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Chapter 4 - Capítulo 4: Un Pasado Difícil De Contar

Lo que pasó fue repentino, y en un parpadeo, Darius y Ayla se encontraron estrellándose contra un suelo que parecía más duro de lo esperado. A pesar del impacto, ambos se levantaron rápidamente, el aturdimiento momentáneo dio paso a la alerta. No había tiempo para sorpresas; tenían que entender qué estaba pasando.

El entorno que los rodeaba era indescriptible. Se encontraban en un pasillo largo, infinitamente largo, sin ningún indicio visible de inicio o final. La luz en el lugar era tenue, una especie de resplandor débil provenía de los símbolos en las paredes, lo suficiente para permitirles distinguir su entorno, pero no lo bastante como para ofrecerles algún tipo de consuelo. El zumbido sordo en el aire era la única constante, resonando en sus oídos mientras la sensación de vacío se apoderaba de ellos.

Ayla, inquieta, dio un paso hacia adelante, mirando con cautela hacia las sombras que parecían seguirlos. El pasillo se extendía hacia ambos lados, sin ningún cambio en la arquitectura, todo era igual. Cada paso que daban resonaba en el silencio abrumador, como si el lugar estuviera esperando algo, o tal vez nada en absoluto.

—¿Dónde estamos, Darius? —preguntó Ayla, sin poder esconder su inquietud. Sus ojos recorrían la distancia, buscando alguna pista, alguna salida. La idea de estar atrapada en un lugar tan vasto la angustiaba.

Darius no respondió de inmediato. Estaba observando el pasillo con una calma que parecía fuera de lugar, como si ya hubiera estado en muchos lugares como ese. Finalmente, dio un paso hacia ella, su rostro tan sereno como siempre, imperturbable.

—No lo sé —dijo, su voz grave y firme, con una tranquilidad casi inquietante—. Pero no tenemos más opción que avanzar. Si seguimos aquí, corremos el riesgo de perder más que nuestro rumbo.

Ayla no podía evitar sentir que algo en su interior se revolvía. Darius siempre tenía una respuesta lógica, una solución fría para cualquier situación, pero no podía ignorar la sensación de opresión que sentía al estar rodeada de esa oscuridad.

—¿Es esto... una trampa? —se preguntó en voz baja, aunque no esperaba una respuesta. Todo en ese pasillo, en ese ambiente, le decía que algo estaba mal, pero no podía identificar qué.

Darius, aunque tranquilo, no dejó de analizar el entorno. Cada paso que daban parecía llevarlos más profundo en ese lugar, y no había indicios de salida o de quién podría haberlos traído allí. Los símbolos en las paredes, con su luz fantasmal, apenas los iluminaban, y el eco de sus pasos se perdía rápidamente en el vacío.

—Probablemente. Pero es inútil preguntarnos por qué estamos aquí —respondió, con una frialdad que reflejaba su experiencia en enfrentarse a lo desconocido—. Lo que importa ahora es qué vamos a hacer al respecto. Tenemos que seguir adelante.

Ayla frunció el ceño, sin poder dejar de sentirse nerviosa. Todo en este lugar parecía tener algún propósito, pero no podía adivinar cuál era. Darius la observó por un momento, como si comprendiera el malestar que la invadía, pero no había consuelo en sus palabras.

—No es el momento de distraernos con preguntas sin respuesta. Si nos detenemos, no avanzaremos —dijo, mientras continuaba su paso firme. Su voz no dejaba espacio para la duda.

El zumbido en el aire se intensificó, resonando a lo largo del pasillo, y a medida que avanzaban, Ayla miraba cada símbolo que decoraba las paredes. Algunos parecían moverse sutilmente, como si tuvieran vida propia, pero sin una lógica clara. Todo en ese lugar era ambiguo, como si cada detalle estuviera diseñado para confundir y desconcertar a quien se adentrara en él. Ayla se sintió más pequeña cada vez que la mirada caía en los símbolos.

—¿Qué son esos símbolos? —preguntó, tratando de centrarse en algo concreto, para distraerse de su creciente ansiedad.

