El amanecer se acercaba rápidamente, y con él, el destino que Valeria y Darien habían orquestado para Kael. Las mazmorras estaban envueltas en un silencio sepulcral, interrumpido únicamente por el eco de los pasos de los guardias que custodiaban al prisionero. Aunque su cultivo estaba sellado, Kael sentía que algo en su interior comenzaba a despertar, una chispa incipiente que se alimentaba de su desesperación y su voluntad inquebrantable.
En el Gran Salón del Juicio, los ancianos del clan, los guerreros de mayor rango y los líderes de las familias influyentes se reunieron para presenciar la ejecución. En el centro de la sala, un altar de obsidiana se erigía imponente, diseñado para absorber cualquier vestigio de energía espiritual. Valeria, con una túnica adornada por grabados de llamas, se sentaba en un trono que parecía irradiar autoridad. A su lado, Darien vestía una armadura negra que resaltaba su porte, mientras Lyara permanecía a su derecha, su mirada fría y distante, envuelta en un atuendo que reflejaba su posición elevada.
La multitud murmuraba mientras Kael era escoltado al altar. Sus pasos eran lentos, forzados por las cadenas que lo sujetaban, pero su mirada seguía siendo desafiante. Aunque su cuerpo estaba debilitado, su espíritu permanecía firme. Al pasar entre los presentes, algunos lo miraban con desprecio, otros con lástima, y unos pocos con una mezcla de duda y admiración.
Uno de los guardias que lo escoltaba se inclinó hacia él con una sonrisa sarcástica.
—Espero que estés listo para aceptar tu destino, joven prodigio.
Kael lo miró con una intensidad que hizo retroceder al hombre, su voz resonó como un eco contenido.
—El destino no lo dicta un consejo corrupto, sino la voluntad de quienes se niegan a rendirse.
Cuando Kael llegó al altar, Valeria se levantó, alzando la mano para silenciar a la multitud. Su voz era firme, cargada de autoridad.
—Kael Veylith, nacido del linaje del gran líder Kaelion, has sido encontrado culpable de alta traición contra tu clan. Hoy pagarás por tus crímenes con tu vida.
Kael alzó la cabeza y la miró directamente, su voz cargada de ira y determinación.
—¿Traición? No he traicionado a nadie. Pero todos aquí saben que la verdadera traición viene de quienes controlan este consejo con mentiras y ambición.
El silencio se rompió con murmullos de sorpresa entre la multitud. Algunos ancianos intercambiaron miradas incómodas, pero permanecieron en silencio, atados por el miedo a Valeria. Ella, sin embargo, no se dejó intimidar y respondió con frialdad.
—Tus palabras no son más que los gritos desesperados de un hombre condenado.
Kael sintió una punzada de frustración, pero no dejó que su rostro lo mostrara. Cerró los ojos por un momento, recordando las enseñanzas de su madre. Ella siempre le decía que incluso en los momentos más oscuros, había que aferrarse a la esperanza.
La tensión en el salón aumentó cuando Valeria levantó la mano para dar la señal de ejecución, pero antes de que pudiera hacerlo, un estruendo sacudió las puertas principales. Estas se abrieron de golpe, y una figura envuelta en un aura luminosa entró con determinación. Era Lynara, su madre.
—¡Deténganse!— Su voz resonó como un trueno, llenando la sala de una energía que hizo temblar a todos los presentes.
La multitud quedó paralizada mientras Lynara avanzaba con paso firme. Su presencia irradiaba un poder que nadie podía ignorar. Incluso Valeria, aunque trató de mantener la compostura, no pudo evitar fruncir el ceño ante la interrupción inesperada.
Valeria habló con desdén, tratando de recuperar el control.
—Lynara, ¿vienes a suplicar por la vida de tu hijo? Ya es demasiado tarde para eso.
Lynara ignoró sus palabras y se dirigió directamente a Kael, que estaba de rodillas frente al altar. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y resolución.
—Kael, escucha bien. No importa lo que suceda, recuerda quién eres y el poder que llevas dentro. Este no es tu final.
Kael sintió que algo dentro de él respondía a las palabras de su madre. La chispa que había sentido antes ahora se transformaba en un fuego, un rugido que amenazaba con desbordarse.
Valeria chasqueó los dedos, y los guardias avanzaron hacia Lynara con sus armas desenvainadas.
—Arresten a esta mujer.
Pero antes de que pudieran tocarla, Lynara extendió la mano, y una ráfaga de energía dorada los lanzó hacia atrás como si fueran hojas al viento. La multitud estalló en caos. Algunos ancianos intentaron intervenir, pero la energía de Lynara era abrumadora.
Darien desenvainó su espada espiritual, avanzando con cautela.
—Lynara, esto es un acto de rebelión contra el clan. Detente antes de que sea demasiado tarde.
Lynara lo miró con tristeza, pero también con determinación.
—Si proteger a mi hijo es rebelión, entonces aceptaré ese título.
Mientras tanto, Kael sintió que sus cadenas comenzaban a vibrar. El altar de obsidiana, diseñado para suprimir su energía, empezó a mostrar pequeñas grietas. Cerró los ojos, concentrándose en la fuerza que crecía dentro de él.
De repente, una explosión de energía surgió de Kael, rompiendo las cadenas en mil pedazos. La luz que emanaba de su cuerpo cegó a todos los presentes por un momento. Cuando la vista regresó, Kael estaba de pie, su cuerpo envuelto en un aura dorada que hacía temblar el aire a su alrededor.
Valeria retrocedió, sorprendida y furiosa al mismo tiempo.
—¡Imposible! ¡Su cultivo estaba sellado!
Kael miró a su alrededor, sus ojos ardían con un brillo intenso. La ira, la traición y el dolor alimentaban su poder.
—No importa cuántas cadenas intenten imponerme. Mi verdadero despertar es inquebrantable.
Darien avanzó con su espada en alto, seguido por varios guerreros del clan. Pero antes de que pudieran acercarse, Kael levantó una mano, y una barrera de energía los repelió con facilidad. Lyara observó todo desde su lugar, su rostro mostraba una mezcla de miedo y arrepentimiento. Cuando Kael la miró, su voz estaba cargada de amargura.
—Tú, entre todos, fuiste la peor de las traidoras.