El canto de los gallos rompió la quietud del amanecer, anunciando el inicio de otro día laborable para Elysia. El sol apenas comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles, tiñendo el cielo con tonos cálidos que presagiaban una jornada serena. La casa en la que vivía con Selene, ubicada en los confines del valle, era una construcción rústica pero acogedora. Las paredes de madera, desgastadas por los años, sostenían un techo de tejas rojizas, y una pequeña chimenea dejaba escapar un hilo de humo que serpenteaba hacia el cielo. El aroma a pan recién horneado y a hierba fresca se mezclaba en el aire, creando un ambiente hogareño y cálido.
Su dormitorio estaba en el piso superior de la casa, una habitación sencilla con una ventana que ofrecía una vista del campo. Desde allí, podía ver el corral, el establo y los vastos pastizales que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. En una esquina de la habitación, un pequeño escritorio de madera sostenía un montón de pergaminos enrollados y libros, junto a un tintero y una pluma desgastada. Elysia amaba leer y escribir; era su pequeña ventana a mundos más amplios de los que conocía.
Se desperezó con calma, dejando que la luz del sol iluminara su rostro. Aunque su vida era tranquila, había algo profundamente satisfactorio en los rituales de cada día. Una vez vestida, bajó las escaleras hacia la cocina, donde Selene ya estaba preparando el desayuno.
—¿Dormiste bien? —preguntó Selene con una sonrisa, mientras revolvía una olla de leche caliente en el fogón.
—Como siempre. —Elysia tomó una manzana del frutero y se sentó junto a la ventana. Desde allí, podía ver a las gallinas picoteando el suelo y a los caballos en el establo sacudiendo sus crines.
Selene era una mujer de mediana edad, de cabello castaño entrecano recogido en un moño práctico y ojos claros que reflejaban una sabiduría tranquila. Aunque no era su madre biológica, Elysia siempre la había visto como tal. Había algo en su forma de cuidar la casa, de guiarla y aconsejarla, que la hacía sentir segura.
—Hoy toca separar la leche y empezar con los quesos. Caelum vendrá a buscar el pedido de la semana —dijo Selene, sin apartar la vista de la olla.
—¿Otra vez? ¿Ese hombre no tiene suficientes provisiones? —preguntó Elysia, con un deje de diversión.
—Parece que sus clientes no tienen suficiente de nuestra producción. Eso es algo bueno, ¿no crees? —Selene le lanzó una mirada cómplice antes de volver a concentrarse en su tarea.
Elysia terminó su desayuno rápidamente y salió al corral. El aire fresco de la mañana le golpeó el rostro, despejando cualquier resto de sueño. Alimentó a las gallinas, revisó que los caballos tuvieran agua suficiente y acarició al ternero más joven, que seguía a su madre con pasos torpes.
Mientras trabajaba, su mente divagaba. A veces se preguntaba si su vida siempre sería así: tranquila, predecible, segura. Aunque amaba la granja y a Selene, había una pequeña parte de ella que anhelaba algo más, algo que ni siquiera podía definir con claridad. Era una sensación persistente, como si estuviera esperando que algo importante ocurriera, aunque no supiera qué.
El día transcurrió con normalidad. Elysia y Selene trabajaron juntas en la elaboración de quesos, como todos los lunes. La joven disfrutaba del proceso metódico: medir la cantidad exacta de cuajo, revolver la leche con cuidado y luego cortar y prensar los bloques hasta que estuvieran listos. Había algo terapéutico en el trabajo manual, en el orden de los pasos que debía seguir.
—¿Crees que hoy también nos traerá pan fresco? —preguntó Elysia, mientras acomodaba los quesos en un estante. Le encantaba el pan que hacía Caelum; su aroma y sabor eran una mezcla de sensaciones deliciosas para ella.
—Siempre lo hace. Es su manera de agradecer nuestra calidad —respondió Selene, limpiándose las manos con un paño.
Cuando finalmente llegó Caelum, lo hizo con la misma energía de siempre. Era un hombre robusto, con cabello salpicado de canas y una risa contagiosa. Traía consigo una canasta de pan recién horneado, cuyo aroma llenó la cocina al instante.
