Estaba encerrada en el baúl de un auto, rodeada de la oscuridad absoluta. El aire estaba viciado y olía a gasolina y sudor. Sentía el sudor frío en mi frente y el corazón latiendo en mi pecho. Las cuerdas que me ataban me cortaban la circulación y me hacían sentir débil. La mordaza que me cubría la boca me hacía sentir como si estuviera asfixiándome.
Sentía cada bache, cada curva y cada frenazo como si fuera el último. El ruido del motor y las ruedas sobre el asfalto era ensordecedor. Me sentía como si estuviera en una lavadora, con el mundo girando a mi alrededor sin control.
No sabía dónde me llevaban ni por qué me habían secuestrado. Solo sabía que estaba en peligro y que nadie podía ayudarme. La oscuridad y el silencio eran opresivos, y me hacían sentir como si estuviera enterrada viva.
De repente, el auto se detuvo. Escuché unas puertas que se abrían y se cerraban, y unos pasos que se acercaban. Luego, el baúl se abrió de golpe y una luz cegadora me invadió. Parpadeé tratando de enfocar la vista.
Frente a mí vi las caras de mis secuestradores: dos hombres de aspecto rudo y malvado que me miraban con desprecio. Sus ojos eran fríos y calculadores, y sus sonrisas eran cruelmente divertidas.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó uno de ellos, con voz áspera.
—La matamos. ¿Qué más? —respondió el otro, con voz fría.
—¿Aquí mismo? —insistió.
—No, mejor la llevamos a un lugar más apartado. No queremos dejar rastros.
—¿Y cómo la matamos?.
—Como quieras. A mí me da igual. Con un tiro, con un cuchillo o con una cuerda... Lo importante es que no sufra mucho. No queremos que nos oiga algún campista o cazador—apuntó a los alrededores con su pistola.
Me sentía como si estuviera viviendo una pesadilla. No podía creer que esto estuviera sucediendo.
—¿Y por qué no sufrir mucho? ¿Acaso te da pena? —preguntó, con sarcasmo.
—No, me da asco. Esta tipa es una escritora de mierda, que se metió donde no debía. Se merece morir, pero no quiero ensuciarme las manos con su sangre —dijo con una expresión de asco.
Me sentía como si estuviera en un infierno. No podía creer que esto estuviera sucediendo.
—Pues yo sí quiero que sufra. Quiero que sepa lo que se siente al meterse con nosotros. Quiero que pague por lo que hizo —me miro con rabia.
Me sentía como si estuviera a punto de desmayarme. El dolor era intenso, y no podía respirar.
—¿Y qué hice? —pregunté, con voz ahogada por la mordaza. Quería conseguir más información, es más que seguro que no sobreviva, pero necesito saber lo que pueda.
Los dos hombres se quedaron callados y me miraron con sorpresa. Luego, se echaron a reír.
—¿Qué hiciste? —repitió el primero, burlándose.—Pues escribiste un libro, uno que no debías escribir. Revelando un caso que no debía serlo. Por tu culpa, nos pusiste en peligro a nosotros y a nuestros jefes. Nos costó mucho dinero y mucho trabajo, que había sido perfecto. Un libro que nos hizo enfadar mucho, mucho, mucho—dijo, acercándose a mí y agarrándome del pelo.
—¿Qué libro? Vamos, tú y yo sabemos que no es mío—volví a preguntar. Necesito ver qué tanto saben estos parásitos.
—No te hagas la tonta. Sabes muy bien de qué libro hablo. El libro que publicaste hace unas horas. El titulado "La verdad oculta". Que cuenta la historia de un suicidio que en realidad fue un asesinato. Ese condenado pedazo de papel que nos señala como los culpables —dijo, soltándome el pelo y dándome una bofetada.
Esto me dejó claro que solo son unos más del montón siendo manipulados, pero ¿Qué más había ocurrido en el transcurso de este día?
—¿Qué? —exclamé, atónita.—No puede ser. Ese libro es ficción. Es un caso inventado. No tiene nada que ver con la realidad—dije, tratando de defenderme.
—¿Acaso no sabías que ese caso es real? No mientas. Sabes que es verdad. Pero gracias a tu confesión esto es tarea sencilla. Y sabes que vas a morir porque eres un clavo puesto para asegurar el camino limpio de nuestros jefes—dijo, apuntándome a la cabeza con una pistola.
—No, no, no—repetí, aterrada.—Por favor, no me maten. Déjenme ir, créanme. No sabía nada. Yo solo quería escribir un libro. Solo quería ser una escritora—dije, suplicando.
—Lo siento, pero es demasiado tarde. Ya has escrito tu último libro. Y ya has vivido tu última página—dijo, y apretó el gatillo.