Matsukaze Kokuo dominaba el partido, pero el marcador seguía en 0-0. La primera mitad fue un desfile de movimientos estratégicos y oportunidades fallidas. Todos los ojos estaban puestos en Ryosuke Kira, el delantero estrella, un jugador conocido por su elegancia en el campo, el "Príncipe del Campo", como le llamaban.
"¡Kira, prepárate para el centro!", gritó uno de sus compañeros.
El balón se elevó en el aire, describiendo una parábola perfecta hacia el área de Ichinan. Kira, con los reflejos de un felino en plena caza, se posicionó con una precisión que parecía ensayada hasta el cansancio.
"¡No lo dejaré pasar!", gritó un defensor de Ichinan, con la desesperación escrita en su cara.
Pero Kira era imparable. Con un salto que desafió la gravedad, se elevó más alto que todos los demás, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para él.
"¡Este es mío!", rugió.
El impacto de su pie contra el balón fue un espectáculo en sí mismo, una mezcla de fuerza bruta y técnica refinada. La volea cruzó el campo como un relámpago, un destello fugaz que nadie pudo detener.
El portero de Ichinan, con los brazos extendidos en un intento desesperado, se lanzó hacia el balón. Pero no importaba. La precisión y la potencia del disparo eran insuperables.
El estadio enmudeció por un segundo eterno antes de explotar en un rugido ensordecedor.
"¡GOL! ¡Ryosuke Kira ha marcado el primer gol con una impresionante volea aérea!", anunció el comentarista, su voz temblando de emoción.
El sonido del balón golpeando la red fue seco, contundente, el sonido de un sueño tomando forma.
"¡Vamos, Matsukaze Kokuo!", coreaban los aficionados, sus voces llenas de esperanza y orgullo.
El marcador reflejaba ahora un 0-1. Pero Ichinan no estaba dispuesto a rendirse. Su defensa, organizada como un ejército en formación, soportaba la embestida constante de Matsukaze Kokuo.
"¡Mantengan la línea! ¡No dejen que pasen!"
Las voces resonaban en el campo como disparos en un duelo, cada orden cargada de desesperación. Pero Ichinan seguía estrellándose contra un muro invisible. Cada avance que intentaban se desmoronaba en fuera de juego, arrancando gritos frustrados de sus jugadores y sus seguidores.
La segunda mitad comenzó, y el reloj parecía burlarse de ellos, ralentizando cada segundo como si disfrutara del sufrimiento colectivo. Matsukaze Kokuo manejaba el balón como si fueran los dueños de la cancha, marcando el ritmo con una precisión quirúrgica.
"¡Mantengamos la presión! ¡No los dejemos respirar!", rugió un jugador de Matsukaze Kokuo, sus palabras una daga al corazón de Ichinan.
A pesar de todo, los jugadores de Ichinan no cedían. La mirada de Isagi, intensa como un cuchillo afilado, se cruzó con la de sus compañeros. Sabían que la esperanza se apagaba, pero también sabían que no necesitaban más que una oportunidad para darle la vuelta al guion.
Y entonces, cuando el final del partido se acercaba como un verdugo con su hacha, esa oportunidad llegó.
"¡Vamos, Isagi! ¡VE! ¡VE!"
Los gritos desde la banca eran una mezcla de órdenes y plegarias. En el minuto cuarenta de la segunda mitad, Isagi tenía el balón. El tiempo adicional era mínimo, una cuerda floja sobre el abismo.
(¡Nacional! ¡Iremos al Nacional si ganamos esto! ¡Ganaré con mi propio gol!)
Isagi apretó los dientes, su determinación mas que evidente. Cada paso que daba lo acercaba a ese gol imposible, esquivando defensores como si fueran sombras. Los números 7 y 9 del equipo contrario lo perseguían con furia. El número 9, desesperado, agarró su uniforme, casi mereciendo una tarjeta amarilla. Isagi, con un movimiento seco, se liberó, sacudiendo el brazo como si se quitara una cadena.
(¡Este es el momento! ¡Voy a romper su defensa!)
Con una finta precisa y casi insultante, dejó atrás a los defensores, abriendo una línea directa al arco.
(¡Uno a uno con el portero! ¡Lo decidiré con este tiro!)
El portero enemigo salió a confrontarlo, su mirada reflejaba la presión de los últimos segundos.
"¡Voy al Nacional!", rugió Isagi, sus palabras como un disparo que rebotó en todo el estadio.
Su pierna se balanceó hacia atrás, cada fibra de su ser concentrada en ese disparo. Era todo o nada. En ese instante, todo se congeló: el sonido del estadio, la respiración contenida de los espectadores, incluso el tiempo pareció detenerse.
