Llegamos a casa sin ninguna información ni conocimiento sobre cómo llegar al dinero, y aunque Cristian parecía estar de buen humor, también se veía estresado por ello.
—Si tu abuelo le dio la orden a alguien, podemos averiguarlo y preguntarle a esa persona si sabe algo
—Está muerto, Serena. —Cristian soltó la noticia—. La mano derecha de mi abuelo está muerta, y ha estado muerto por más de diez años.
—Oh, —dije, desconcertada por la pregunta inesperada—. ¿Qué tal si compramos una tabla ouija y hablamos con él? —sugerí e intenté animarlo. Pareció funcionar porque Cristian pudo reírse de mi broma—. A veces eres tan tonta. —Se burló de mí—. Nunca es tarde para volver a la escuela.
—¡Oye! —le grité—. ¿No crees que llamarme tonta es un poco demasiado?
—Sí, lo siento por eso. —Se disculpó Cristian—. Pero ¿qué más esperas que diga cuando me dices que use una tabla ouija?