Angela se encontraba en el cráter, jadeante y cubierta de polvo. A pesar del dolor que le recorría el cuerpo, su determinación no se había apagado. Sin embargo, algo comenzó a cambiar. Su visión, que ya estaba nublada por el impacto, se volvió borrosa. El mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse, reemplazado por imágenes y sensaciones que no entendía.
De repente, estaba en otro lugar.
Un vasto salón dorado se extendía ante ella, con paredes adornadas con runas antiguas y tapices de historias gloriosas. Reconoció ese lugar al instante: Asgard. En el centro, una figura imponente estaba sentada en el trono, sosteniendo su lanza. Odin.
—¿Qué es esto? —preguntó Angela con un gruñido. Intentó moverse, pero no pudo. Era como si su cuerpo estuviera atrapado en otra dimensión, incapaz de interactuar con lo que veía.
La escena cambió. Ahora estaba en un jardín sereno, donde Frigga, la madre de los dioses, estaba hablando con un joven. Angela intentó gritar, exigir respuestas, pero no obtuvo reacción alguna. Solo podía observar.
Los recuerdos fluían como un río desbordado, cada imagen trayendo consigo verdades enterradas en el fondo de su corazón. Angela observó, incapaz de intervenir, escenas que desentrañaban la historia de su vida, comenzando desde el momento que Odin creyó haberla perdido para siempre.
Vio a un joven Odin sosteniendo en sus brazos a un bebé: ella misma, Aldrif, con una expresión de ternura que contrastaba con la dureza habitual de su semblante. Lo veía acariciando suavemente su mejilla mientras murmuraba palabras de amor y promesas de protección. Luego, la escena cambió abruptamente.
Un ataque devastador de los ángeles, malinterpretado como un acto de guerra, arrasó con su entorno. En medio del caos, Odin la vio caer de sus brazos, envuelta en llamas y desapareciendo en un portal que los separó para siempre. Su grito de dolor resonó como un eco eterno.
En su desesperación, Odin, cegado por el dolor y la ira, declaró la guerra contra Heven, arrancándola del Yggdrasil y sellándola en el vacío, separándola del resto de los reinos. La decisión, aunque destructiva, no fue más que una reacción emocional de un padre que creía haber perdido a su hija.
Mientras observaba esto, Angela sintió una mezcla de furia y tristeza. Intentó rechazarlo, convencerse de que no era real, pero los recuerdos continuaban.
Ahora veía a Frigga, llorando mientras sostenía la cuna vacía de Aldrif, rogando a Odin que reconsiderara su castigo a los ángeles. Frigga siempre había defendido la verdad, incluso cuando los dioses y guerreros asgardianos exigían venganza. Pero Odin, consumido por el dolor, no escuchó.
Entonces aparecieron los recuerdos de Sholan, insertados en el bucle. Mostraban cómo los ángeles habían criado a Angela no como hija amada, sino como una guerrera, alimentando su odio hacia Asgard y hacia Odin con mentiras cuidadosamente tejidas. La verdad era que el consejo celestial había manipulado su historia para mantenerla bajo control, convirtiéndola en un arma en su lucha contra Asgard.
Angela sintió que su alma se desgarraba. El odio que había albergado durante tanto tiempo parecía perder fuerza, siendo reemplazado por una profunda confusión. Intentó aferrarse a su furia, usarla como un escudo contra la verdad, pero las imágenes continuaban.
La voz de Sholan resonó en su mente:
—Debes aceptar la verdad. Solo entonces serás libre.
La tormenta de emociones dentro de ella alcanzó su punto máximo: rabia, tristeza, confusión, pero también una semilla de comprensión que comenzaba a germinar. Sabía que no podría escapar de este bucle, no mientras siguiera negando lo que veía. El bucle, como un río eterno, seguía arrastrándola hacia adelante, exigiendo que enfrentara lo que siempre había temido: la verdad.
En la realidad, Angela permanecía de pie, inmóvil. Su cuerpo estaba rígido, sus ojos abiertos pero vacíos. Lo que para los demás era apenas un minuto, para Angela era una eternidad. Dentro de su mente, mil años pasaron mientras revivía los recuerdos una y otra vez.
Cada ciclo la desgastaba un poco más. Su odio, su resistencia, comenzaron a desmoronarse bajo el peso de la verdad. Finalmente, en el último ciclo, cayó de rodillas dentro del bucle.
—Basta... —susurró, mientras lágrimas caían de sus ojos—. He sido una herramienta... un peón...
Levantó la vista, mirando a las figuras de Odin y Frigga, y por primera vez no sintió odio. Solo una profunda tristeza y comprensión.
—Acepto...
Con esas palabras, el bucle se rompió.
Angela dio un grito desgarrador que resonó en el campo de batalla, sorprendiendo a los ángeles y sombras que aún combatían. Su cuerpo, que había estado rígido todo este tiempo, colapsó de rodillas antes de caer desmayada.
Sholan, que había estado observando con los brazos cruzados, sonrió levemente y murmuró:
—Solo un minuto.
Cortana apareció a su lado en forma holográfica, su expresión mostrando una mezcla de interés y satisfacción.
—Parece que lo logró. Rompió el bucle al aceptar la verdad —dijo Cortana con calma.
—¿Y qué esperabas? —respondió Sholan mientras se encogía de hombros—. No iba a dejarla atrapada para siempre.
Cortana se giró hacia él con una sonrisa traviesa.
—Deberías volver al campo de batalla, mi querido Getbacker.
Sholan dejó escapar una leve risa, entendiendo la referencia, y respondió con una mirada cómplice.
—Siempre a tiempo —dijo mientras se preparaba para regresar al combate.
En el suelo, Angela comenzaba a recuperar la conciencia, aunque su corazón y su mente ya no eran los mismos.