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Chapter 5 - Palacio de Ángeles #5

—Negativo. Esto es asunto de Quirisia. Además, el torneo mundial de combate está a la vuelta de la esquina. Mi función, hasta su finalización, es ser embajador del reino... aunque deba entrenar a diario a mi pelotón —declaró Soko con un tono de frustración controlada dejando un aura densa en la sala al informar a los draxelianos sobre la negativa de los reyes Gerald y Malika.

El general veía cómo Koi intercambiaba una mirada con su hijo, reflejando la misma decepción ante la falta de cooperación de los reyes quirisianos.

—Entonces no hay nada que podamos o debamos hacer en este territorio, Stak. —El comentario de Koi llevaba una mezcla de resignación y descontento.

—Ante cualquier eventualidad, no dude en contactarnos, general —añadió Koi con una reverencia respetuosa antes de salir del salón del trono junto a su hijo.

Padre e hijo abandonaron el castillo y luego el reino, cargando una frustración palpable. Los reyes no solo rechazaron la ayuda externa ofrecida por Draxelia, sino que también prohibieron que Soko participara en la búsqueda de los dos fugitivos. Esto dejaba al general en un dilema: confiaba en sus compañeros de alto rango, pero sabía que aquellos sujetos eran un peligro potencial.

De regreso en su habitación, el joven general luchaba contra su impotencia. Sabía que la situación era peligrosa, especialmente considerando quiénes eran los fugitivos. Cerró los ojos, intentando exprimir cada detalle de aquella noche en Noctis. La luz tenue de la lámpara iluminaba el escritorio mientras su lápiz trazaba en el papel los rostros que aún permanecían frescos en su memoria. Al terminar, observó los dibujos con un orgullo discreto.

—Sí... debería ser dibujante o pintor.

Sin embargo, al salir apresurado de su habitación, chocó de frente con la princesa Saki. El impacto fue suficiente para que la tinta fresca se corriera sobre los papeles.

—¡Pero… agh, Saki, fíjate por dónde andas! —protestó, apretando los dientes al ver cómo los papeles también habían sido manchados.

—Eh, eh, eh, cuidado cómo me hablas. Sigo siendo la princesa, ¿recuerdas? —respondió ella con una mirada afilada—. Además, ¿ves este vestido? Hoy no estoy de humor. Koi y Stak se fueron, no hubo entrenamiento, y ahora tú arruinas mi día.

—Tu vestido arruinó mis dibujos —respondió Soko mientras intentaba secar los papeles soplando con cuidado.

—¿Quiénes son? —preguntó Saki, inclinándose curiosa.

—Todavía no lo sabemos con certeza. Noctisárida guarda muy bien sus proyectos secretos. Pero son los dos que escaparon del laboratorio subterráneo. Según los informes, están aquí, en Quirisia. La chica parece tener algún tipo de poder mental, como ráfagas de viento invisibles que golpean o impulsan. También hay reportes de manipulación… quizás habilidades psíquicas.

—¡Qué interesante! ¿Y por qué no los buscas tú mismo? —preguntó Saki con una sonrisa maliciosa, consciente de las restricciones impuestas a Soko.

—Porque soy un embajador y no puedo involucrarme hasta que termine el torneo —replicó, dejando entrever su frustración.

Saki sonrió, siempre encantada de encontrar grietas en la fachada tranquila de Soko.

—Podría buscar algo por mi cuenta. Extraoficialmente, claro. Si me das permiso.

—Sabes que no puedo ir contra la palabra de los reyes —dijo ella, cruzándose de brazos.

—Típico de ti. Siempre tan obediente —murmuró él mientras la princesa se alejaba feliz por lograr molestarlo.

Cuando ella desapareció por el pasillo, Soko apretó los dientes y se dirigió al equipo asignado a la búsqueda, decidido a ayudarlos de manera indirecta.

En una pequeña ciudad cercana a la capital de Quirisia, el equipo de rastreo analizaba la escena de una tienda de zapatos. A pesar de los esfuerzos, todo parecía indicar que los fugitivos se habían esfumado. Desde el interior del local, Ze'ev, vestido completamente de negro con un abrigo de cuero, lentes oscuros y un cigarrillo en los labios, inspeccionaba minuciosamente el área. Su olfato, tan agudo como el de un canino, le ayudaba a reconstruir lo sucedido.

—Entonces, esto fue una riña... Uhm, espero no encontrar algo demasiado grande aquí. ¡Sería una verdadera desgracia! —dijo con ironía mientras observaba un hueco en el suelo, evidencia de un impacto fuerte.

Un soldado se acercó rápidamente.

