Me senté en el suelo al instante y tomé a Dee en mis brazos. —¿Qué pasó, Dee? ¿Hay algo mal? —No puedo evitar entrar en pánico. Aunque me está regalando su sonrisa extremadamente encantadora de siempre, sus ojos todavía me están poniendo la piel de gallina y dándome miedo. —Ryan —lo llamé en la impotencia, y él estaba a mi lado en segundos. Lo miré con pánico. —¿Qué está pasando, Ryan? ¿Por qué tiene los ojos así? ¿Qué debo hacer? —De nuevo miré a Dee, que ahora parecía confundido. —Me aseguré de que no tuviera ninguna otra lesión. ¿Por qué está emergiendo su lobo?
—No lo sé. Abrázalo fuerte. ¿Puedes liberar tu olor? —me preguntó él en pánico.
—No, no sé cómo hacer eso —le dije, pero lo abracé con fuerza.
—Papá —Ryan gritó a su padre con irritación.