Le di la última bocanada a mi cigarrillo, tiré la colilla, boté el humo y con este se fueron mis pensamientos. Dejé de existir. Todo parecía pasar lento. El cielo estaba más hermoso e inseguro de sí mismo. Por más que me presumía sus miles de estrellas, no lograba ver toda su belleza. El viento recorrió mi piel proponiéndome un recuerdo el cual rechacé. Una leve punzada en mi pecho me volvió a la vida. Aquella sensación se transformó en un dolor intermitente, el cual incrementaba al pasar de las horas. El hormigueo volvió en la herida del lado izquierdo de mi abdomen, la cual comenzó a dilatarse. Algo empezó a moverse en mi interior, comiéndose mi carne con pequeños mordiscos que hacían resonar mis huesos. Mi mano derecha empezó a temblar, mientras mi alma pedía a gritos un poco de aquel polvo.
El tiempo se detuvo. Mis ojos empezaron a llorar. Cada minuto mis ansias por fumar se incrementaban. Las estrellas se reían a carcajadas. Mi cabeza crecía queriendo estallar. Me desmayé abruptamente por una milésima de segundo. Fue algo tan momentáneo que dudaba que fuera verdad. Miré a mi alrededor confundido mientras me comía las uñas intentando calmar mi ansiedad... Un chillido familiar me trajo paz, el cual se transformó en felicidad al ver aquella puerta abrirse. Una luz salió del interior de la casa iluminando efímeramente gran parte de la calle. Del interior salió un hombre con cautela, mirando nerviosamente a todos lados. Era un cliente que nunca había visto. Llevaba puesto un hermoso vestido corto, el cual solo con mirarlo podía decir que era caro. Era alto y musculoso en exceso, tenía un gran bigote y una cicatriz en su cara. Cerrando la puerta, empezó a caminar dando pequeños saltos, mientras tarareaba felizmente una canción con su gruesa voz. Sus pasos resonaban en todo el lugar, formando un eco que alteró a los gatos que maullaban enojados. No podía definir lo que sentí al verlo, pero sabía que no me debía acercar a él. La oscuridad lo absorbió haciendo que sus pasos ya no se escucharan, dejando todo con un silencio abrumador.
Al pasar un rato me puse de pie con dificultad. El dolor que sentía se distribuyó por todo mi cuerpo, destrozando cada parte de mí. Mis piernas no dejaban de temblar con cada paso que daba. Con desesperación empecé a inhalar y exhalar profundo intentando calmarme, pero los maullidos de los gatos enojados me alteraban más. Sentí miedo al llegar a la puerta y no saber qué decir. Un fuerte mareo me detuvo de salir corriendo, pero no las ansias que me hacían morderme las uñas. Ignoré el motivo de mis emociones. En ese instante solo quería verla. Tras un suspiro, toqué la puerta dos veces suave y una fuerte, aclarando mis pensamientos. Ella abrió y volví a estar vivo al verla desnuda. La calidez que emanaba me acogió haciéndome olvidar todo. Tenerla al frente me daba paz. No me cansaba de ver su piel morena y, aunque estaba seria por verme malherido, me encantaba ver su cara. Por un instante me desvié por sus grandes caderas, las cuales me volvieron a llevar a aquellos hermosos ojos cafés.
—Tanto tiempo —exclamó molesta, sacándome de mis pensamientos.
—¿Me extrañaste? —pregunté mostrándole una sonrisa. Mis ojos se cerraban solos. Quería caer al suelo y descansar, pero le había prometido que no volvería a desmayarme en su presencia. Verla ocultando su preocupación era algo que me alegraba por alguna razón. Se me hacía raro que alguien tan hermosa me valorara tanto.
—Pasa —dijo dándome la espalda.
—¿Ni un beso me darás? —pregunté con un tono triste, el cual fue ignorado por ella. Me adentré en la casa sintiendo una calidez que siempre olvidaba al entrar a aquel lugar. Un confort recorrió mi cuerpo llenándolo de pensamientos. Cada parte de mí suplicaba que no volviera. Me decía que me quedara al lado de ella, lo cual sabía que era imposible.
