—¡Deja de moverte tanto o no puedo... John, detente! —gritó Talia con severidad cuando él no la dejaba limpiar su herida, ni siquiera tocarlo.
—John, deja de retorcerte como un niño —logró decir Jephthah. Estaba en la cama, con una rodilla doblada, su otra pierna estirada frente a él. Su cara estaba cubierta con el dorso de su palma, mientras su otra mano estaba tendida sobre su estómago desnudo donde una venda estaba enrollada para permitirle sanar más rápido.
Su voz estaba tensa y ronca, estaba demasiado débil así que no se molestó en levantar la cabeza.
—Quiero que la chica de los labios preciosos atienda mis heridas —se quejó John, rechazando educadamente el intento de Talia de limpiar su herida y vendarla.
El ceño de Talia se frunció.
—¡Ugh! Eres una puta tan engreída. Estamos en medio de una situación grave, y todo lo que te importa es coquetear con ella —dijo Talia.
Liliana entró en ese momento.