Hades
Jules yacía jadeante en el suelo, su mano alrededor de su cuello intentando calmar su garganta magullada. Tosía una y otra vez, pero su mirada nunca se apartaba de la mía. Las lágrimas brotaban en sus ojos, la fiereza que reflejaba mi furia resplandecía en ellos. Parecía destrozada.
Lentamente, de manera inquietante, esa ira salvaje se apagaba, retrocediendo tras un telón de frío cálculo. Su expresión se suavizó en algo ilegible, un lienzo en blanco desprovisto de furia o dolor.
Y entonces, finalmente, se movió.
Deliberada y lentamente, Jules se levantó del suelo, el temblor en sus miembros apenas perceptible. Sus movimientos eran ahora firmes, precisos, como si cada acción hubiera sido ensayada mil veces en su mente.
La mano de Kael aún se cernía cerca de su pistola llena de balas de plata, su cuerpo tenso con energía enrollada, listo para atacar si ella hiciera un solo movimiento en falso. Su mirada aguda la inmovilizaba, pero Jules no se inmutó.