—Teniente General Ze'ev, el general Soko Astvakia está aquí y quiere verlo.

Ze'ev dejó escapar una risa corta y, en lugar de salir por la puerta, atravesó la ventana rota con agilidad.

—General Astvakia, qué sorpresa. ¿Qué lo trae por aquí? Pensé que los reyes no le permitirían colaborar.

—Y no lo hacen. Pero tengo información crucial que no puedo ignorar. Vi a los fugitivos la noche de la explosión.

—Perfecto. ¿Qué tienes para mí?

Soko sacó dos dibujos y los entregó.

—Bueno… no están mal. Aunque, si los dibujara un niño, quizá serían mejores.

—Hueles a envidia. Sabes que no podrías dibujar algo así —respondió Soko con una sonrisa de confianza.

La camaradería entre ambos era evidente, pero antes de que pudieran profundizar en su conversación, otro soldado llegó corriendo.

—Teniente General, encontramos sangre. Dos muestras.

—Excelente. Llévenlas al laboratorio de inmediato —ordenó Ze'ev, apagando su cigarrillo en el marco de la ventana.

Las muestras de sangre y otros indicios fueron enviados a los laboratorios de Quirisia, una potencia tecnológica conocida por sus avances científicos de punta. Gracias a su eficiencia, los resultados llegaron en cuestión de horas.

—Teniente General… según las cámaras y las declaraciones de testigos, los fugitivos no estaban solos.

Ze'ev levantó una ceja.

—Rápido, suéltalo.

—Se fueron con Donkya.

El silencio se apoderó de la sala. Ze'ev, inmóvil, frunció el ceño.

—Donkya está muerto. Koi lo eliminó hace siglos.

—Eso creíamos… pero las imágenes no mienten.

El soldado colocó las fotografías sobre la mesa. Las figuras de los fugitivos y un hombre que encajaba perfectamente con Donkya aparecían con claridad. Ze'ev encendió otro cigarrillo y revisó los análisis en silencio.

—Clase "Mesías" y clase "Prodigio"… ¿Qué demonios hacía Noctis en esos laboratorios?

Mientras tanto, en Draxelia, la noticia llegó al consejo. Koi, visiblemente afectado, cerró los ojos al escuchar el nombre que había intentado olvidar.

—Es imposible. Yo mismo lo eliminé.

—Y nosotros hemos visto a los mejores cometer errores, maestro Koi —intervino Zariel, con un tono sereno pero motivador—. Nos enfrentaremos a esto como lo hicimos antes.

Koi asintió lentamente, levantándose con determinación.

—Esta vez no dejaré dudas ni esperanza para una revancha. Venceremos a Donkya, sea como sea.

—¿Donkya? ¿Así se llama el patas de escarbadientes? —Tesio cruzó los brazos y dejó caer su espalda contra la pared. Su tono estaba cargado de desdén, el mismo que parecía haber perfeccionado con el tiempo. La irritación en su rostro era evidente; encerrado nuevamente en una habitación sin ventanas y en un lugar desconocido, no podía estar más frustrado.

—Nos da una posibilidad, no seas idiota. Él solo quiere ayudarnos, lo mejor para nosotros —respondió Saomi, intentando mantener la calma.

—Claro, lo dices como si no estuviéramos amenazados. —Tesio sopló el flequillo de su frente y se apoyó en su palma, rodando los ojos con exasperación. Su postura reflejaba claramente su descontento con esta falsa "libertad" que el mafioso les había ofrecido.

—¿Qué opciones tenemos? Ni siquiera podemos verlo cuando se mueve. Nos ofrece entrenarnos y, en nuestro estado actual, no le haríamos ni cosquillas. Probablemente ni a sus guardias.

—Dijiste que era el segundo más fuerte por vencer al calvo.

—Tuviste suerte de tomarlo por sorpresa. —La voz de Saomi subió un tono, como si quisiera dejar claro que su hermano adoptivo no era tan imponente como creía.

El tono de la conversación se volvía cada vez más tenso, sus palabras rozando ya los límites de una discusión a gritos. Fue entonces cuando un sonido sutil en la puerta los interrumpió. Al abrirse, la figura imponente de Donkya llenó el marco. Su eterna sonrisa tétrica y esos ojos que parecían los de un gato al acecho hicieron que el aire en la habitación se congelara por un instante.

—¡Niños, niños! Sus gritos se escuchan a habitaciones de distancia. Si tienen diferencias, pidan habitaciones separadas y ya. —Su tono era burlón, casi paternal, mientras se acercaba a ellos con una calma inquietante.

