—No voy a hacer ningún entrenamiento contigo hasta que comas algo —dijo con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—No importa —dije con voz rasposa, erguido sobre mí—. Estoy en perfecto estado.
Ella me miró de arriba abajo. —Pareces desnutrido —replicó.
Casi retrocedí por su comentario. Mis oídos zumbaban. —¿Desnutrido? —repetí incrédulo.
—No llenas la ropa de entrenamiento como antes —señaló.
Si no fuera por la sorpresa de la observación que había hecho sobre mi cuerpo, hubiera sonreído por el hecho de que dejó escapar sin querer que notaba mi cuerpo. Pero no estaba equivocada. El Flujo tenía ese efecto en mi cuerpo, especialmente considerando que había llegado antes de lo anticipado esta vez y que mi apetito había desaparecido días antes de su llegada. El Flujo siempre me dejaba más débil de lo habitual, despojándome de masa muscular y energía, aunque nunca lo admitiría en voz alta.