—Hace frío afuera. ¡No deberías vestir a mi bebé así!
Esas fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Cristian cuando bajó del coche y se dirigió hacia nosotros.
Parecía que lo habíamos planeado perfectamente y llegamos a casa al mismo tiempo. —Deja de exagerar. ¡Ella está bien! —le dije, pero mi atención se movió hacia Carmen, quien también bajó del coche. Le entregué a Siena a Cristian y miré a Carmen.
—¿La llevaste contigo? —susurré. —¿Por qué no debería? —preguntó Cristian.
Miré la brillante sonrisa en el rostro de Carmen y negué con la cabeza. Hace unos meses nunca habría imaginado ver esa sonrisa. —No, no me importa. Sonreí. Carmen corrió hacia Siena y le besó las mejillas. —Te extrañé tanto. La próxima vez iré contigo, ¡Siena! —arrulló Carmen.