—No es demasiado tarde para escapar —Emilio se rió de su propia broma, pero no me llegó. Era la visita semanal de Siena a la finca Lamberti, y como Mateo no quería dejarme ir sola, Emilio me acompañó esta vez.
Estaba tratando de mantenerme entera, pero no podía. Todavía estaba aterrada y confundida acerca de por qué un hombre que se suponía estaba muerto estaba supuestamente vivo y no sabía procesarlo. No había cerrado un solo ojo y estaba aterrorizada por mi vida.
Mi luz de la habitación permaneció encendida anoche, y literalmente corrí al baño con los ojos cerrados. Así de aterrada estaba, y lo peor era que no tenía a nadie con quien hablar, aparte de Christian y Marc, quienes tampoco tenían una explicación sólida.
—Hola, ¿hay alguien ahí? —Emilio bromeó y agarró la mano de Milo para sostenerla contra mi cabeza. —Eh, ¿sí? —Hablé. —Lo siento mucho. Estaba pensando.