—Buenos días, damas. Espero que tengan algo para mí, porque vine con el estómago vacío —bromeó mientras dejaba la canasta en la mesa.
—No seas tan dramático. Ya tienes tu pedido listo —dijo Elysia, señalando los quesos apilados cuidadosamente.
Mientras Selene y Caelum conversaban sobre negocios, Elysia se permitió observarlos en silencio. Había algo profundamente humano en su interacción, una conexión que iba más allá de los intercambios comerciales. Caelum era como un pilar en sus vidas, alguien en quien podían confiar sin dudarlo. Era extraño, a veces sentía que ellos tenían demasiadas cosas de las que hablar, y en esas charlas sentía que su presencia sobraba. La observación de sus gestos y su lenguaje corporal la intrigaba; no percibía esas conversaciones como amigables. Había algo en sus miradas, una tensión que la incomodaba. A veces, incluso sentía preocupación por las palabras no dichas, por lo que se ocultaba tras esa relación aparentemente sencilla.
Después de completar el intercambio con Selene, Caelum se dispuso a retirarse de la granja. Aunque la panadería lo esperaba con urgencia, su preocupación por Elysia era más grande que cualquier tarea cotidiana. Sabía que la joven estaba en una etapa de su vida en la que su destino la llamaba, aunque ella aún no lo comprendiera completamente. La demanda de pan para el día siguiente seguía siendo alta, pero en ese momento, su mente estaba ocupada por la incertidumbre de lo que Elysia comenzaba a sentir.
Elysia se acercó a él mientras recogía sus cosas, su mirada perdida en algún rincón lejano de la granja. Había algo en su expresión que Caelum conocía bien: la inquietud de alguien que comienza a recordar fragmentos de su ser, aunque no esté lista para aceptarlos.
—¿Te vas ya? —preguntó Elysia, con una ligera sonrisa que apenas ocultaba la preocupación que sentía.
—Así es, pequeña. La panadería me espera, ya sabes cómo son esos clientes —respondió Caelum, sonriendo con una mirada cálida pero sabedora. No era solo el pan lo que debía preparar, sino algo mucho más importante: Elysia.
—¿No te cansa todo esto? —preguntó ella, mirando el horizonte con una melancolía sutil en su tono—. A veces siento que estoy atrapada entre lo que debo hacer y lo que realmente quiero. Como si algo en mí estuviera buscando algo más, algo que no puedo alcanzar.
Caelum observó a Elysia en silencio por un momento, dándose cuenta de que no podía ignorar más las señales de su destino. Él había vivido lo suficiente para reconocer los susurros del destino, los llamados que nadie más podía escuchar. Sabía que Elysia, aunque no lo comprendiera por completo, estaba siendo arrastrada hacia algo mucho más grande que ella misma. Pero también sabía que aún no estaba lista para recibir la verdad.
—Elysia —dijo finalmente, su voz grave y suave, como si las palabras pesaran más de lo normal—, a veces, cuando el destino se presenta, nos sentimos como si estuviéramos perdiendo el control. Como si estuviéramos flotando en un río que nos arrastra sin que podamos aferrarnos a la orilla. Pero en realidad, la vida no te obliga a nada. Todo lo que buscas ya está dentro de ti. es solo cuestión de aceptarlo
Elysia lo miró con una mezcla de confusión y curiosidad. Aunque no entendía del todo lo que Caelum quería decir, había algo en sus palabras que la tocaba profundamente. Era como si él supiera más de lo que parecía, como si hubiera vivido lo suficiente para entender los secretos que ella aún no estaba lista para descubrir.
—¿Y cómo sé cuándo es el momento? —preguntó Elysia, con un suspiro que parecía llevar consigo una parte de su alma, la que aún no entendía por completo.
Caelum le sonrió con ternura, pero había un brillo de sabiduría en sus ojos que solo los que han caminado por caminos largos y complejos pueden tener.
—El momento llegará cuando dejes de luchar contra ti misma —dijo con firmeza, tocando ligeramente su hombro en un gesto paternal—. No te apresures, Elysia. La verdad no es algo que se pueda forzar. Lo que debes hacer ahora es vivir el presente, sin miedo a lo que vendrá. Tu destino se revelará en su debido momento, pero solo cuando te permitas ser tú misma por completo.
