Mientras él arrastraba con reticencia sus labios lejos de los de ella, ella exhaló un suspiro de dicha cuando sus dedos salieron, sus piernas temblando por la tortura carnal, pecaminosa y traicionera.
—¿Estás... —Él dudó, sin saber cómo decirlo. Juró que intentaba ser tan suave como fuera posible, a diferencia de su naturaleza. Pero solo quería asegurarse. La mujer bajo él parecía sudada, su cabello pegado a su frente, sus ojos medio cerrados, los labios entreabiertos para facilitar su respiración.
—Estoy bien, Koan —ella susurró, levantando las manos para apoyarse en su pecho—. Yo... solo... también quiero hacer algo por ti.
—Nancy —él suspiró ante el adorable puchero en su rostro, apartando su cabello hacia el otro lado de su cara, frotando su pulgar sobre su labio, tirándolo ligeramente hacia abajo y dejándolo regresar a su posición original—. Las cosas que me haces hacer —él susurró con un gemido.
—Pero yo no...