Una respiración débil y agitada se podía oír a duras penas, dónde esa efímera voz era enterrada en el silencio.

Los murmullos aturdían a las estrechas paredes, mientras las personas iban y volvían.

Sus ojos ya no distinguían la realidad de la alucinacion que provocaban las dosis aplicadas.

Un pequeño cuerpo temblaba teñido de carmesí, su piel se podía notar levemente despellejada mientras la sangre recorría sus extremidades bajando hasta ensuciar el suelo.

Lamentables eras aquellas velas que se consumían alumbrando tal atroz pecado.

Tal ignorancia que condenaba la inocencia e incredulidad de un pequeño, siendo cómplices de la estupidez humana.

Sordos ruidos se oyeron a la lejanía, la gente comenzaba a correr abandonando aquella habitación y el humo negro comenzaba a esparcirse por todo el lugar.

En estos momentos, cuando el fuego comenzaba a consumir todas las cosas, nadie tuvo tiempo para preocuparse por alguien más que no fuere por si mismo.

En medio de la interminable agonía, siendo consumido por la amargura que arrojaba efímeros recuerdos dentro de su mente, el brillo en sus ojos de iba apagando.

¿Cómo terminó todo así?

-Caesar~.- sollozando con su débil voz, suplicando ser salvado, mientras todo a su alrededor se volvía negro.

El fuego se había adentrado al cuarto, y comenzaba a consumir todo a su alrededor, desde los botes con sustancias, hasta los escritos sobre las mesas, llegando a la parte inferior de la única camilla del lugar donde un niño suplicaba por ayuda en sus últimos momentos de agonía.

Justo antes de cerrar sus ojos, rindiendose ante Dios, creyó sentir que alguien tiraba de su cuerpo.

Sus labios se entre abrieron y susurraron sus últimas palabras.