Elysia lo miró fijamente, sintiendo una paz inexplicable en sus palabras, como si, de alguna manera, él estuviera guiándola hacia algo que ni ella misma podía comprender todavía. Era un consejo que no podía ignorar, aunque la verdad que se ocultaba detrás de él era aún un misterio.
—Gracias —dijo, con una leve sonrisa que, aunque reservada, reflejaba una sensación de alivio. De alguna forma, sus palabras la tranquilizaban.
Caelum asintió, satisfecho por la tranquilidad que había logrado transmitir. Sabía que Elysia no estaba lista para comprender todo lo que él sabía, pero también sabía que sus palabras resonarían en ella cuando fuera el momento adecuado. No necesitaba decirle la verdad ahora. Solo tenía que guiarla para que encontrara su camino.
—Cuídate, Elysia. Y recuerda: no hay prisa. El destino se encuentra cuando dejamos que el corazón se calme y la mente se abra.
Con esas palabras, Caelum se despidió y se encaminó hacia la salida de la granja, dejando atrás una joven que comenzaba a entender que, aunque su vida estuviera llena de incertidumbres, el camino que debía seguir ya estaba siendo trazado.
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La noche había caído con suavidad, envolviendo la cabaña en un manto de tranquilidad. La cena había sido sencilla, como siempre, pero cálida, marcada por los pequeños gestos que reflejaban la rutina compartida entre ambas. Selene y Elysia se sentaron juntas, frente al fuego, mientras el crepitar de las llamas llenaba el silencio cómodo que existía entre ellas.
Elysia sonrió mientras terminaba el último sorbo de su té, sintiendo el calor recorrer su cuerpo. Observó a Selene con detenimiento; la mujer parecía perdida en sus pensamientos, pero la curva de sus labios denotaba un leve atisbo de serenidad.
—¿En qué piensas? —preguntó Elysia con curiosidad, apoyando el mentón en sus manos.
Selene levantó la vista, dejando escapar una risa suave que resonó como una melodía en la quietud de la noche.
—En lo rápido que pasa el tiempo —respondió con un brillo nostálgico en los ojos. —A veces siento que fue ayer cuando llegaste aquí, una niña traviesa que no podía quedarse quieta ni un minuto.—
Elysia rió entre dientes, recordando vagamente esos días. Aunque no tenía muchos recuerdos de su infancia antes de llegar a la granja, sabía que Selene siempre había estado ahí para ella, como una constante en su vida.
—Aún no sé cómo soportaste todas mis travesuras —. Bromeó —Seguro que te hice desear salir corriendo más de una vez.
Selene negó con la cabeza, pero la calidez en su mirada traicionó la seriedad que intentaba proyectar.
— Nunca lo pensé, Elysia. Cuidarte siempre ha sido un honor... y una alegría—.
Las palabras de Selene hicieron que Elysia sintiera un nudo en la garganta. Aunque no era algo que se dijera a menudo entre ambas, sabía que el amor y la devoción de Selene eran sinceros.
— Gracias, mama—.susurró Elysia, su voz apenas audible.
Selene extendió una mano y la colocó sobre la de Elysia, apretándole con suavidad.
— Siempre estaré a tu lado, niña. Siempre.—
El momento de intimidad fue interrumpido. cuando Selene se levantó con un suspiro.
—Ahora, vamos, me ayudarás a recoger la mesa antes de que el sueño nos gane—.
—¿Por qué siempre tengo que ayudar yo? — se quejó Elysia, aunque con una sonrisa burlona en los labios mientras se levantaba.
—Porque yo cociné, y las reglas aquí son claras: quien cocina no lava los trastos —. respondió Selene con un tono autoritario fingido, haciendo que ambas se rieran.
Trabajaron juntas en silencio, pero un silencio lleno de comodidad. Selene fregaba los platos mientras Elysia los secaba, y cada tanto, sus miradas se cruzaban, acompañadas de sonrisas cómplices. Cuando terminaron, Selene se retiró a su habitación después de darle a Elysia un beso en la frente, como solía hacer todas las noches.
—Descansa, niña. Mañana será un día largo — dijo Selene antes de desaparecer tras la puerta.
