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—Podía darme cuenta de que Wright había tomado mi consejo en cuanto Rachel se bajó del asiento trasero de su sedán —sonreí para mí—. Su sonrisa era de oreja a oreja y la bolsa de regalo que tenía a su lado era del tipo bonito pero discreto que viene de una tienda de intimidades. Casualmente pensé en llamarlo para picarlo e incitarlo a hablar de ello, pero deseché la idea tan pronto como cruzó mi mente.
—Ningún hombre merece ser objeto de burla por seguir un buen consejo, sobre todo cuando el consejo está relacionado con mujeres —me repetí.
—Una parte de mí se divertía de que pudiera dar buenos consejos en cuanto a mujeres —suspiré—. Mis relaciones pasadas todas habían terminado mal, con la última resultando en una maldición de la que no estaba seguro de poder librarme. La suerte no era del tipo que yo tenía y a veces no había forma de volver de un mal viaje.