La situación era complicada. Habían logrado escapar a duras penas de la
ciudad. Sin embargo, justo cuando pensaron que habían recuperado su libertad,
un grupo especial de individuos comenzó a seguirles el rastro.
El recorrido desde la ciudad hasta la casa, casi destruida y apenas en
pie, había sido costoso en todos los sentidos. Cada tramo del camino estaba
plagado de pequeños obstáculos, y a esto se sumaban los perseguidores, quienes
no parecían dispuestos a permitirles escapar bajo ninguna circunstancia.
El bosque en el que se encontraban estaba repleto de ramas, lomas,
espinas, huecos, insectos y animales de todo tipo. Caminar por allí era una
tarea difícil; los obstáculos ralentizaban su avance y ponían a prueba su
resistencia.
Sin embargo, el mayor de los problemas para esta pareja no eran el bosque
ni los perseguidores que los acechaban. El verdadero desafío era que la mujer
estaba embarazada y a punto de dar a luz. No es que el embarazo fuese una
desventaja en sí mismo, pero, en aquellas circunstancias, era una complicación
significativa. Tener que atravesar una zona tan hostil mientras lidiaban con
las dificultades de un parto inminente resultaba agotador.
Si tan solo se tratara de un embarazo de algunos meses, la situación
sería diferente. Pero el bebé estaba a punto de nacer, y eso complicaba todo
aún más.
A pesar de las adversidades, lograron sobrevivir y encontrar refugio en
una pequeña casa oculta en el bosque. El camino recorrido y los esfuerzos
realizados eran dignos de admiración, especialmente los de la mujer, quien, con
una determinación asombrosa, consiguió contener a su hijo hasta llegar a un
lugar seguro donde pudiera sentarse y prepararse para el parto.
Sin embargo, el camino y los esfuerzos que había hecho durante todo el
recorrido eran desgarradores.
Por un momento, el hombre pensó que iba a perder a su hijo. Estaba
asustado por todo lo que habían vivido, pero su principal miedo estaba centrado
en los perseguidores: si los encontraban, todo estaría acabado. Además, tenía
claro que priorizaría a su esposa antes que a su hijo. Para él, ella era mucho
más importante.
Una de sus mayores preocupaciones era imaginarse siendo encontrado por
los perseguidores justo después del nacimiento de su hijo. Solo pensarlo lo
abrumaba. No obstante, cuando su mujer, en medio de dolores y a punto de dar a
luz, lo miró con una expresión llena de determinación, algo dentro de él
cambió.
Aunque estaba lleno de dudas y no sabía qué hacer, la mirada de su esposa
activó algo en su interior, dándole la confianza necesaria.
Por lo general, los partos eran asistidos por mujeres con experiencia,
pero allí no había nadie más que ellos dos. No tuvo más opción que ayudar a su
esposa si deseaba ver nacer a su hijo.
Siguiendo las indicaciones de su mujer, quien había participado en
algunos partos de sus amigas, hizo lo que pudo para tranquilizarla y asistirla.
Su objetivo era sacar a su hijo con vida de entre las piernas de su esposa.
Durante el proceso, cortó un pedazo de tela de su ropa y se lo puso en la boca
a su mujer para que lo mordiera con fuerza, evitando que hiciera ruido. Por
nada del mundo podía gritar; si lo hacía, los perseguidores podrían escucharlos
y encontrarlos.
Por suerte, todo salió bien, y su precioso hijo nació sano.
En cuanto sostuvo al bebé entre sus manos, todo el estrés, el nerviosismo
y el miedo se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Incluso él mismo
se sorprendió, pero comprendió que la felicidad de ver a su hijo era algo único
y maravilloso.
La emoción lo desbordó. Sin pensarlo, lo acercó a su rostro y comenzó a
acariciarlo con ternura.
Estoy tan feliz… Tan feliz de que estés aquí, pensó con una sonrisa que no podía ocultar.
Pensar que sería padre de un hijo de la persona que más amo en el mundo…
¡Todavía no puedo creerlo!
Una ola de arrepentimiento lo invadió, pero la alegría no lo dejó
detenerse.
¡Qué idiota fui al pensar que no deberías nacer por nuestro bien! ¡Lo
siento mucho… Lo siento mucho, hijo!
Mientras meditaba, las lágrimas resbalaban por su rostro, mezclándose con
una sonrisa llena de amor y gratitud.
"¡Este es mi hijo!" exclamó con entusiasmo.
