Un cosquilleo eléctrico recorría el cuerpo de Pax mientras intentaba incorporarse. La tierra húmeda manchó su mejilla, dejando una sensación fría. El sabor metálico de la sangre llenó su boca —¿Qué ha pasado…?— susurró Pax, su voz temblorosa y arrastrada, como si las palabras le costaran escapar de su garganta. Cada parte de ella parecía vibrar débilmente, como si hubiera estado expuesta a una energía invisible. Su mente, borrosa y nublada intentaba recuperar la lucidez, pero los restos de un dolor sordo en su cabeza la dejaron aturdida, incapaz de levantarse.
A lo lejos, logra escuchar un sinfín de ruidos. El crujir de materiales rompiéndose, el eco de pasos pesados que retumban sobre el suelo, pero todo suena amortiguado, como si una capa invisible estuviera distorsionando todo. Los sonidos llegaron a sus oídos con una lentitud extraña, y por un momento, le costó recordar dónde está. Los recuerdos empezaron a aterrizar de a poco en su mente, y cuando finalmente conectó con la imagen de su entorno, un estremecimiento recorrió su espina dorsal. El lugar estaba lleno de ruinas, pero lo que realmente la dejó paralizada es la presencia de una figura que destacaba entre todo el caos.
Con dificultad, sus ojos se enfocaron en esa silueta que se recortaba contra la luz tenue, una figura tan familiar que su corazón dio un vuelco. —Lucecita…— murmura Pax, casi como si el nombre fuera un suspiro entrecortado. La visión borrosa no le impidió reconocerla. Allí estaba, él. "¿Cómo es posible que estuviera aquí, en este lugar, en este momento?", pensó Pax. El shock hizo que su cuerpo se quedara rígido, incapaz de moverse más allá de ese leve susurro, mientras su mente intentaba procesar la imagen ante ella.
Para Pax, apenas habían pasado unos segundos, pero para Meave, el tiempo parecía alargarse interminablemente. Había estado batallando contra aquella criatura unos minutos, sus movimientos ágiles y su mente afilada siendo lo único que la mantenían viva.
"Solo tengo que aguantar hasta que Leon vuelva", se repetía la pelirroja, casi como un mantra. Pero mantenerse en pie no era tarea sencilla: el ser atacaba con furia desenfrenada, moviendo sus seis extremidades con una velocidad y precisión que desafiaban la lógica. Cada golpe de aquellas extremidades, cargadas de fuerza, retumbaba como un eco en su cuerpo incluso cuando lograba esquivarlos. Meave había hecho dos espadas de sangre que usaba en cada mano, usaba ambas con habilidad casi sobrehumana, moviéndolas en un baile letal para bloquear y cortar, pero la criatura la presionaba sin descanso, obligándola a retroceder paso a paso.
De repente, la criatura lanzó un ataque doble con los brazos derechos, buscando arrinconarla contra las sombras del entorno. Meave aprovechó el instante. Con un giro rápido y un movimiento ágil, pasó por debajo de los brazos, esquivándolos con precisión milimétrica. En el mismo momento, sus ojos destellaron con determinación, y su índice derecho hizo una pequeña señal, casi imperceptible.
Un fino hilo, apenas visible, surgió de su la punta de su dedo como una vibración sutil, cortando limpiamente ambos brazos derechos del ser. El alarido que soltó la criatura resonó en el aire como un trueno desgarrador, haciendo eco en la desolación que los rodeaba.
Meave sonrió, satisfecha. Una sonrisa engreída, casi burlona, que mostraba la confianza que sentía al haber ganado terreno. Pero su victoria fue breve. Un destello de luz, repentino y cegador, la golpeó con fuerza, antes de que pudiera reaccionar, enviándola al suelo como una muñeca de trapo.
El impacto la dejó sin aliento. Su visión se nubló momentáneamente, mientras su cuerpo intentaba procesar el dolor y la sorpresa. La pelirroja apretó los dientes, su orgullo herido más que su cuerpo, y se obligó a incorporarse mientras analizó que fue esa luz, y siendo más precisos, esa bala de energía.
Una de sus espadas de sangre que sostenía se evaporó, mientras un agudo dolor recorrió su brazo. Meave retrocedió tambaleándose, su brazo temblaba, incapaz de responder, pero era más el shock de no entender de dónde había provenido ese ataque lo que la paralizaba en ese momento.
—¡TE ATREVES… A DAÑARLO FRENTE A MÍ! —gritó una voz furiosa desde algún lugar cercano.