Darius desvió la mirada a los símbolos, pero no se detuvo en ellos. Él no se dejaba atrapar por lo que no entendía. Se mantenía alerta, como si el ambiente mismo estuviera esperando que cometieran un error.

—No lo sé —respondió con desdén—. No tenemos tiempo para averiguarlo. Lo importante es que esto no es un lugar común. Y probablemente tampoco es una casualidad.

Ayla asintió en silencio, pero la incertidumbre seguía nublando su mente. Podía sentir la presión del lugar en su pecho, una sensación de claustrofobia a pesar de la vastedad del pasillo. La oscuridad que los rodeaba parecía más opresiva con cada paso. El aire era pesado, y el único sonido constante era el eco de sus propios pasos, como si el lugar los estuviera observando.

Ambos avanzaron en silencio, cada uno con sus propios pensamientos. Ayla trataba de mantener la calma, pero no podía evitar preguntarse qué les esperaba en ese pasillo interminable. ¿Había alguna salida? ¿O simplemente estaban siendo arrastrados hacia un destino incierto?

Finalmente, Darius rompió el silencio.

—No hay respuesta fácil. Aquí solo hay una opción: avanzar. Y si es una trampa, entonces tenemos que descubrir por qué. Nadie nos ha traído aquí sin un propósito. Y no me voy a quedar de brazos cruzados esperando a que me lo expliquen.

Ayla lo miró, buscando algo en sus ojos, alguna señal de duda, pero no encontró nada. Darius se mantenía firme, tan imperturbable como siempre. Tal vez esa calma era lo que los mantenía en movimiento, avanzando sin cuestionarse demasiado.

El pasillo continuaba extendiéndose ante ellos, interminable. Las paredes parecían cerrarse con cada paso que daban, como si el espacio estuviera cada vez más comprimido. El zumbido persistente en el aire no hacía más que aumentar la sensación de inquietud, y, a pesar de la serenidad con la que Darius se movía, Ayla no podía evitar sentir el peso del miedo acumulándose en su pecho.

A medida que avanzaban, las sombras a su alrededor comenzaron a intensificarse. No era oscuridad completa, pero sí algo más denso, como si la luz tuviera dificultad para atravesar el espacio. Los símbolos en las paredes, que antes parecían ser meros adornos, comenzaron a tomar forma, a adquirir una presencia más palpable. Algunos brillaban con una intensidad incómoda, otros cambiaban de forma a medida que los observaban.

Ayla se detuvo un instante, mirando hacia las paredes con creciente desconfianza. Los símbolos no solo cambiaban, sino que parecían moverse, como si tuvieran vida propia. Intentó hablar, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Algo en ese lugar era diferente, algo que ni ella ni Darius comprendían por completo.

—¿Lo estás viendo? —preguntó, su voz baja, como si temiera que la respuesta alterara aún más el ambiente.

Darius no se detuvo. Sus ojos, siempre analíticos, recorrieron las paredes sin un atisbo de sorpresa. Era como si ya hubiera enfrentado situaciones aún más extrañas en su vida, como si la incomodidad del momento no lo afectara de la misma manera en que afectaba a Ayla.

—Sí —dijo, con una calma que en otras circunstancias habría sido reconfortante, pero que ahora solo aumentaba la incomodidad de la situación—. Pero no podemos perder el tiempo en eso. Avancemos.

Ayla quería protestar, preguntar más, entender más, pero algo en la actitud de Darius la hizo callar. Sabía que no era momento de dudas, no era momento de perderse en las pequeñas cosas. Así que, aunque la incomodidad seguía palpándola, hizo un esfuerzo por continuar caminando a su lado.

El pasillo parecía no tener fin, y a medida que avanzaban, la sensación de que algo los observaba desde las sombras se intensificaba. Ayla no podía quitarse la sensación de que las paredes las estaban acechando, de que algo las seguía. Pero, a pesar de todo, se mantenía firme a su lado, confiando en que Darius encontraría una salida, o al menos una solución. Cada paso que daban parecía resonar más fuerte de lo que debería, como si las propias paredes estuvieran absorbiendo los sonidos y devolviéndolos con una fuerza que las inquietaba aún más.