Elysia quedó sola en la cocina, pero la calidez del momento todavía la envolvía. Subió las escaleras hacia su habitación, escuchando del crujir de la madera bajo sus pies, un sonido que siempre le resultaba reconfortante. Una vez dentro, se sumergió en un baño que alivió los restos del cansancio del día, y luego se alistó para dormir.
Ya en su cama, envuelta en mantas, dejó que su cuerpo se relajara, pero su mente no estaba completamente en paz. Había algo en las palabras de Selene, en la forma en que la miraba, que siempre le hacía sentir que había más de lo que sabía, como si un secreto flotara entre ambas. Pero esa noche estaba demasiado cansada para pensar más en ello.
Cerró los ojos, y el sueño no tardó en alcanzarla. Lo que no sabía era que esa noche sería diferente a todas las demás.
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Se encontraba de pie en un lugar que no podía identificar. La negrura lo envolvía todo, pero no era una oscuridad opresiva, sino suave, como el cielo antes del amanecer. El aire estaba cargado con un extraño aroma, una mezcla de tierra húmeda y flores desconocidas. No había suelo bajo sus pies, pero tampoco sentía que flotara. Todo era irreal, como si el espacio mismo la sostuviera.
De pronto, una luz pálida comenzó a surgir en la distancia, tenue y parpadeante, como una llama que luchaba por mantenerse viva. Elysia sintió una atracción inexplicable hacia esa luz, y, sin moverse realmente, se encontró cada vez más cerca de ella. La luz creció hasta revelar una figura femenina envuelta en velos translúcidos que parecían tejidos de niebla y estrellas. Su rostro no era del todo visible, pero emanaba una belleza etérea, intocable, como si perteneciera a algo más allá de lo humano.
La figura no habló, pero su presencia era como un río que susurraba secretos en un idioma que ella no podía comprender. Alzó una mano, y con ese gesto, el entorno comenzó a cambiar. A su alrededor aparecieron fragmentos de imágenes: un campo dorado por el sol, un árbol de raíces profundas que atravesaban la tierra, y una serie de constelaciones que danzaban en el cielo. Cada escena destellaba solo por un momento antes de desvanecerse como humo.
Elysia intentó preguntar algo, pero su voz no encontraba salida. En cambio, la figura se inclinó ligeramente hacia ella, y una voz, suave como el viento que roza las hojas, resonó en su mente.
"Las respuestas no están en la superficie. Debes buscar debajo, donde la memoria duerme."
La figura extendió una mano hacia Elysia, y al hacerlo, el árbol apareció de nuevo, más nítido que antes. Sus raíces se retorcían en un patrón que formaba un símbolo. No podía dejar de mirarlo; el símbolo parecía vivo, cambiando con cada segundo, como si estuviera intentando decirle algo que no lograba entender. La figura entonces se giró ligeramente, y a su espalda, una sombra apareció: un gran espejo que reflejaba algo más allá de su propia imagen.
Cuando Elysia se atrevió a mirar en el espejo, lo que vio la desconcertó. Su reflejo no era el suyo. La mujer en el cristal parecía ella, pero al mismo tiempo no lo era. Llevaba una armadura dorada que brillaba con una luz tenue, y sus ojos, aunque idénticos, estaban llenos de una fuerza y un entendimiento que le resultaban desconocidos. Elysia dio un paso atrás, pero la figura frente al espejo permaneció inmóvil, observándola con intensidad.
"El tiempo aún no ha llegado," susurró la voz, mientras el árbol y el espejo comenzaban a desvanecerse. "Pero recuerda… lo que has visto es un eco, no un final."
Elysia intentó aferrarse a las palabras, a las imágenes, pero todo se disipaba como un sueño al despertar. Antes de que la figura desapareciera por completo, una última frase resonó en su mente, apenas un murmullo: "Todo lo que eres, siempre lo has sido."
De pronto, Elysia abrió los ojos. La luz de la mañana entraba débilmente en la habitación, y su corazón latía con fuerza. Aunque las imágenes del sueño comenzaban a desdibujarse, quedaba una sensación persistente, como si algo dentro de ella hubiera sido tocado. Sin embargo, no entendía nada. Lo único que sabía era que lo que había soñado no era algo común, y que, de alguna forma, la marcaba profundamente.