La rubia apareció como una tormenta desatada, emanando un aura de ira tan intensa que parecía deformar el aire a su alrededor. Su mirada estaba fija en Meave, llena de una mezcla de odio y un fervor protector. La pelirroja, aún aturdida, se obligó a levantar la vista, intentando recomponerse mientras observó a Pax volar con el Ser. Se colocó entre la criatura del bajo astral y Meave, Pax miró al ser, pero su postura no era de un enemigo enfrentándose a su presa; era distinta, protectora.
"¿Qué? ¿Pero por qué hace eso?", pensó Meave, su mente luchando por encontrar sentido a lo que veía. Pax estaba ahí, interponiéndose, pero el recuerdo la golpeó de repente, fue en ese instante, cuando el ser del bajo astral había tocado a Pax. —Fue entonces…— murmuró la pelirroja para sus adentros mientras sus pensamientos se agolpaban, las piezas del rompecabezas cayendo en su lugar. ¿Podría ser que el contacto hubiera hecho algo más que desmayarla? ¿Que ese ser, de alguna manera, había dejado una marca, una influencia que ahora controlaba a Pax?
Meave, aún con el brazo derecho inutilizado, apretó los dientes y dirigió la mirada hacia Pax y el ser del bajo astral. Para su desconcierto, la criatura ya se había regenerado por completo. Las extremidades que había cortado momentos atrás estaban intactas, como si nunca hubieran sido mutiladas, y ahora se encontraba detrás de Pax, observando como un depredador acechando a su presa.
Pax, mientras tanto, parecía estar hablando con el ser, su postura rígida y sus gestos llenos de convicción. Meave no podía escuchar lo que decía, pero había algo profundamente inquietante en la forma en que se movía, casi como si ya no fuera ella misma. Antes de que pudiera siquiera abrir la boca para cuestionarlo, Pax se lanzó hacia ella con una velocidad que la tomó completamente por sorpresa.
En un abrir y cerrar de ojos, estaba sobre ella, blandiendo lo que parecía un escudo masivo, una energía brillante y opaca que se materializaba en su brazo izquierdo. Meave apenas tuvo tiempo para reaccionar. Con un movimiento instintivo, giró hacia un lado, a duras penas esquivando. La fuerza del ataque fue tan brutal que el suelo donde ella estaba quedó destrozado, formando una grieta profunda que resonó como un trueno.
Meave apenas tuvo un respiro cuando sintió el inconfundible movimiento detrás de ella. Tal como lo había anticipado, el ser no tardó en aprovechar la apertura. Sus múltiples extremidades cortaban el aire con velocidad mortal, pero Meave ya estaba lista. En un movimiento fluido, giró en el aire, agarrando los brazos con unas garras de sangre antes de que el ser pudiera alcanzarla. La criatura intentó liberarse, pero Meave utilizó el impulso para dar un giro completo y lanzar una patada feroz que impactó de lleno en una de las grotescas caras del monstruo.
El impacto fue demoledor. La criatura salió volando, arrastrándose a través de los escombros y estrellándose contra una pila de estructuras derrumbadas a varios metros de distancia. El polvo y los fragmentos de piedra volaron por el aire mientras Meave aterrizaba con gracia, sus ojos fijos nuevamente en Pax, sabía que no podía bajar la guardia porque Pax ya estaba cargando de nuevo, con una intensidad casi inhumana. Pero esta vez, Meave tomó la iniciativa. Antes de que pudiera llegar a ella, saltó hacia adelante, con un giro rápido, preparó una patada, lista para contrarrestar la fuerza de su embestida.
Pero entonces, ocurrió algo que no esperaba.
En cuanto el pie de Meave tocó el escudo de Pax, una onda de energía descomunal explotó desde el escudo. La fuerza fue tan abrumadora que Meave salió disparada como una bala, su cuerpo girando en el aire mientras intentaba recuperar el control. Su trayectoria terminó con un impacto brutal contra una pared, que se resquebrajó al recibir la fuerza de su caída. El aire escapó de sus pulmones en un jadeo ahogado, y un dolor punzante recorrió todo su cuerpo.
A pesar del golpe, Meave no dejó que el dolor la dominara. Con dificultad, se incorporó sobre sus codos, su mirada fija en Pax. Su mente corría, tratando de analizar qué estaba ocurriendo.
—¡Buahj! —tosió pesadamente Meave, escupiendo polvo y sintiendo el sabor metálico en su boca, recuperando el aire tras el brutal impacto. Sus costillas dolían y cada respiración se sentía como un peso aplastante en su pecho. Sin embargo, no podía permitirse detenerse. Sus pensamientos volaron al instante al extraño fenómeno del escudo que había sentido antes.
