Hoy finalmente sería el día. Tal como lo prometí, programé una reunión entre Cristian, mis padres y mis hermanos.
Solo había una cosa que me detenía, y era Cristian negándose a entrar a la casa. —Vamos, no seas tan bebé. Me reí y le pellizqué las mejillas.
—Detente —dijo Cristian, molesto—. No es que tenga miedo. Es solo que no sé cómo reaccionaré, no sé si puedo sentarme ahí y ver cómo me miran con desprecio.
—Puedes —sonreí—. Puedes y lo harás, por mí.
Apreté su mano y le di una mirada triste hasta que finalmente cedió. —Está bien, vamos —suspiró Cristian. Asentí con la cabeza y tiré de su mano para llevarlo adentro, donde mi familia ya nos esperaba.
Las miradas enojadas no eran difíciles de notar. —¿Qué significa esto? —gruñó Mateo mientras Cristian y yo nos sentábamos en el lado opuesto al suyo.
—No tienes que decir nada —le susurré a Cristian—. Todo lo que tienes que hacer es mantener la boca cerrada y yo me encargo.