Despertó con el corazón latiendo a un ritmo frenético, aún atrapada en el eco de aquel sueño tan vívido. Su mente estaba inundada de preguntas que no encontraba cómo responder. ¿Qué fue eso? ¿Quién era ella? Una inexplicable sensación de familiaridad la invadía cada vez que recordaba la silueta etérea de aquella figura. No sabía cómo ni por qué, pero algo en su interior la reconocía, como si estuviera conectada a ella de una manera que escapaba a toda lógica.
Por un momento, dejó que su mirada se perdiera en el tenue resplandor del amanecer que se filtraba por la ventana. Quería encontrar respuestas, pero las emociones confusas y las imágenes difusas del sueño no le daban tregua. Finalmente, suspiró y negó con la cabeza, intentando apartar esos pensamientos. "No tiene sentido darle tantas vueltas", se dijo a sí misma, aunque la inquietud seguía presente, como un leve murmullo en el fondo de su mente.
Decidida a no dejar que aquella extraña experiencia la dominara, Elysia se levantó de la cama y comenzó a prepararse para el día. Mientras se lavaba el rostro, el agua fría pareció aclarar, aunque solo un poco, las brumas de su mente. Se cambió con movimientos mecánicos, buscando enfocarse en las tareas que tenía por delante.
La mañana se filtraba lentamente a través de los cristales de las ventanas, bañando la cocina con una luz tenue que apenas comenzaba a iluminar el día. Elysia, aún sumida en el torbellino de pensamientos que el sueño le había dejado, se dirigió a la cocina con pasos pesados. Sentía la mente embotada y el corazón inquieto, como si algo invisible la empujara hacia una verdad que no podía comprender.
Selene, como cada mañana, ya estaba despierta. Había preparado el desayuno y estaba colocando una humeante taza de té sobre la mesa cuando Elysia entró. —Buenos días —dijo Selene con una sonrisa cálida, intentando infundirle ánimos, como siempre hacía.
Elysia levantó la mirada por un breve momento y respondió con un escueto: —Buenos días.
Su tono era ausente, mecánico, y el contraste con la habitual calidez de Elysia no pasó desapercibido para Selene, quien siempre sabía leerla con una precisión que a veces intimidaba. La mujer alzó una ceja mientras tomaba asiento frente a ella. —¿Está todo bien? —preguntó con suavidad, ladeando la cabeza con ese gesto protector tan suyo.
Elysia, inmersa aún en las sombras de su sueño, no respondió de inmediato. Su mirada se perdía en la taza de té que tenía en las manos, el líquido oscuro reflejando los destellos de la luz matinal. Pero el silencio no era algo con lo que Selene estuviera dispuesta a lidiar fácilmente, no cuando se trataba de ella.
—Elysia —insistió, esta vez con un tono más firme que buscaba romper el trance en el que parecía estar sumida.
El llamado repentino logró sacarla de su ensimismamiento. Parpadeó varias veces, como si regresara de un lugar muy lejano, y finalmente levantó la vista para encontrarse con los ojos atentos de Selene. —Lo siento, estaba distraída —murmuró, pero sus palabras no convencieron a la mujer que la había criado.
—Elysia, ¿qué sucede? Te conozco demasiado bien como para no darme cuenta de que algo te inquieta.
La joven dudó por un instante. Sabía que Selene merecía una respuesta, pero las imágenes del sueño seguían desordenadas en su mente, y no sabía cómo explicarlas. Antes de que pudiera articular palabra, el sonido repentino de pasos apresurados rompió el momento.
La puerta de la casa se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga de aire frío junto con la imponente figura de Caelum. Su expresión estaba cargada de tensión, y sus ojos oscuros reflejaban una urgencia que puso a ambas mujeres en alerta de inmediato.
—¿Qué ocurre? —preguntó Selene, levantándose de la mesa con rapidez.
Caelum cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia ellas, con los labios apretados y la mandíbula tensa. —El rey Vhaelor ha emitido un nuevo decreto —dijo, su voz grave llenando el espacio como un eco de algo inminente.
—¿Qué tipo de decreto? —preguntó Selene, aunque en su interior ya intuía que las noticias no eran buenas.