—A ver, Slenderman, tú no me das órdenes. —Saomi lo señaló con un dedo, olvidando por completo a quién tenía enfrente. La discusión con Tesio la había dejado demasiado acalorada, y en su irritación, perdió de vista que este hombre era el mismo que los había intimidado hasta hacerlos aceptar su "contrato".

Antes de que pudiera darse cuenta, una sombra oscura se movió con una velocidad inhumana, y el dedo que apuntaba a Donkya cayó sobre la cama. El tiempo pareció detenerse mientras el sistema nervioso de Saomi procesaba lo sucedido. El calor invadió su cuerpo, su pecho se agitó descontroladamente, y un grito de terror escapó de sus labios.

—¡Bastardo! —Tesio, en un arrebato de furia, se lanzó hacia el cuello de Donkya. Sin embargo, antes de alcanzarlo, Saomi reaccionó de manera instintiva. Usando sus poderes, estampó a Tesio contra el suelo con fuerza, dejando claro que estaba más asustada de Donkya que de cualquier otra cosa.

—¡Si lo tocas, nos mata! —gritó, temblando, mientras mantenía a su hermano adoptivo inmovilizado.

Donkya, lejos de alterarse, aplaudió suavemente. Su sonrisa se amplió mientras observaba la escena.

—¡Maravilloso! ¡Bravo! ¡Espléndido! Sabía que tú eras el cerebro, querida Saomi, y que tú, Tesio, eras la fuerza. —Se agachó, moviendo el cabello del chico para mirarlo directamente a los ojos. Tesio lo observaba con un odio puro y murmuraba algo ininteligible entre dientes.

—Debemos cortar ese cabello. En un combate sería una desventaja. —Se incorporó con elegancia y tomó un florero de la mesa cercana. Con un movimiento firme, sujetó la mano de Saomi, que todavía sangraba. Sus ojos brillaron con un leve destello mientras el florero en su mano comenzaba a emitir un suave resplandor.

El proceso fue rápido. Cuando soltó la mano de la chica, su dedo estaba completamente regenerado.

—Esto, niños, es solo una muestra del poder, el entrenamiento y la constancia que puedo inculcarles. Confíen en mí; los cuidaré mejor que nadie, y ustedes me cuidarán también.

Saomi miró su dedo con asombro y recelo, mientras Tesio volvía a levantarse, claramente menos impresionado y más enfurecido.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Saomi, incapaz de apartar la vista de su mano.

—Todo en este universo está hecho de materia —comenzó Donkya, ignorando el intento de Tesio por golpearlo nuevamente. Con un movimiento fluido, esquivó el ataque y empujó al joven hacia la cama.

—La materia no se destruye ni se pierde, solo cambia de forma. La cama en la que descansas, la madera del árbol del que fue hecha, incluso tú. Todo sigue un ciclo. Pero algunos de nosotros... podemos manipularlo.

Saomi recordó la noche en el laboratorio.

—Cuando arranqué el brazo de Tesio en el laboratorio... Él absorbió una mesa metálica para regenerarlo. Fue lo mismo que hiciste con el florero.

—Exactamente. Sin embargo, no todos tienen esta capacidad. Es un don.

—¿Y cómo funciona exactamente? —Saomi intentó comprender.

—Hay dos tipos de materia: materia muerta (M.M.) y materia viva (M.V.). La M.M. son cosas inertes: metales, rocas, flores. Puedes absorberlas y regenerarte. La M.V., por otro lado, es materia viva: animales... Personas. seres con alma.

Tesio lo interrumpió, furioso:

—¿Nos estás diciendo que tú has usado personas para hacerte más fuerte?

Donkya rio suavemente, una risa que heló la sangre de ambos.

—¡Gran deducción! Pero, ¿Qué importa? La M.V. ofrece más fuerza con menos esfuerzo. Claro, hay quienes lo consideran poco ético, pero la moralidad es relativa. ¿A quién le importa mientras logremos ser más fuertes?

El silencio se apoderó de la habitación.

—Y usted, ¿cuántos años tiene realmente? —preguntó Saomi, incapaz de ocultar su creciente temor.

—Digamos que algunos siglos extra. —Sonrió con suficiencia. —Mañana comenzarán su entrenamiento conmigo.

Y, tan elegante como escalofriante, Donkya salió de la habitación, cerrando la puerta con un suave clic.

El silencio llenó el espacio por unos segundos hasta que Saomi habló.

—Ese tipo me da escalofríos. —Se abrazó a sus piernas, temblando.

Tesio se acercó, apoyando una mano en su hombro.

—Tranquila, hermanita. Cuando termine nuestro entrenamiento... seremos libres, por las buenas o por las malas.