(Este es el punto de inflexión para mí. No solo para este juego, para mi vida...)
"¡Isagi! ¡Estoy libre!"
La voz de su compañero irrumpió como un disparo en la concentración de Isagi, rompiendo su enfoque en el gol.
"Ah... Tada-chan..."
De repente, la intensidad feroz de Isagi se desmoronó, regresando a su habitual seriedad docil. Era un cambio tan abrupto como incómodo.
(... Si paso, conseguiremos un punto...)
El pensamiento perforó la mente de Isagi como una bala. El portero estaba completamente enfocado en él; pasar el balón a Tada era la jugada lógica. Era el movimiento seguro, el que cualquier entrenador aprobaría.
"¿Qué estás haciendo, Isagi!? ¡Se acabó si no marcamos aquí! ¡Uno para todos, todos para uno!", gritó su entrenador, desesperado.
(Eso es cierto... El fútbol es un deporte jugado por once personas...)
Razonar con lógica no era difícil. No había necesidad de arriesgarse a fallar y cargar con la culpa de la derrota. Así que Isagi hizo el pase. Fue perfecto, casi una obra de arte, un regalo en bandeja de plata.
El portero, quien había apostado todo en bloquear a Isagi, se quedó paralizado. "¡Ah!" dejó escapar mientras perdía el equilibrio.
(Todo bien. Esto empatará el marcador...)
Tada disparó con fuerza. Pero entonces, como un trueno inesperado, el balón golpeó el poste con un sonido seco y cruel: ¡CLANG!
(¡No puede ser! ¡Maldita sea!)
Isagi quedó petrificado, su reacción retrasada por la conmoción del fallo.
"¡Contraataque! ¡Contraataque!", rugió una voz desde el campo contrario.
El número 7 del equipo rival, quien había sido dejado atrás por Isagi momentos antes, reaccionó primero. Recuperó el balón y lo lanzó al otro lado del campo con un pase largo que cruzó el aire como un misil.
(¡Rompe! ¡Kira!)
Ahí estaba Ryosuke Kira, el delantero estrella, posicionado como un depredador esperando el momento de atacar. Recibió el balón con una precisión impecable, su confianza casi insultante.
Kira avanzó hacia el gol, cada paso suyo era una declaración de superioridad. Driblaba con la gracia de un bailarín y la ferocidad de un caballero. Los defensores de Ichinan intentaron cerrarle el paso, pero él los superó con movimientos tan precisos que parecían ensayados en un laboratorio.
"¡No dejaré que pases, Kira!", gritó uno de los defensores, lanzándose como si su vida dependiera de ello.
Kira apenas se inmutó. Con una maniobra elegante y técnica, burló al defensor como si fuera un obstáculo menor en su camino hacia la gloria.
"¡Es hora de terminar esto!".
Con una finta de lanzamiento, Kira envió la pelota por encima de un oponente con un toque suave del pie, llevándola detrás de él con una gracia sobrenatural. Los espectadores apenas podían seguir sus movimientos, cada acción era un espectáculo de precisión y habilidad.
"¡El príncipe avanza con elegancia! ¡La defensa de Ichinan no puede detenerlo!"
Kira se encontró cara a cara con el portero, quien parecía completamente congelado por la amenaza inminente.
Con una mirada de determinación que desbordaba confianza, Kira balanceó su pierna y disparó con una fuerza y precisión que dejaban poco espacio para la duda. El balón viajó como un rayo, cortando el aire con un silbido que retumbó en los oídos de todos los presentes.
¡Thwack! El balón golpeó la red con un sonido seco y contundente. Un punto decisivo, un golpe de gracia que selló el destino del partido.
"¡GOL! ¡Ryosuke Kira ha marcado de nuevo!"
La multitud estalló en vítores y aplausos, elevando el volumen de la emoción colectiva. Kira levantó los brazos en señal de triunfo, una sonrisa de satisfacción en su rostro.
"¡Vamos, Matsukaze Kokuo!"
¡Piiiii!
El sonido del silbato marcó el fin del partido. El marcador se mantenía en 0-2. Ichinan había luchado hasta el final, pero la destreza y la elegancia del nuevo Kira Ryosuke había asegurado la victoria para Matsukaze Kokuo.
Entre las celebraciones, Jun sintió una mezcla de emociones, pero sobre todo, una determinación nueva. Por primera vez, un corazón que latía con fuerza por algo más que sobrevivir: un sueño había renacido. Ahora, como Ryosuke Kira, lideraba a su equipo hacia la gloria, demostrando que, incluso en un cuerpo prestado, su sueño podía hacerse realidad.
(Este es solo el comienzo...)
No sabía lo que le esperaba. Pero algo le decía que ya no habría vuelta atrás.