—¿Diamante? —bajé la cabeza para mirar la hermosa pulsera. Pero ahora, se sentía tan pesada en mi muñeca.
—No actúes como si no supieras —se burló Norman, haciendo que levantara la cabeza y lo mirara con incredulidad.
—¿Qué? ¿Crees que no sé lo que te gusta? —la burla en su tono, acompañada de su ceja levantada, me hizo apretar la mandíbula.
—Por favor, dime qué es lo que quiero —dije en un tono suave, aunque apreté los dientes para mostrarle que no estaba contenta con sus provocaciones.
—De tal palo, tal astilla. A tu madre también le encantan los diamantes. Haría cualquier cosa, y me refiero a cualquier cosa, por conseguir algo con diamantes. Y mírate a ti, con tu cara triste y siempre siendo débil y sumisa, de alguna manera conseguiste uno para ti —se encogió de hombros como si me conociera a la perfección.