Me acomodé en una vieja silla, dejando mi mochila a un lado. Podía mirarla moverse sin prisa por toda la casa. Verla tranquila me hacía olvidar de mis adicciones. Me perdí en su cuerpo preguntándome qué mal estaba pagando alguien tan perfecta como ella para estar en el mismo lugar que alguien como yo. A pesar de su fuerte carácter, siempre mantenía una tranquilidad melancólica, lo cual me ponía triste al no poder descifrarla. Después de un rato de voltear, se puso una camisa negra, la cual le quedaba grande. Acercándose a mí con una petaca de alcohol, un cuchillo y un gran frasco donde había aguja e hilo, me miraba de una forma que conocía bien, pero era la primera vez que la veía en ella. Con un suspiro me pasó la petaca destapada, a la cual le di un gran trago. —Qué horrible sabor —dije haciendo una mueca. Ella sonrió y me quitó la botella de las manos con un brillo en sus ojos.
—Respira profundo —dijo vaciando gran parte de la petaca en mi abdomen. El alcohol entró en mi herida haciendo que mi carne se contrajera, provocando un ardor insoportable. Aguantándome las ganas de gritar, mi cabeza empezó a palpitar. —Deja de ser marica —dijo pasándome nuevamente el licor. Le di otro trago mientras me perdía en sus ojos. —Si respiras hondo no te va a doler —dijo clavándome el cuchillo, moviéndolo histéricamente en círculos. Tenía boca, pero no podía gritar. Poco a poco mi cordura decayó hasta el punto de acostumbrarme a la sensación de ser cercenado por ella. Di otro trago; aquel sabor ya no estaba tan mal. Un calor invadió mi cuerpo cuando ella metió su mano dentro de mí, agarrando todo lo que pudo. Sacó un puñado de carne putrefacta y lo tiró en un bote que estaba al lado de mi mochila.
—¿Cómo sigues vivo? —preguntó quitándome la petaca, dando un largo trago. Su mirada de decepción se había vuelto una de preocupación—. Sí te extrañé. Bienvenido a casa, ¿cómo te fue? —dijo con una gran sonrisa.
Sin dejar que respondiera, introdujo dos de sus dedos en mi herida, empezando a buscar en mi interior. Aquella mirada de preocupación se transformó en una sádica, la cual solo quería causarme dolor. Al darme cuenta, tenía introducida toda su mano. Aquellos ojos cafés estaban extasiados por alguna razón. Algo empezó a moverse en mi interior, formando un gran bulto en mi pecho. Metiendo de golpe su antebrazo, agarró de la cola a aquella criatura y empezó a jalar con fuerza, pero esta se aferraba a mi carne. Aquella extraña cosa empezó a escapar dando mordiscos que resonaban en mis adentros. Ella seguía jalándolo en un éxtasis grotesco. A pesar de tener la cara cubierta de sangre, se veía hermosa. Un chillido se hizo presente y aquel bicho empezó a retorcerse histéricamente, buscando salida. —Esto dolerá —dijo sacándolo de un jalón. Perdí el conocimiento por una milésima de segundo tras sentir alivio.
—Sí que tienes suerte —dijo ella trayéndome a la realidad. Me quedé un par de minutos en silencio mirando al techo, absorbido por la comodidad que me brindaba el lugar—. Mira —insistió ella, feliz, enseñándome una especie de gusano enorme, el cual se movía histéricamente en sus manos. Tenía dientes puntiagudos, los cuales aún guardaban restos de mi carne. Poniéndolo en un frasco con agujeros en su tapa, preguntó con felicidad qué nombre le iba a poner.
—Rodolfo —dije sin pensarlo.
—Qué nombre más feo —dijo dejando el tarro en el suelo. Tomando la aguja e hilo, empezó a coserme mis heridas con delicadeza. El silencio se hizo presente, pero no me sentía intranquilo por alguna razón. Ella solo limpiaba y cosía mis heridas con una gran sonrisa. —Felicidad —me pregunté cerrando los ojos.
