Eva
El vino había calado hondo, más tarde que pronto. Sin embargo, mi piel aún se irritaba con ansiedad, cada nervio en alerta mientras Hades cerraba la puerta detrás de nosotros. No me había dicho una palabra desde que me acompañó de regreso al auto, pero habría sido tonta si no notaba las miradas cautelosas que me lanzaba.
Se quitó la camisa mientras caminaba hacia mí, donde yo desenganchaba mis pendientes—o al menos lo intentaba. Estaba temblando, mis manos temblaban.
Sus ojos escudriñaban mi rostro mientras se paraba frente a mí y se estrechaban. Mi pulso se aceleró cuando su mano se acercó a mi oreja.
—Déjame —murmuró.
Dudé un momento antes de que mis manos cayeran, y lo dejé. Para mi sorpresa, fue muy hábil con la tarea mientras sostenía mi rostro con una mano y soltaba el pendiente con la otra.
Frotó círculos en mi mejilla con su pulgar. Hizo lo mismo con el otro.
—Quiero un teléfono —le dije.
Se quedó quieto. —¿De repente?
—Solo me siento vulnerable sin uno —mentí.