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Chapter 2 - Creer.

Su mirada moribunda se encontró con el techo, el cual desapareció, dejando al descubierto el hermoso cielo de la tarde. Los pájaros sobrevolaban el lugar y una ráfaga de viento recorrió su cuerpo. La luz entró de golpe, dejándolo ciego momentáneamente. Esto le generó un sentimiento extraño de desesperación al no poder ver. Sin darle importancia, dio un trago a su botella sintiendo aquel amargo sabor bajar por su garganta. El ardor que sentía en su estómago fue calmado, pero aún sentía un vacío enorme, el cual fue olvidado cuando su alrededor comenzó a dar vueltas. Iba por la quinta botella, la cual le provocó ganas de vomitar. Cada trago que daba lo incitaba a dar uno más, sentía que su cabeza iba a estallar. Todos los borrachos a su alrededor quedaron perplejos al ver la belleza que se encontraba arriba de ellos, la cual se habían negado a mirar al estar inmersos en sus mundos de botellas. Un largo silencio se hizo presente en el lugar, siendo interrumpido por un crujido que hizo eco dejándolo sordo. Una nube cayó a los pies de él ante la mirada de perplejidad de la mayoría. Un fuerte viento comenzó a mover todo el lugar, el cielo se partió a la mitad convirtiéndose en noche. Todos los que habían quedado maravillados con el cielo comenzaron a llorar. Cada lágrima que caía al suelo se convertía en un charco de cerveza, el cual rápidamente se convirtió en un río que empezó a llevarse los pesares con los que habían llegado al nacer. Los lamentos que empezaban a salirse de control fueron rápidamente ocultados por una fuerte lluvia de cristal que atravesaba a cada persona, callando su sufrimiento por un instante. El cielo se había cansado de tenerles pesar y de escuchar sus lamentos, que eran ahogados por personas que no sabían nadar. El río se desbordó llevándose a los que quisieron luchar. Él miraba toda la situación sin dejar de tomar su cerveza, ignorando al cielo que lo miraba con tristeza.

Al parar la lluvia aparecieron dos mujeres, a las cuales él miró como a un solo ser. No podía dejar de verla, ni quería hacerlo. Ella, al percatarse de su mirada, le sonrió. Aquella sonrisa lo destrozó. Su corazón empezó a acelerarse por un miedo enfermizo y ganas de estar cerca de ella. Los ojos de aquella mujer eran de un color que, sin importar cuánto los detallara, no podía asignarles un color. Al darse cuenta se encontraba perdido en aquel laberinto interminable que lo llevaba a sentir soledad. Al verla mejor, notó el cansancio de aquella mujer, el cual venía acompañado por enormes ojeras.

Ella se acercó quitándole la cerveza de la mano, dio un trago y se sentó a su lado. Él la miraba, intentando descifrar qué la atormentaba. Los dos se quedaron en silencio mientras pensaban en cosas diferentes; cada uno tenía un sueño momentáneo, el cual querían cumplir estando al lado del otro. Tras un breve parpadeo, aquella mujer salió corriendo del bar. Él dudó por un instante y empezó a perseguirla por las sucias calles de la ciudad. Él intentaba alcanzar su alma, pero ella se alejaba más de él. De golpe se detuvieron en la entrada de una discoteca, los dos se formaron. Ella estaba delante de él, la música se escuchaba y ella se movía lentamente al ritmo de esta. Hacía frío, las calles estaban llenas de personas que buscaban refugio para no escuchar sus pensamientos. Una pelea comenzó, la cual los dos ignoraron, adentrándose en aquel lugar. Ella estaba emocionada, él solo la observaba. Siendo absorbidos por la oscuridad, empezaron a caminar por un largo y ancho pasillo. Cada paso que daban la música se escuchaba más fuerte, lo cual la hacía emocionar. Llegaron a una entrada enorme donde el otro lado estaba cubierto por una delgada cortina. Los dos olvidaron todo al cruzar. Las luces de colores pegaron en sus caras evitando que pudieran ver al pasado, y la música apagó sus pensamientos evitando que sufrieran. Ella lo tomó nuevamente de la mano, arrastrándolo al medio de la pista, donde todos bailaban sin parar. Los dos empezaron a mover sus cuerpos, ella libre, él imitando a los demás. La música los llenaba de éxtasis, absorbiéndolos en una mentira de la que no querían escapar.

Él miraba sus movimientos, que lo atraparon. Ella tenía la mirada perdida y una pequeña sonrisa que dejó al descubierto su ser. La canción cambió de golpe a una lenta. Todo a su alrededor desapareció; solo existía ella, la cual lo miró haciendo una seña con sus manos para que él se acercara. Él dio unos cuantos pasos, quedando frente a ella. Tomándola de la cintura, sintió todas sus inseguridades y problemas. Ella puso sus manos en sus hombros. Empezaron a moverse lentamente; él intentaba seguirle el paso, ella era feliz. Sin poder dejar de ver aquellos ojos claros, intentaba resolver el acertijo de su mirada que dejaría al descubierto todos los misterios de su vida. Pero por más que buscaba no hallaba cómo darle felicidad. Aquella mujer tenía millones de miedos, los cuales él notó con facilidad. Aunque los ojos de ella eran de neutralidad, quería ser amada por lo que era, aunque en ese mismo instante era alguien más.

— ¿Quién te hizo tanto daño? —preguntó él. La música se detuvo de golpe, trayéndolo a la realidad. Todos los presentes los miraban, apuntándole con su dedo acusador. Ella solo suspiró apartando su mirada de él.

— No soy el reemplazo de ella —dijo alejándose de él. Todo el lugar empezó a venirse abajo, pero le daba igual, él solo la miraba. No dudó en buscarla, simplemente no lo intentó. El pasado se hizo presente en el lugar, dejando relucir las heridas que aún se encontraban frescas en aquella mujer. Su delicado cuerpo no soportaba un golpe más, si él la tocaba sería partida a la mitad. El pasado sonreía sabiendo que no podía ser cambiado y que ninguno de los dos había aprendido a soltar.

Caminando sin rumbo por las sucias calles de la ciudad, evitaba pensar en sus problemas, sabiendo que llegaría al mismo lugar. Se detuvo intentando llorar, el cielo esperaba sus lágrimas, él dudaba sobre avanzar. Sacando un cigarrillo de su bolsillo, lo encendió dándole una bocanada. Escuchando el grito de una mujer, volteó a mirar al otro lado de la calle, viendo a un hombre correr con un teléfono en su mano. Los gritos de ayuda de la mujer provocaron miles de pensamientos, los cuales despejó soltando el humo por su boca. En aquel momento él volvió a creer en Dios para tener a alguien a quien culpar de sus desgracias.