Caelum clavó su mirada en las dos mujeres, como si quisiera medir el impacto de sus palabras antes de pronunciarlas. —Han declarado que comenzarán a registrar todas las casas en busca de cualquier indicio de devoción hacia la Diosa Laiha. Cualquier símbolo, cualquier objeto o mención que sugiera fe y lealtad hacia ella será considerado un acto de traición. Y los culpables… serán ejecutados.
Un silencio sepulcral cayó sobre la cocina. Elysia sintió que un escalofrío recorría su espalda, como si las palabras de Caelum hubieran traído consigo un aire helado. Selene se llevó una mano al pecho, su expresión firme pero cargada de preocupación.
—¿Cuándo comenzarán los registros? —preguntó Selene, su voz controlada a pesar de la tensión que se reflejaba en sus ojos.
—Hoy mismo —respondió Caelum con gravedad. —Ya han comenzado en las aldeas cercanas. Tienen órdenes de no dejar rincón sin revisar.
Elysia miró a Selene con incertidumbre, sintiendo que algo dentro de ella se quebraba. No entendía por qué las palabras de Caelum le provocaban una sensación de peligro inminente, pero una parte de ella sabía que este decreto tenía implicaciones más profundas de las que podía imaginar.
El ambiente en la cocina se volvió denso, cargado con un silencio que parecía asfixiar. Selene se giró hacia Elysia, su rostro normalmente sereno ahora estaba tenso, con la mirada fija y decidida. La calidez habitual en sus ojos había sido reemplazada por una chispa de urgencia que Elysia nunca antes había visto.
—Elysia, escucha —dijo Selene, su voz firme, con un tono autoritario que no admitía discusión—. Ve arriba y prepara tus cosas. Partimos ya.
Elysia, sorprendida por la repentina orden, frunció el ceño, intentando procesar lo que acababa de escuchar. —¿Qué? ¿Irnos? ¿Por qué? —preguntó, su tono reflejando la confusión y el miedo que comenzaban a invadirla.
Selene respiró hondo, como si intentara calmar el temblor que amenazaba con traicionar su propia fortaleza. —No hay tiempo para preguntas, Elysia. Haz lo que te digo, ahora.
—Pero… Selene, ¿qué está pasando? ¿A dónde vamos? ¿Por qué tan de repente? —insistió Elysia, su voz cargada de angustia mientras su mirada buscaba respuestas en el rostro de quien había sido su guía toda la vida.
Selene dio un paso hacia ella, sujetándola suavemente pero con firmeza por los hombros. —No puedo explicártelo ahora, pero debes confiar en mí. Es por tu seguridad, Elysia. Lo entenderás más adelante, te lo prometo. Pero ahora, por favor, sube y empaca solo lo necesario. No podemos perder tiempo.
La voz de Selene se quebró ligeramente al final, pero su mirada permaneció firme. Para ella, el deber de proteger a Elysia era más fuerte que cualquier sentimiento, incluso si eso significaba mantenerla en la oscuridad por el momento.
Elysia vaciló, queriendo cuestionarla, querer entender el porqué de la repentina urgencia, pero algo en la intensidad de Selene la hizo retroceder. La joven asintió lentamente, aunque su corazón latía con fuerza, y se apresuró a subir las escaleras.
En el silencio que dejó Elysia, Selene se permitió un momento para cerrar los ojos y apretar los puños. Sabía que este día llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto. No estaba lista para abandonar el hogar que habían construido juntas, pero sabía que quedarse no era una opción.
Mientras tanto, Caelum, que había permanecido en la entrada con el ceño fruncido, se acercó. Su postura era rígida, como un soldado preparado para cualquier eventualidad. —El carruaje ya está listo —informó en voz baja, aunque su tono dejaba claro que entendía la gravedad del momento—. He traído ropa adecuada para pasar desapercibidos. No podemos quedarnos más de unos minutos aquí.
Selene lo miró, asintiendo con determinación. —Gracias, Caelum. Necesitaré que tomes las riendas de la situación mientras me aseguro de que no dejemos nada atrás que pueda delatarnos.
