—Realmente viniste —dijo Cristian mientras me sentaba en el asiento del pasajero—. Tienes razón. Perdí el anillo, así que es mi responsabilidad. Rodé los ojos. Sí, Mateo resultó ser un imbécil, pero aún así estaba enojada con Cristian.
—¿Quién está cuidando a Siena? —preguntó Cristian—. Era difícil odiarlo cuando estaba cerca de ser un padre perfecto. Siempre estaba pensando en Serena. —Carmen, mi familia no sabe que estoy contigo, pero ella sí, en caso de que algo pase.
—¿Algo como qué? —suspiró Cristian—. No quiero que pienses mal de mí. Nunca te haría daño. Deberías saberlo.
No intercambiamos ninguna palabra durante todo el viaje, y eso me devolvió al tiempo cuando aún trabajaba en el club. Me llevó de vuelta a la primera noche que me llevó a casa. Me sentía incluso más cómoda que ahora.