Ayla no podía evitar pensar que quizás había algo más en ese pasillo, algo que no lograba comprender. No sabía qué era exactamente, pero las sombras en los rincones del corredor no la dejaban tranquila. Intentó concentrarse en la figura de Darius, quien caminaba delante de ella con paso firme, aunque también parecía estar analizando el entorno con la misma atención que ella. Por alguna razón, su presencia era reconfortante, aunque Ayla no pudiera evitar preguntarse si incluso él había sentido alguna vez miedo.

—¿Nunca has sentido miedo, Darius? —preguntó, sin pensar demasiado en las palabras. Su curiosidad no podía ser ignorada, y en el momento, era lo único que podía poner en voz alta.

Darius no se detuvo. Su risa suave llegó a sus oídos, pero no fue la respuesta que esperaba. En lugar de una broma ligera, su tono se alzó un poco, como si estuviera pensando en algo más profundo.

—¿Miedo? —repitió, su voz llena de una tranquilidad inquietante—. Claro que lo siento, Ayla. El miedo nunca desaparece, solo cambia. Lo importante es saber cómo enfrentar lo que sea que te haga sentirlo. Y créeme, todos enfrentamos algo que nos hace temblar.

Ayla se quedó en silencio, sus pensamientos viajando entre las palabras de Darius. La forma en que hablaba le hacía pensar que, detrás de esa fachada juguetona, había algo mucho más serio que él no mostraba fácilmente. Pero, aunque no lo dijera, su actitud relajada y su capacidad para mantenerse en control incluso en esa oscuridad sugerían que ya había enfrentado mucho más de lo que parecía.

—Entonces, ¿cuál es tu miedo, Darius? —preguntó, sin esperar una respuesta sencilla. Su mirada se desvió hacia las sombras, como si algo en ellas pudiera tener la respuesta.

Darius no la miró inmediatamente, pero sí sonrió en su interior, como si estuviera evaluando la pregunta con interés. Finalmente, su voz salió clara, pero con un toque más profundo que antes.

—Mi miedo… —empezó, su tono juguetón transformándose levemente en algo más serio—. Es no ser capaz de encontrar lo que busco. He recorrido mucho, Ayla. He vivido más de lo que mucha gente podría contar en una vida entera. Pero, en el fondo, siempre hay algo más. Algo que no puedes tocar con las manos, pero que te hace seguir adelante. Tal vez es libertad. Tal vez es algo más. No lo sé con certeza.

Ayla lo observó en silencio, buscando alguna pista en su rostro, pero no encontró más que esa sonrisa enigmática. Darius continuó sin mirar atrás, como si fuera completamente natural hablar de ese tema con alguien que acababa de conocer.

—Pero… lo que sé es que he aprendido a no esperar demasiado. Al final, todo se trata de tomar lo que la vida te da y no arrepentirte de lo que dejaste atrás —dijo, antes de añadir con un toque más ligero—. Aunque, si te soy sincero, si hubiera conocido mi fuerza cuando era más joven, tal vez habría conquistado más de una ciudad por ahí. O dos.

La última frase salió con un tono jocoso, como si intentara suavizar la seriedad de sus palabras anteriores, pero Ayla pudo ver que había algo más detrás de ese comentario. Aunque Darius lo decía con una risa, no pudo evitar notar la forma en que sus ojos brillaron por un segundo, como si realmente creyera que su fuerza no tenía límites.

—¿Te crees capaz de eso, eh? —preguntó Ayla, sin poder evitar la curiosidad que se reflejaba en su tono.

Darius soltó una risa ligera, y al darse cuenta de lo que había insinuado, su actitud volvió a volverse juguetona y confiada.

—Oh, lo sé. Pero, por suerte, ya no tengo esas ganas de conquistar ciudades. Ahora prefiero dejar que el destino se encargue de eso. —dijo, su sonrisa aún dibujada en el rostro. —Aunque, si alguna vez se me presenta la oportunidad de impresionar a una dama como tú… no prometo no intentarlo.

Ayla levantó una ceja, sorprendida por la forma en que había cambiado su actitud tan rápidamente. Sin embargo, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, sabiendo que, en el fondo, había mucho más en Darius de lo que mostraba.

