Aiden caminaba con su cuchillo, la hoja metálica reflejando las luces del día. Cada paso resonaba en sus oídos, aunque el ruido del mercado continuaba a su alrededor. A pesar de la multitud y el bullicio, algo en el aire lo hacía sentir solo, aislado. Ahora conciente de los cultivadores con malas intenciones, no podía escapar de la sensación de estar siendo observado, que cada mirada que se cruzaba con la suya tenía un propósito. Era como si las personas alrededor de él fueran sombras, pero estas sombras no deseaban nada bueno.
El cuchillo, siempre allí, colgado a su lado, era su único compañero en este escenario. Con el tiempo, lo había convertido en algo más que una simple herramienta. Lo había hecho suyo, le había otorgado un sentido de control sobre una realidad que a menudo se desmoronaba a su alrededor. "Algún día", pensó mientras miraba la hoja, "serás mi salvación. No hoy, no ahora, pero en algún momento serás más que un cuchillo. Serás mi compañero fiel, mi única esperanza."
Aiden tocó la empuñadura con los dedos, buscando esa sensación de seguridad que siempre le otorgaba el cuchillo, aunque sabía que no podría confiar completamente en él. No en este momento. Pero, de alguna manera, el cuchillo representaba lo que más deseaba: control sobre lo incontrolable, dominio sobre lo que se escapa de sus manos. Al menos, con él en su lado, podría enfrentar cualquier desafío. Incluso si ese desafío se encontraba entre los cultivadores que lo rodeaban, aquellos que parecían ver en él un blanco fácil.
El pequeño niño que antes se cruzó en su camino le sonrió con inocencia, como si el pequeño bastardo cultivador fuera ajeno a las corrientes que rondaban su alrededor. Sin embargo, ese pensamiento rápidamente se desvaneció cuando sus ojos se posaron en lo que parecía una amenaza mayor, el hombre que acomodaba cajas en un rincón de la plaza.
El hombre parecía tan inofensivo, con su ropa simple y su aire concentrado en el trabajo. Pero Aiden sentía la presión de su mirada, una mirada cargada con una intención oculta. Gracias a sus alucinaciones pudo percatarse de esa fachada, y gracias a eso vio cosas que antes ignoro, su postura, su mirada, sus gestos, la forma en que sus manos manejaban las cajas, no era normal. Aiden podía ver la sutileza en sus movimientos, cómo cada gesto estaba calculado. El aire a su alrededor se tensó, y el cuchillo en su lado parecía pulsar con más intensidad.
No estaba solo. El anciano que regentaba la tienda de amuletos también observaba. Aiden notó cómo sus ojos lo seguían sin que hiciera un solo movimiento, casi como si pudiera leer sus pensamientos. A lo lejos, el hombre de capa gris se mantenía impasible, pero Aiden no necesitaba ver más. Ya había reconocido a estos tres como parte de los siete cultivadores que lo observaban, aquellos con malas intenciones. El resto, el de la tunica, su compañero, y los atros, aunque en este momento no los veia, también estaban cerca. Su presencia se sentía como una presión invisible sobre su pecho.
Aiden intentó calmarse. Su mente se desvió momentáneamente hacia Ethan. Tras la invitación a la secta, Ethan había desaparecido. No estaba entre los cultivadores de la secta de la verdad que lo seguían, y eso lo inquietaba profundamente. "¿Dónde te has ido?" Pensó, el rostro del degenerado que se metió a su casa sin permiso, apareciendo en su mente como una sombra. Un degenerado que tal vez no había comprendido completamente, tal vez uno que ya no existía, tal vez... "Tal vez uno de los siete."
El cuchillo en su costado, a pesar de su promesa de no depender de él, parecía latir con vida propia, como si lo instara a avanzar, a tomar acción. ¿Debería confiar en su presencia o simplemente seguir caminando, ignorando las tensiones que lo rodeaban?. Aiden intentó disimular, caminar con tranquilidad, pero una presión creciente en su pecho lo hizo acelerar el paso. Su mente se conectó a sus alucinaciones, como si su Red Neuronal del Modo por Defecto lo estuviera guiando a través de las sombras de la ciudad. Sin embargo, la tranquilidad del momento se rompió de inmediato.
Fue en ese preciso momento cuando el hombre que acomodaba las cajas hizo su movimiento. Sin previo aviso, se lanzó hacia él con una rapidez mortal, sus manos extendidas para atraparlo. Aiden sintió el cambio en el aire antes de que el ataque ocurriera, un escalofrío recorriéndole la espalda mientras los latidos de su corazón se aceleraban. No, no puede ser... pensó Aiden, pero antes de que si quiera pudiera reaccionar, una figura apareció ante él. Leif.
El cultivador de la secta de la Verdad no dudó ni un segundo. En un parpadeo, su cuerpo se expandió hasta llegar a los 3 metros, su forma tomando una constitución delgada con músculos definidos, un cuerpo que desbordaba fuerza. Su piel ahora gris y cubierta con placas en su pecho, espalda, extremidades y rostro, brillaba con un resplandor metálico, su cabello también metálico, iridicente, con patrones naturales que recuerdan a ondas eléctricas. El aire a su alrededor vibraba como si estuviera siendo comprimido por una fuerza invisible, algo fuera de la realidad que la obligaba a inclinarse ante el peso de su existencia. Leif había liberado su verdadero cuerpo., y algo más, que aiden no reconocía.