—El tontito —exclamó de repente como si de una epifanía se tratara. Tomando el tarro con sus manos, miró aquel gusano cubierto de sangre—. Tu nombre será el tontito —dijo con un brillo en sus ojos. En ese momento presencié cómo se le rompía el corazón al tontito.
Después de un rato, ella terminó de coser y limpiar mis heridas. —¿Cuánto te debo? —pregunté agarrando mi mochila con dificultad. La sensación de hormigueo había desaparecido, con el dolor, la sangre y la suciedad que cubrían mi cuerpo.
—Nada —dijo apuntando al frasco donde estaba el gusano—. Me quedaré con el tontito; eso es suficiente. —Aunque se me hacía raro por qué deseaba ese bicho, no quise preguntar...—. ¿De dónde sacaste esa mochila? —preguntó.
—No soy un carroñero —respondí, sacando una rebanada de pastel de chocolate de esta—. Toma —dije.
—¿Y para ti? —preguntó a punto de llorar. Aún me parecía raro que siempre que le daba algo se pusiera sentimental, aunque era bonito verla vulnerable a veces.
—Ya comí —dije, moviendo la bolsa del pastel para que lo tomara.
—Gracias —dijo tomándolo con una gran sonrisa. Destapando la bolsa, olió su interior, sintiendo excitación. Dando el primer bocado, saboreó poco a poco cada mordida. —¿Seguro no quieres? —preguntó con la boca llena. Sí quería, pero al verla comer con tanta felicidad solo pude negar con la cabeza. El silencio cubrió el lugar nuevamente. Yo me perdí en mis pensamientos con la mirada perdida en ella. Sabía que en un rato tendría que levantarme y volver a la torre, pero nada de eso importaba en este momento.
—No te enamores de mí —dijo mirándome a los ojos.
—¿Por qué no puedo? —pregunté, agarrando la petaca de alcohol.
—Porque te llevo muchos años —respondió.
—Entiendo, de todas formas, no eres mi tipo de mujer —dije, dando un gran trago. Aquel amargo sabor volvió, pero era agradable para el momento.
—¿Y cuál es tu tipo de mujer? —preguntó algo molesta.
—¿Cuánto te falta? —pregunté, cambiando la conversación.
—Dos clientes y lo habré logrado —dijo, quitándome la petaca de las manos.
—No te olvides de los pobres cuando tengas una gran familia —dije con felicidad, aunque sabía que no la volvería a ver.
El tiempo pasó. Cada minuto que transcurría estábamos más borrachos. Todo nos daba vueltas y poco a poco caíamos más en la tristeza. —Mañana me toca madrugar —dije, levantándome de la silla. Ella se levantó del lugar donde estaba sentada y me acompañó hasta la puerta.
—Sabes, lo estuve pensando —dijo mientras se apoyaba en la puerta—. Puedes ser parte de mi familia. Ya no tendrías que pagarme por una marca temporal y no estarías solo en aquel horrible lugar. Podríamos ahorrar juntos y tener una mejor vida. ¿Qué te parece? —preguntó con un brillo en sus ojos que rompió mi corazón.
Sonreí, sabiendo que solo eran delirios de una mujer borracha. Aunque aquellas palabras me ponían realmente feliz, no podía tomármelas en serio. Salí de la casa sin mirar atrás, sabía que me destrozaría verla y aunque deseaba mentirme no podía ilusionarme...
—¿Qué te pasa? —preguntó molesta—. Sí que eres bonito y bobo, lo que digo es verdad. Mañana tú y yo nos iremos de este asqueroso lugar... —dijo ella cerrando la puerta.
Ella apagó aquella linterna y todo volvió a la oscuridad. El frío recorrió mi cuerpo, dándome las dulces noches. La oscuridad me cobijaba, dándome consuelo y un poco de amor. Mis pensamientos se negaban a creer lo vivido, queriendo perderse al cerrar mis ojos.