—Chri —llamé mientras entraba a la mansión con una gran sonrisa en mi rostro, pero esa sonrisa desapareció cuando abrí la puerta y solo vi al abuelo de Cristian, Franco.
Él se rió del cambio en mi comportamiento y tomó a Siena de mis brazos. —Sé que tienes a Siena, pero esto no es un parque de juegos, ¿verdad?
Siena parecía tranquila en sus brazos, lo que me hizo sentir aún más incómoda. A veces no podía esperar hasta poder comunicarme al menos con mi hija, para poder decirle que su bisabuelo era un hombre malo.
Ninguno de nosotros dijo una palabra, pero a diferencia de hace unos meses, ya no tenía miedo de mirarlo a los ojos. Podría haber asustado a todos los demás, pero definitivamente no me iba a ahuyentar. Ya no más.
Cristian estaba al teléfono y ni siquiera había notado mi presencia. Estaba demasiado concentrado, y esta vez no podría protegerme. —¿Cómo has estado? —preguntó Franco.
—¿Bien? —respondí—. ¿Y tú? ¿Cómo has estado?