—¿Será su magia… o es el escudo lo que tiene un efecto reflejo o rebote? —murmuró, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una explicación. La energía que había emanado de Pax era distinta a cualquier cosa que hubiera visto antes. Pero lo que más la inquietaba era la conexión evidente entre ella y el ser del bajo astral.
Meave intentó levantarse, apoyando su mano izquierda en el suelo, cuando algo inesperado ocurrió.
Del suelo agrietado y lleno de escombros surgieron un par de brazos oscuros, deformes y cubiertos de una textura que parecía una mezcla de sombra y carne. Se movían con una velocidad serpentina, rodeando su cuerpo antes de que pudiera reaccionar.
—¡¡Mierda!! —gritó Meave al quedar atrapada. Sus piernas y torso fueron inmovilizados al instante, dejándola en una postura incómoda, medio inclinada hacia atrás. Se retorció, luchando por liberarse, pero los brazos la apretaban como si fueran grilletes vivientes.
Atrapada, alzó la mirada para evaluar su situación y lo que vio la dejó helada. Pax estaba sobrevolando la zona, suspendida en el aire con una gracia antinatural. Su figura parecía emanar un poder tangible, rodeada de un aura naranja brillante que pulsaba como un latido.
Meave observó con creciente inquietud mientras Pax levantaba lentamente su puño derecho. La energía se acumulaba alrededor de su brazo, volviéndose más intensa, como si el aire mismo se cargara de electricidad estática. Entonces, con un movimiento fluido, Pax abrió la mano.
Ahí, en la palma de su mano, comenzó a formarse una pistola de energía. La creación era rápida y precisa, cada detalle materializándose como si hubiera sido forjada por pura voluntad. La pistola brillaba con un resplandor anaranjado, casi cegador, y su diseño era angular y letal, como si estuviera hecha para un solo propósito: destruir.
El corazón de Meave se aceleró al darse cuenta de lo que estaba por venir.
—¡Pax! ¡Escúchame! ¡Tienes que resistir contra esto! —gritó Meave con todas sus fuerzas, su voz resonando desesperada en medio del caos. Pero las palabras de la pelirroja no parecían alcanzar a la rubia, quien seguía completamente absorta en el trance. Sus ojos brillaban con un resplandor frío, desprovistos de cualquier rastro de humanidad, y sus movimientos eran mecánicos, como los de una marioneta controlada por un titiritero invisible.
Meave jadeaba, atrapada aún por los brazos deformes que la sujetaban, forzando su cuerpo contra el agarre mientras veía cómo Pax la apuntaba directamente con la pistola de energía.
El arma de Pax emitió un destello cegador cuando disparó. La bala no era común: parecía una acumulación densa de energía, envuelta en un efecto llameante que oscilaba violentamente, como un sol en miniatura. El zumbido del proyectil al cortar el aire fue ensordecedor, y Meave apenas tuvo tiempo de prepararse antes de que la bala la alcanzara.
El impacto fue devastador.
Cuando la energía tocó la piel de Meave, un dolor inimaginable recorrió su cuerpo. Fue como si miles de cuchillas la atravesaran al mismo tiempo, solo para incendiarse desde dentro. Gritó con toda la fuerza que tenía, el sonido desgarrador resonando en el campo de batalla. Pero, gracias a su magia de sangre, logró reforzar su piel en el último instante, evitando que la bala perforara su cuerpo por completo.
A pesar de ello, el golpe dejó una marca imborrable. En el punto de impacto, una gran marca roja floreció, ardiendo como si estuviera viva. Era luminosa, casi hipnótica, y parecía vibrar al mismo ritmo que la energía restante de la bala. Lo peor era que la marca no solo estaba en su piel: Meave podía sentir que el daño se había extendido a su esencia misma, afectando su cuerpo físico de una manera que nunca había experimentado antes.
La pelirroja se retorció, su espalda arqueándose mientras un grito gutural salía de su garganta. Sus ojos estaban llorosos, su nariz enrojecida por el esfuerzo, y una gruesa vena palpitaba en su frente, como si su cuerpo entero estuviera al borde de colapsar.
—¡No... puedo...— dijo entre dientes, mientras intentaba calmar el temblor de sus manos y canalizar su magia.
En medio de su sufrimiento, Meave se forzó a abrir los ojos lo suficiente para ver lo que estaba ocurriendo. Apenas podía enfocar su vista, pero lo que vio hizo que su corazón se detuviera por un instante. Pax ya estaba apuntando de nuevo.
El brillo de la pistola era aún más intenso esta vez, y el aura que la rodeaba parecía expandirse, emitiendo pulsaciones que distorsionaban el aire a su alrededor mientras que Meave solo podía ver atónita la situación.