El sol comenzaba a desvanecerse tras las montañas, bañando los campos ondulantes de la Nación del Viento con un resplandor dorado. Una suave brisa acariciaba los bambúes, y las hojas danzaban en el aire como si fueran mensajeras de algo por venir. Tatsuya estaba de pie al borde de un acantilado, sus ojos cerrados mientras sentía la energía del viento envolverlo. Su maestro, el anciano Jinrai, observaba a unos metros de distancia, apoyado en su bastón.
—El viento no es sólo un elemento, Tatsuya —dijo Jinrai, con su voz áspera pero llena de autoridad—. Es un recordatorio de lo efímero de la vida. Siempre en movimiento, siempre cambiando. ¿Lo sientes?
Tatsuya asintió con un leve movimiento de cabeza. Aunque sólo tenía 17 años, su determinación superaba a la de muchos de los adultos del dojo. Abrió los ojos y dio un paso hacia adelante, dejando que la brisa se convirtiera en una ráfaga más fuerte.
—Lo siento, maestro. Es como si el viento hablara, como si me guiara.
—No sólo te guía, Tatsuya. También prueba tu voluntad. Dominar el viento no es imponerle tu control, sino danzar con él. Ahora, muéstrame lo que has aprendido.
Tatsuya giró en su posición, sus pies apenas tocando el suelo mientras trazaba un arco con su brazo. La brisa respondió, elevándose en un remolino a su alrededor. Con un grito agudo, lanzó una ráfaga de viento que cortó las hojas de bambú frente a él, dejándolas caer al suelo en un patrón perfecto.
—Impresionante —dijo Jinrai, aunque su tono no era de elogio sino de advertencia—. Pero no basta con técnica. Necesitas propósito. ¿Por qué luchas, Tatsuya?
Tatsuya bajó la mirada. Esa pregunta siempre lo atormentaba. Había crecido en una aldea humilde, soñando con grandes hazañas, pero nunca había tenido una razón concreta para su deseo de volverse fuerte.
Antes de que pudiera responder, un estruendo rompió el aire. El sonido de tambores y cuernos de guerra resonó desde el valle. Jinrai frunció el ceño, su cuerpo tensándose como una cuerda al borde de romperse.
—Esos no son tambores de celebración… —murmuró Jinrai—. Tatsuya, vuelve a la aldea. Ahora.
—¿Qué está pasando?
—¡No preguntes, sólo corre!
El joven vaciló por un momento, pero la urgencia en los ojos de su maestro lo obligó a obedecer. Echó a correr cuesta abajo, el viento impulsando sus pasos mientras sentía un nudo formarse en su pecho. La aldea estaba cerca, pero cuando llegó, el horror lo dejó sin aliento.
Las casas de madera ardían, las llamas devorando techos y paredes mientras el humo ennegrecía el cielo. Guerreros con armaduras oscuras, con insignias de una serpiente enredada en una espada, avanzaban entre los aldeanos, destruyendo todo a su paso. Los Herederos del Abismo.
Tatsuya buscó desesperadamente entre el caos, llamando a gritos a su familia. Finalmente, vio a su hermana menor, Kaede, acurrucada junto a un árbol, temblando de miedo. Corrió hacia ella y la envolvió en un abrazo.
—Kaede, ¿estás bien? —preguntó con la voz entrecortada.
—Tatsuya… —murmuró ella, señalando detrás de él.
Giró justo a tiempo para ver a uno de los invasores abalanzarse sobre ellos. Sin pensar, levantó su brazo y canalizó el viento en un poderoso empuje, lanzando al atacante varios metros atrás. El guerrero se levantó, pero antes de que pudiera atacar de nuevo, una ráfaga aún más fuerte lo arrojó al suelo. Jinrai había llegado.
—¡Tatsuya, lleva a Kaede al templo! —gritó el anciano, su bastón brillando con un poder que parecía agrietar el mismo aire—. ¡Ahora!
—Pero, maestro…
—¡No hay tiempo para discutir! ¡Vete!
Con el corazón en llamas, Tatsuya tomó la mano de Kaede y corrió hacia el templo en lo alto de la colina. Mientras subían, las palabras de Jinrai resonaban en su mente: "El viento no es imponer control, sino danzar con él". Pero esta vez, no sentía que danzara con el viento. Sentía que el viento lo arrastraba hacia algo mucho más grande, algo que cambiaría su vida para siempre.
Cuando llegaron al templo, un aura extraña los envolvió. En el centro de la sala principal, un antiguo pedestal brillaba con una luz azul pálida. Una voz, suave como un susurro, resonó en la cabeza de Tatsuya.
—Eres el elegido, portador de los ocho vientos.
Y en ese instante, supo que su vida jamás volvería a ser la misma.