—Nunca supe que eras tan gallina —jadeé mientras tomaba el brazo de Cristian. Habíamos planeado contarle a mi papá la noticia, pero él cambió de opinión y se niega a salir de la casa.
—No soy una gallina. Simplemente no tengo ganas de ver a tus padres —explicó Cristian—. ¿Y por qué no está Siena aquí? La extraño.
—Porque tu hija está empezando a sacarme de quicio —bromeé y lo empujé a un lado para poder caminar más adentro—. No puedo esperar para volver aquí y dejar mi desorden por toda la casa de nuevo. Esto es todo tu culpa —suspiré.
—Cristian se rió y rodeó mi muñeca con su mano—. ¿Esto es una manera de llamarme gallina otra vez?
—Tal vez —encogí los hombros—. Quiero decir, puedo contarles a mi familia yo misma, pero eso no te haría quedar bien. Si no quieres decir nada, está bien. Solo necesito que estés allí para apoyarme. Todo lo que necesito que hagas es quedarte tan silencioso como una estatua.