—Así que, ¿qué tal está? —le pregunté a Cristian—. Decidí hacer el desayuno y por primera vez no incendié la casa.
—Pensé que ibas a envenenarme... pero en realidad es comestible —me halagó Cristian—. Además de cuidar a Siena, se levantaba todas las mañanas para prepararme el desayuno y limpiaba todo después de mí porque soy un desastre y me sentía fatal por ello.
Siempre solía decir que yo era quien cuidaba de dos bebés, pero en realidad era al revés.
—Así que, ¿está bueno? —pregunté para confirmar—. Gina, ¿qué piensas? Él tiene que ser amable conmigo porque me lo debe, tú no.
—Exacto —Gina sonrió—. Sigo viva y no vomité, así que hiciste un gran trabajo. Como un cinco de diez.
—¿Solo un cinco? —dije ofendida mientras Cristian la miraba con severidad—. Gina, te dije que nos comemos todo lo que ella nos sirva, incluso si tenemos ganas de vomitar —dijo en broma mientras le pellizcaba la mejilla.
—Lo siento, no me gusta mentirle —Gina se disculpó.