—Vaya, con esa confianza… ¿quién podría resistirse? —respondió Ayla, dejándose llevar por la broma, aunque algo le decía que debajo de esas palabras jugaban secretos que aún no lograba entender completamente.

A medida que continuaban su caminata por el pasillo interminable, el aire parecía menos pesado, aunque la sensación de estar siendo observados nunca desapareció por completo. Pero algo en la actitud de Darius había hecho que, por un momento, el mundo pareciera más ligero, como si su fuerza no solo residiera en sus músculos, sino también en la forma en que podía transformar cualquier momento oscuro en algo más llevadero.

Ayla aún no entendía todo sobre él, pero algo en su interior sabía que estaba empezando a descubrir más de lo que jamás habría esperado.

El silencio entre ellos se alargó, y aunque Ayla no apartaba la vista de Darius, él parecía sumido en pensamientos que no compartía fácilmente. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro y sonrió, como si encontrara algo curioso en la situación.

—¿Sabes? Siempre he creído que hay preguntas que dicen más de quien las hace que de quien las responde —dijo con un tono ligero, casi juguetón, pero con un trasfondo que lo hacía parecer más profundo de lo que dejaba entrever.

Ayla arqueó una ceja, divertida, aunque la respuesta no era la que esperaba.

—¿Eso es una forma educada de evadir mi pregunta?

Darius rió suavemente, una risa que parecía calculada para desarmar cualquier intento de confrontación.

—No exactamente —respondió, inclinándose un poco hacia adelante, como si estuviera compartiendo un secreto—. Pero si insistes… Digamos que la vida tiene formas curiosas de enseñarnos cosas.

Hizo una pausa, observando cómo Ayla inclinaba ligeramente la cabeza, interesada pero sin presionar demasiado.

—Cuando era más joven, creía que todo se trataba de fuerza y propósito. Algo noble, algo que valiera la pena. Pero las lecciones más duras no las aprendí en la batalla, sino después. A veces, perder algo no es el final, sino el principio de algo más… interesante.

Sus palabras flotaron en el aire, y la forma en que las dijo, acompañadas de una mirada que parecía medir la reacción de Ayla, la dejaron pensativa. Por un momento, no supo si estaba impresionada por lo que decía o por la manera en que lo decía, como si cada palabra estuviera perfectamente calculada para resonar.

—¿Y qué perdiste tú? —preguntó finalmente, con una mezcla de curiosidad genuina y cautela.

Darius sonrió, pero esta vez fue una sonrisa más contenida, casi melancólica.

—Muchas cosas. Algunas las dejé atrás porque era necesario. Otras porque no tenía otra opción. Y algunas simplemente… desaparecieron antes de que pudiera darme cuenta.

El tono de su voz bajó ligeramente, dejando entrever que, aunque hablaba con aparente ligereza, había algo más profundo que no quería exponer del todo.

Ayla pareció querer decir algo, pero se contuvo, como si no quisiera invadir el espacio que Darius parecía haber creado a propósito.

—Pero no soy de los que se quedan mirando al pasado —continuó, enderezándose y recuperando su actitud más relajada—. Lo que importa es lo que hacemos con lo que queda. Y créeme, Ayla, siempre hay algo que queda.

La forma en que pronunció su nombre, con una familiaridad que no debía tener, la hizo tensarse ligeramente. Sin embargo, no era una tensión incómoda; más bien, era como si él hubiera encontrado una forma de entrar en su espacio sin que ella se diera cuenta.

—Eres… interesante, Darius —comentó, tratando de equilibrar la balanza.

Él rió de nuevo, una risa breve pero significativa.

—No sabes cuánto me alegra escuchar eso.

El silencio cayó entre ambos tras las últimas palabras de Darius, denso pero no del todo incómodo. Él lo rompió con un gesto casual, sacudiendo las manos como si se quitara un peso invisible.

—Bueno, siempre dicen que un hombre con cicatrices tiene historias interesantes —comentó con una sonrisa ligera—. Aunque, claro, algunas son más difíciles de contar que otras.

Ayla asintió, intrigada.