La transformación era asombrosa. Su musculatura se extendió, sus huesos y piel se engrosaron de forma que no parecía natural, similar a la de un yaksha de la mitología, pero su ojos totalmebte negros y profundos, mantenían una expresión calculadora, como si cada movimiento estuviera perfectamente medido. En ese momento, Aiden entendió lo que significaba ser un cultivador y lo diferentes que eran a los meros mortales como el. Lo que antes había sido un hombre de aspecto normal, ahora era una máquina de guerra en toda regla, capaz de desatar la destrucción sin esfuerzo. Esto... esto es real?, se pregunto aiden.
Con un movimiento fluido, Leif interceptó al hombre que atacaba a Aiden con una rapidez fulgurante. Su mano se alzó, y una onda de energía electromagnética se disparó desde su palma, arremetiendo contra el agresor, quien fue lanzado hacia atrás como si fuera una hoja arrastrada por el viento. Pero el hombre de las cajas no se quedó atrás. El cultivador se recuperó con una velocidad sorprendente, y su cuerpo comenzó a transformarse, desatando una presion que doblegaba la realidad por su pura existencia. En un parpadeo, su figura se estiró y se engrosó hasta alcanzar los tres metros de altura, pero en lugar de un cuerpo delgado y definido, como el de leift, su musculatura se volvió monstruosa, hinchada y desmesurada, con una apariencia grotesca que desbordaba fuerza bruta. Su piel se tornó de un tono rojizo, cubierta por escamas duras que sobresalían como si su propio cuerpo estuviera luchando por contener el poder que brotaba de su interior.
Sus ojos, completamente desprovistos piedad ni humanidad. Eran dos abismos profundos, fríos y calculadores, con una presencia que era imposible de ignorar. Su presencia emanaba de él, se sentía primitivo, primigenio, mientras su rostro, ahora deformado y marcado por venas oscuras, conservaba una expresión implacable.
Aiden apenas tuvo tiempo de reaccionar mientras Leif se lanzaba hacia el enemigo con la furia de un rayo. El aire a su alrededor parecía tensarse, vibrando con la energía acumulada entre los combatientes, como si la misma realidad estuviera a punto de desmoronarse bajo el peso de su conflicto. Cada movimiento, parecía resonar con la misma intensidad de una tormenta apoteósica.
El cultivador rival, apareció ante ellos como una monstruosa figura de músculos grotescamente hinchados, su piel rojiza cubierta de escamas que relucían con una amenaza palpable. De sus labios salió un rugido ensordecedor, un sonido tan profundo que deformó el espacio mismo, haciendo que todo lo que lo rodeaba pareciera derretirse, como si el aire se volviera líquido bajo su poder. En un abrir y cerrar de ojos, extendió ambos brazos con una rapidez sobrehumana, lanzando una ráfaga de ondas de choque hacia Leif con una fuerza tan descomunal que el aire se volvió pesado y caliente, como si el mismo calor del infierno estuviera desatado.
Leif, sin inmutarse, reaccionó con la calma propia de un maestro. En un movimiento fluido y preciso, levantó ambas manos hacia el cielo y, con un susurro de energía, proyectó una red de energía electromagnética gracias al Dao Fantasma. Las ondas de choque se desintegraron en el aire, desviadas por la resonancia controlada que Leif generaba, como un escudo invisible que absorbía y disipaba toda la energía destructiva del enemigo.
Pero el combate no dio tregua. Leif se concentró, invocando el Dao de la Transmutación. Su chi se condensó en la palma de su mano, y el aire a su alrededor se ionizó, comenzando a chisporrotear como un campo de energía descontrolada. Con un gesto de su mano, el entorno cobró vida bajo su poder. Las partículas de polvo flotantes y los escombros suspendidos en el aire se reconfiguraron, tomando forma en una lanza afilada de energía pura que Leif lanzó hacia el pecho del enemigo con una velocidad letal.
El impacto fue devastador. La lanza atravesó la piel escamosa del rival con un sonido metálico, pero, sorprendentemente, el enemigo no se detuvo. En lugar de ceder ante el golpe, una sonrisa cruel se dibujó en su rostro mientras sus músculos, ahora aún más grotescos, absorbían el daño. Con un giro brutal de su torso, arrancó la lanza de su cuerpo y la desintegró en sus manos, descomponiéndola a un nivel molecular con el Dao de la Descomposición Molecular, un poder tan aterrador que reducía cualquier materia a su estado básico, volviéndola completamente inútil.
Leif retrocedió un paso, evaluando la situación, pero el caos no hizo más que intensificarse. En ese momento, fue cuando ambos grupos de cultivadores, los de la secta de la Verdad y los otros que estaban contra Aiden, comenzaron a liberar su poder en un estallido ensordecedor. La realidad parecía crujir bajo la presión de dos fuerzas titánicas enfrentándose.