—¿No?
—Gritando la protesta contra él, empujé a Nathan lejos de mí con toda la fuerza de mi cuerpo. Su lobo había salido lo suficiente como para gruñirme en una muestra de furia, pero Nathan estaba suficientemente en sí como para soltarme.
No perdí tiempo. En cuanto quedé libre de él, salté del sofá y corrí hacia la habitación designada para mí.
La suerte estaba de mi lado ya que conseguí echar el cerrojo de la puerta antes de que Nathan pudiera levantarse para perseguirme. Su cuerpo chocó contra la puerta, sacudiéndola en sus bisagras y haciéndome gritar otra vez.
—¡Nathan, no! ¡No!
Un aullido furioso vino del otro lado de la puerta, haciéndome temblar como si un viento helado hubiera soplado a través de la cabaña.
—Nathan, ¡tienes que detenerte! ¡Contrólate!
Los Alfas podían ser impredecibles. Sabía que no tendría mucho tiempo si Nathan perdía el control y su lobo lo dominaba.