—¿Y tú? ¿Eres de los que las cuentan o de los que las esconden?

Darius ladeó la cabeza, como considerando la pregunta.

—Depende de la audiencia. Pero contigo, Ayla, creo que preferiría que las adivines.

Ella rió entre dientes, no del todo segura si era un cumplido o un juego. Antes de que pudiera responder, Darius continuó, esta vez con un destello pícaro en los ojos.

—Aunque debo advertirte, no todas mis historias son aptas para orejas inocentes.

Ayla frunció el ceño ligeramente, confundida.

—¿Inocentes?

—Sí, ya sabes, como las de un dragón recién salido de su huevo —respondió con aire casual, como si la broma fuera obvia.

El silencio que siguió no fue lo que él esperaba. Ayla parpadeó, claramente perdida, mientras Darius intentaba contener una sonrisa más amplia.

—¿Es una expresión común o…? —preguntó finalmente, insegura.

Darius soltó una risa breve, levantando las manos en señal de rendición.

—Olvídalo, creo que mi humor todavía no se traduce bien fuera del campo de batalla.

El ambiente quedó en un extraño limbo hasta que Ayla, decidiendo que era mejor cambiar de tema, inclinó ligeramente la cabeza hacia él.

—Bueno, dejando de lado tus bromas… ¿Y Malaquías? Dime cómo es el y de dónde viene.

Darius dejó escapar un sonido bajo, algo entre un suspiro y una risa.

—Ah, los Volkov. Son un caso aparte. Si quieres saber de disciplina, de orgullo y de una voluntad de hierro, ellos son el ejemplo perfecto. Pero no pienses que son solo eso.

Ayla lo miró, intrigada.

—¿No?

—No. Su fuerza no está solo en su capacidad militar o en la lealtad que inspiran, sino en lo que representan. Para ellos, el deber no es una carga, es un privilegio. Cada uno de los Volkov que he conocido lleva ese legado como si fuera una armadura, pero también una corona.

Hizo una pausa, como si midiera sus siguientes palabras.

—Malaquías, sin embargo, es… diferente. No porque no comparta esos valores, sino porque los lleva de una forma que parece más natural. Es como si estuviera hecho para ellos, pero también para algo más grande.

Ayla inclinó ligeramente la cabeza.

—¿Algo más grande?

Darius sonrió de lado, misterioso.

—A veces, uno puede sentir esas cosas en las personas. Malaquías no es solo un soldado, no es solo un Volkov. Tiene algo que lo hace destacar incluso entre los suyos, aunque nunca lo admitirá. Y créeme, en una familia como esa, destacar no es tarea fácil.

Ayla permaneció en silencio, procesando las palabras de Darius. La forma en que hablaba de Malaquías era diferente, casi como si le tuviera un respeto especial que no parecía regalar a cualquiera.

—Parece que lo admiras —dijo finalmente, con una leve sonrisa.

—Admirar es una palabra grande —respondió Darius, con un tono casual que no terminaba de convencer—. Pero sí, hay algo en él que hace que te preguntes hasta dónde puede llegar.

El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez, era más un espacio para reflexionar que una pausa incómoda.

El pasillo continuaba extendiéndose como un abismo interminable, sus paredes de piedra fría exudaban una humedad pegajosa que se adhería a la piel y al aliento. El eco de los pasos, aunque apagado, resonaba con un tono hueco que parecía absorber la energía del lugar. Las sombras danzaban erráticamente bajo la luz mágica de Ayla, proyectando figuras distorsionadas sobre las paredes, como si algo invisible las acechara desde los rincones más oscuros.

El aire se volvía más denso a cada metro, cargado de un olor metálico, como a hierro oxidado mezclado con tierra vieja. Un polvo fino flotaba en el ambiente, capturando la luz con partículas doradas que parecían suspendidas en un letargo eterno. La textura de las paredes no era uniforme; estaban cubiertas de grietas, arañazos profundos y manchas negras que parecían huellas de algún desastre lejano.

