Mi nombre es Theodore, desde que tengo memoria vivo en el reino de Crynwell junto a mi madre y debo de admitir que a veces, cuando el sol se oculta y el cielo se tiñe de rojo, siento que mi vida se vuelve más pesada, como si las sombras que se arrastran por el suelo tuvieran algo que ver con la guerra. Mi madre me dice que no debo preocuparme por esas cosas, que no debo dejar que el miedo se cuele en mi corazón, pero hay noches en que las estrellas parecen susurrar secretos que no entiendo. A veces, parece que todo el mundo está al borde de un abismo, y es en ese momento donde todo ese miedo se cuela dentro de mi corazón.
No entiendo porque mi mente es tan débil, siempre necesito la ayuda de mi madre, pero hay veces donde ella no está, y es ese momento donde soy mas débil. Probablemente mi miedo se deba a que este reino actualmente se encuentra en una intensa guerra en la que lucha por no desaparecer, por lo que siempre siento que puedo morir, haciendo que las noches frías se vuelvan en mi desesperación.
Vivo con mamá en una casa normal hecha de madera, creo que se puede decir que es una cabaña. Puede que sea pequeña, pero me gusta porque siempre me recuerda a ella, su calor, su risa, todas esas cosas son invaluables para mi. Algunas veces, cuando el viento sopla fuerte y me está contando un cuento, siento que el mundo de allá afuera se desvanece por un momento, y todo lo que queda es nuestra casa. Es como si el resto del mundo estuviera lejos, ojalá todos los días fueran así.
Mamá siempre dice que no debo preocuparme por la guerra, que no debo pensar en esos ruidos que llegan de la lejanía y que pronto todo va a estar bien, yo solo la miro y trato de creerle, porque en su mirada hay algo que me hace sentir seguro, aunque sé que no todo es tan sencillo y probablemente solo lo dice para tranquilizarme.
El suelo es de madera vieja, por lo que siempre se llena de polvo, pero lo barremos todos los días, porque mamá dice que aunque todo el resto esté desordenado, nuestra casa debe ser un lugar limpio. Al principio no entendía la razón detrás de esto, pero en medio de tanta locura, aún hay algo que podemos controlar, algo que tiene sentido. A veces, cuando el día ha sido largo y difícil, nos sentamos juntas frente a la ventana, mirando las estrellas. No hablamos mucho, pero me gusta estar cerca de ella en ese momento.
Hablando de ella, se llama Liliana y tiene mi mismo color de cabello, siempre dice que nuestro cabello blanco como la nieve es algo de lo que estar orgulloso, y aunque me digan que es raro en el pueblo, siempre he creído que el cabello de mi madre es el mas bonito de todos, no entiendo la razón por la que hay veces donde me molestan por eso, pero por las palabras de mi madre siento que no hay porque escuchar las burlas de los demás.
El mundo afuera puede estar en ruinas, pero mientras esté junto a ella, todo tiene sentido. Su amor es mi refugio, su voz mi calma. Y aunque las sombras acechan a nuestro alrededor, lo único que quiero es que nunca se apague la luz que mamá guarda para nosotros. Solo deseo que esa fantasía dure para siempre.
Probablemente el día de hoy estaba mas preocupado de lo normal, ya que el día de hoy tengo que ir a la iglesia. Según me dijo mi madre se debe a un ritual que se hace cuando un niño cumple los diez años, en el que un sacerdote de la iglesia identifica si un niño tiene una bendición o no colocando su mano sobre la cabeza del niño, basándose en si se produce una luz dorada o no puede saber si ese niño tiene una bendición o no.
Según me contó mi madre esa bendición era algo que te hacía algo especial en este oscuro mundo, no habían muchas personas que recibieran alguna bendición, pero esas personas siempre lograban tener un brillante futuro.
No entendía muy bien las cosas que decía mi madre acerca de esas bendiciones, pero al ver lo emocionada que se veía al contarme y la opción de dejar de sentir miedo por todo me hacía querer que me tocara alguna bendición.
Los dos ya estábamos despiertos desde hace un rato, y aunque mamá intentaba actuar como si fuera un día más, podía notar algo diferente en ella. Se levantó más temprano que de costumbre y pasó un buen rato frente al espejo, arreglando su cabello blanco con una paciencia inusual. Mientras ella lo hacía, yo me quedé sentado en la mesa, jugando con las migajas del pan que habían caído luego de que terminara de comer el desayuno que habíamos preparado.
Mi madre solía decirme que los pequeños detalles de la vida eran los que realmente importaban, y aunque ese día mi mente estaba centrada en la iglesia y en la bendición, no podía evitar notar cómo las sombras de la mañana se alargaban, estirándose por las paredes de la cabaña como si quisieran tomarlo todo. La luz del sol que entraba por la ventana parecía más tenue de lo normal, como si el día no estuviera dispuesto a empezar completamente.
Quizá era el miedo, tal vez la ansiedad que comenzaba a tomarme de nuevo, pero no pude dejar de pensar en lo que vendría. Desde que tengo memoria tuve un buen instinto, cada vez que sentía este tipo de presión pasaba algo malo, aunque había veces donde fallaba, lo que hacía que algunos me vieran como alguien paranoico, tal vez un loco, pero yo sabía que tenía la razón... o por lo menos eso fue lo que siempre quise creer.
Finalmente, mamá terminó de arreglarse y se acercó a mí con una sonrisa suave, aunque sus ojos brillaban con una intensidad que no me era del todo familiar. Me tomó la mano y me dio un pequeño beso en la frente.
''Mamá ya está lista. ¿Vamos, cariño?'' dijo mientras me revolvía el cabello levemente.
''¡Si!'' respondí intentando mostrar algo de seguridad, solo espero haberla mostrado.
Poco después nos pusimos en camino. La iglesia no quedaba muy lejos, pero ese día todo parecía más largo, como si cada paso que diera hacia ella estuviera marcado por el peso de lo que sucedería.
Al ver el rostro de mi madre, parecía estar tranquila, casi como si no importara el resultado, lo que hizo que me tranquilizara un poco.
Dando un leve suspiro continué el camino mientras miraba a mi alrededor, los árboles que bordaban el camino se mecían suavemente con la brisa, y la casa de cada vecino parecía más vacía que de costumbre. Algunas mujeres barrían las aceras, los hombres reparaban cercas o alimentaban a los animales, pero todos tenían algo en común, y es que ninguno parecía ser verdaderamente feliz.
Pensando en eso... ¿Mi madre era feliz?, no tenía idea acerca de eso, pero quise pensar que ella era feliz conmigo.
''Mamá… ¿Qué pasa si no tengo una bendición?'' pregunté de repente, sin pensar demasiado. La pregunta salió casi en un susurro, pero sabía que no podía quedarme con la duda.
''No te preocupes, Theodore. Si no la tienes, eso no cambia quién eres'' me dijo mientras me acariciaba el cabello con sus delgados dedos.
Luego de eso continuamos caminando en silencio, hasta que la iglesia estuvo delante de nosotros.