El miedo de que su hijo naciera y terminara sufriendo por su culpa lo
había estado persiguiendo en cada momento. ¿Qué necesidad había de traer un
hijo al mundo si no serían capaces de cuidarlo y brindarle todo el amor que
necesitaba? Desde su punto de vista, hacer algo así era un acto de gran
irresponsabilidad.
Su esposa chasqueó la lengua.
"¡Nuestro hijo!" aclaró, haciendo una mueca tierna.
En ese momento, sintió el verdadero terror al escuchar aquellas palabras,
propias del comunismo.
Ella estaba recostada, bastante cansada, como se podía observar, y no era
para menos. Se había pasado caminando todo el día y, encima, acababa de dar a
luz.
"Tienes toda la razón, Ariel. Se trata de nuestro hijo", dijo él mientras
ponía al bebé en los brazos de su esposa y le besaba la frente.
"¡Qué lindo que es!"
"¡Qué lindo que es!"
"¿¡Cómo puede ser tan lindo!?"
"¡Es mi hijo!"
"¡Es mi hijo!"
Al oírla decir eso, no pudo evitar pensar lo siguiente:
¿Y ahora quién es la mala?
¿No se supone que era nuestro hijo?
Aunque mejor me callo. Ella da mucho miedo cuando la contradigo.
A veces, las cosas era mejor pensarlas antes de decirlas. O al menos, así
lo creía él. Entre
los hombres, se sabe que existe una regla básica e invisible: un esposo nunca
debe discutir con su esposa, pues siempre tiene las de perder, sin importar lo
que diga. La derrota está definida en el mismo momento en que el hombre intenta
buscar pelea.
"Es una combinación de tus rasgos, Inir, y los míos… Aunque así debe ser
un hijo, ¿verdad?" Termino riendo torpemente.
Verla tan animada y feliz le daba una sensación de plenitud que parecía
añadirle años de vida. Sus expresiones eran hermosas y únicas.
"¡Tienes razón! Tiene tus ojos rosas y mi piel morena. Es el fruto de
nuestro amor, Ariel." Dijo mientras se sentaba a un lado de su mujer,
acurrucándose juntos.
Estuvieron varios minutos sentados, uno al lado del otro, disfrutando del
momento.
En un momento, el pequeño parecía estar muy interesado en sus puntiagudas
orejas, por lo que Ariel no dudó en acercar las suyas para que su hijo jugara.
Sin embargo, mientras los observaba, deseaba también poner sus orejas para que
su hijo se divirtiera con él. A pesar de esto, pensó que era un momento lindo,
así que decidió no intervenir y dejó que ambos disfrutaran.
"No te pongas celoso de tu hijo, Inir. Después te dejo morderlas… si
quieres.", dijo Ariel con una expresión seductora y sonrojada.
Esas palabras lo descolocaron, pero de una manera agradable. Que su mujer
le enviara señales de querer hacerlo lo excitaba. El único problema era que
ella era una verdadera fiera en la cama, y él terminaba agotado rápidamente.
Estaba convencido de que el problema era ella: era demasiado buena y nunca se
cansaba. En el fondo, siempre ocultaba la vergüenza de sentirse físicamente
débil.
En realidad, era malo en todo lo relacionado con lo físico, pero muy
bueno en lo intelectual.
"¡Eh!… ¡Ehhh!… no estoy celoso, pero… acepto con gusto", respondió Inir,
nervioso por lo inesperado de las palabras de su amada.
Su sonrisa permaneció firme. Estaba viviendo un momento hermoso.
¡Esto es hermoso!
Me cuesta creer que, aunque estemos en un lugar tan simple, siento que
estoy en el paraíso. No sé cómo será el paraíso, pero este lugar podría serlo.
Estar aquí con mi esposa e hijo es algo que nunca imaginé. Estoy feliz. Espero
que podamos tener más momentos en familia como este.
Cuando sea más grande, quiero enseñarle a hablar, leer y escribir. Quiero
que vea la belleza de este mundo, a pesar de sus imperfecciones.
Quiero verlo encontrar a la mujer de su vida, como yo lo hice.
Jejeje, falta mucho para todo eso. Me emocioné demasiado. Pero será lindo
ver cómo mi hijo crece y cumple sus sueños, tal como lo hicimos Ariel y yo.
Pensó, y soltó un suspiro de cansancio y satisfacción.
-CONTINUARA-