A medida que avanzaban, la temperatura bajaba imperceptiblemente. Un escalofrío recorría el lugar, y aunque no era un frío gélido, se sentía como si el aire mismo cargara una amenaza implícita. El sonido de algo rasguñando a lo lejos, quizás una piedra desprendiéndose, se mezclaba con el eco de sus propios movimientos, alimentando una sensación de vulnerabilidad difícil de ignorar.

Finalmente, el corredor dio paso a un espacio más amplio, pero lo que encontraron no fue alivio. Ante ellos se erguía una puerta gigantesca, o mejor dicho, lo que quedaba de ella. Las enormes planchas de madera reforzada y metal estaban desgarradas y dispersas por el suelo, como si una criatura de proporciones colosales la hubiera atravesado con pura fuerza bruta. Las astillas parecían aún frescas, clavadas en el suelo y en las paredes circundantes, mientras que los bordes de los marcos metálicos estaban retorcidos en ángulos imposibles.

Ayla alzó un poco más la intensidad de su luz mágica, revelando detalles que no hicieron más que intensificar el peso del lugar. Las marcas alrededor de la puerta sugerían un conflicto: arañazos profundos y grietas que se extendían como venas en las piedras circundantes. Algo o alguien había forzado su entrada sin cuidado alguno, dejando un rastro de destrucción que hablaba de poder desmedido, pero también de falta de control.

Darius se detuvo junto al marco roto, observando en silencio, mientras Ayla inspeccionaba los restos con cautela. Las columnas cercanas, decoradas con patrones desgastados, parecían testigos mudos de lo que había sucedido allí. Ella pasó la mano sobre la superficie de una de ellas, dejando una fina estela de polvo en el aire. La magia en su palma emitió un breve destello, iluminando grietas aún más profundas que parecían tragarse la luz.

El ambiente era pesado, casi opresivo, pero no había tiempo para detenerse demasiado. Al no encontrar nada más que pudiera darles pistas sobre lo ocurrido, ambos continuaron por un nuevo pasillo que se abría al final de la sala.

Este nuevo camino era más amplio, con techos altos que se perdían en la penumbra. Las columnas que flanqueaban el corredor estaban cubiertas de musgo seco y vetas oscuras que recordaban cicatrices. El suelo, aunque aún sólido, presentaba irregularidades que obligaban a ambos a moverse con más precaución.

Un sonido extraño, un crujido leve, hizo que ambos se detuvieran. Era apenas un murmullo al principio, pero con cada paso que daban, se volvía más claro, más definido. Algo o alguien estaba adelante, y el eco de su movimiento parecía envolverlos.

Al llegar a una sala más grande, un espacio cavernoso se abrió ante ellos. Las columnas aquí eran aún más numerosas, erigiéndose como guardianes silenciosos que se alzaban hacia un techo invisible. Una luz parpadeante al fondo capturó su atención.

Mientras avanzaban, la escena comenzó a tomar forma: una fogata improvisada ardía en la distancia, rodeada por un pequeño grupo. La luz proyectaba sombras largas y oscilantes sobre las columnas cercanas. Tres figuras estaban sentadas, con posturas relajadas pero alertas, mientras una más permanecía de pie, moviéndose inquietamente alrededor del campamento.

Una figura pequeña y luminosa flotaba cerca del fuego. Un hada de alas cristalinas que parecían reflejar los destellos de la fogata como un prisma, se mantenía en constante movimiento, nunca posándose, como si el contacto prolongado con el suelo fuera un anatema para ella. Sus alas emitían un zumbido suave, casi hipnótico, mientras trazaba pequeños círculos en el aire, manteniéndose cerca del calor del fuego pero con una energía que parecía inagotable.

El lugar, aunque menos opresivo por la presencia de vida, no dejaba de ser inquietante. Las columnas más alejadas se perdían en la penumbra, y el eco de la fogata parecía ser tragado por la inmensidad de la sala. Había una extraña mezcla de alivio y recelo en el ambiente, como si la desolación del lugar no pudiera ser completamente rota por la presencia humana.

Aunque todavía no se habían encontrado de frente, la familiaridad de las figuras cercanas a la fogata era innegable. Los detalles comenzaban a confirmarse en sus mentes: el grupo no era desconocido, y las tensiones acumuladas durante el recorrido empezaban a disiparse lentamente.