Caelum simplemente asintió, pero su mirada se desvió hacia las escaleras, donde los pasos rápidos de Elysia resonaban. —¿Le has contado? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
—Aún no. No lo entendería… no ahora —respondió Selene, su voz un susurro cargado de culpa. Luego añadió, más firme—. Mi deber es protegerla, no llenarla de temores innecesarios.
En ese instante, Elysia apareció al pie de las escaleras, llevando consigo una pequeña bolsa que contenía lo esencial. Su mirada estaba cargada de preguntas, pero sabía que no era el momento para exigir respuestas.
—Estoy lista —dijo, su voz temblorosa pero firme.
Selene se acercó a Elysia con una suavidad que contrastaba con la urgencia del momento. Su mano se posó sobre el rostro de la joven, sus ojos cargados de una mezcla de ternura y preocupación. —Elysia. Confía en mí. Todo saldrá bien —dijo, su voz firme pero cargada de un peso que parecía ocultar mucho más de lo que decía.
Elysia asintió lentamente, aunque el nudo en su estómago crecía con cada segundo. Sentía que algo no estaba bien, que Selene no le estaba diciendo todo. Sin embargo, no se atrevió a cuestionarla. Antes de que pudiera procesar sus pensamientos, Selene tomó su mano y la condujo hacia la puerta. Allí, Caelum los esperaba, sus ojos oscuros destilaban una seriedad implacable mientras ajustaba una capa oscura sobre sus hombros.
—¿Dónde está el carruaje? —preguntó Elysia al notar que no había caballos ni vehículo alguno preparado para partir.
Caelum lanzó una mirada rápida a Selene, como si esperara su señal. Selene suspiró profundamente antes de volverse hacia Elysia. —No hay tiempo para explicaciones. Debemos partir de inmediato, y el camino que tomaremos no es uno común.
Elysia frunció el ceño, confundida. —¿Qué quieres decir? ¿Qué está pasando realmente? —su voz temblaba, aunque intentaba mantener la calma.
Selene se acercó más, colocándole ambas manos sobre los hombros. Su mirada estaba cargada de culpa, pero también de resolución. —Lo siento, Elysia. Es por tu bien.
Antes de que Elysia pudiera reaccionar, Selene susurró unas palabras en un idioma que ella no entendía. Una brisa cálida envolvió a Elysia, y una sensación de pesadez la invadió. Sus párpados se hicieron cada vez más pesados, y aunque intentó resistirse, la fuerza del hechizo fue demasiado. Sus piernas cedieron, y caelum la atrapó con suavidad antes de que cayera al suelo.
—¿Era necesario? —preguntó Caelum mientras la sostenía, su voz seria pero sin rastro de reproche.
—Sí. No habría entendido, y no hay tiempo para explicaciones. Nuestro deber es mantenerla a salvo, y no podemos arriesgarnos —respondió Selene mientras Caelum acomodaba el cuerpo inerte de Elysia con cuidado.
Selene asintió brevemente, extendiendo sus manos hacia el cielo. Un leve resplandor plateado envolvió sus dedos mientras comenzaba a recitar un conjuro. La oscuridad que los rodeaba parecía estremecerse cuando el aire a su alrededor se llenó de energía. Caelum, con Elysia en brazos, cerró los ojos y se concentró en conjuro, uniéndose al hechizo de Selene.
El suelo bajo sus pies pareció desaparecer por un instante, y el mundo a su alrededor se desdibujó en un torbellino de sombras y luz. Cuando la energía finalmente se estabilizó, ya no estaban en el lugar donde habían comenzado. Ahora se encontraban en el corazón de un bosque espeso y oscuro, lejos de la aldea y de cualquier amenaza inmediata.
—Aquí estaremos seguros por ahora —dijo Caelum mientras observaba los alrededores con cautela.
Selene depositó a Elysia sobre un lecho improvisado de hojas y musgo, acomodándola con cuidado. Su mirada se suavizó mientras apartaba un mechón de cabello del rostro de la joven. —Perdóname, Elysia. Lo hago por ti.
El viento susurraba entre los árboles, pero el silencio entre Selene y Caelum era pesado. Ambos sabían que esto era solo el principio de una larga y peligrosa travesía, y que las preguntas de Elysia no harían más que crecer cuando despertara.