—De verdad que no quiero ir —hice un puchero, negándome a soltar a Cristian—. Había pasado un mes más y como prometí, iba a una casa segura.
—Cristian tenía una expresión culpable en su rostro y me soltó antes de dar un paso atrás —es solo por un tiempo, Serena —Emilio intervino.
—Parece una caja de zapatos, ni siquiera tiene ventana —me quejé, haciéndolo reír a carcajadas mientras apoyaba su cabeza en mi hombro—. ¡Definitivamente somos hermanos! —estalló en risas, pero por la expresión en el rostro de Cristian, pude decir que no apreció mi broma.
—No estás sola, todos son muy amables y alguien te visitará todos los días —Emilio giró su cabeza hacia la puerta mientras yo hacía lo mismo—. Ellos se encargará bien de ti —dijo, viendo a las personas que cortésmente mantenían sus manos frente a sí mismos.