Chapter 3 - CAP 3

Mientras subía las escaleras, respirando con pesadez, me topé con un grupo de zombies que descendían hacia nosotros. Sin pensarlo, desenvainé mi katana y, con un rápido movimiento, corté a uno de ellos por la mitad, haciendo que su cuerpo se desplomara al suelo con un estrépito. La sangre derrapó por los escalones, pero no me detuve. Sabía que tenía que seguir avanzando.

Miré a Ereki, que ya se había adelantado. Estaba corriendo hacia un pasillo lateral, deslizándose entre los cadáveres y los gruñidos de los muertos vivientes.

— ¡Nos vemos más tarde, imbécil! — gritó Ereki con una sonrisa burlona, ​​dándome la espalda mientras se alejaba. — ¡Voy a ver a mi doctora!

Rodé los ojos, sabiendo que, una vez más, Ereki haría lo que le diera la gana. Mientras él se dirigía a donde, en su mente, estaba la "doctora perfecta", yo seguía subiendo las escaleras, cortando zombies que intentaban bloquearme el paso.

Cada movimiento era preciso y rápido. El caos a mi alrededor se intensificaba. Los gritos de los estudiantes, los gruñidos de los zombies, y los sonidos de los cuerpos cayendo al suelo eran todo lo que podía escuchar mientras me abría paso.

Por ahora, tenía que concentrarme en sobrevivir. Ya habría tiempo para preocuparme por los demás.

Mientras corría hacia arriba, cortando zombies con la katana a medida que avanzaba, algo en el aire cambió. Un movimiento rápido captó mi atención. A lo lejos, en el nivel superior, vi una figura familiar corriendo hacia mí con rapidez, y no pude evitar reconocerlo. Era Takashi Komuro.

Takashi, con su característico cabello oscuro y desordenado, sus ojos fijos en el camino, corría con determinación, espada en mano. Estaba empapado de sudor, su respiración rápida, pero no parecía rendirse ni un poco. Su chaqueta escolar estaba un poco rasgada y cubierta de sangre de los muertos vivientes que había atravesado en su camino, pero aún mantenía esa mirada decidida y feroz. No era un novato, había aprendido rápido a enfrentarse a esta pesadilla, al igual que nosotros.

Al verme, Takashi se acercó brevemente, reconociéndome de inmediato. Sin detenerse, continuó su ascenso, sorteando con destreza a los zombies que intentaban detenerlo. Los cortes precisos de su espada hacían que los muertos caían a su alrededor como muñecos rotos.

Yo seguía a su lado, cortando zombies a medida que avanzábamos. A pesar del caos que nos rodeaba, ambos sabíamos que teníamos un solo objetivo: llegar a la azotea.

Finalmente, después de lo que parecieron interminables escaleras y hordas de muertos vivientes, llegamos a la puerta del techo. Takashi, siempre alerta, abrió la puerta de un empujón y entró rápidamente. El viento helado nos dio la bienvenida, junto con la vista de la ciudad en ruinas, plagada de zombies.

El viento helado nos dio la bienvenida, junto con la vista de la ciudad en ruinas, plagada de zombies. Mientras observábamos, un sonido de un quejido femenino rompió el aire. Takashi, impulsado por la urgencia, se movió rápidamente hacia las escaleras que llevaban al techo, pero lo detuve agarrándole del hombro y negando con la cabeza. Aun así, no me hizo caso y continuó hacia el lugar. Sin otra opción, lo seguí, aunque ya presentía lo que iba a encontrar.

Cuando llegamos, Takashi quedó paralizado, incapaz de reaccionar. Ahí estaba el hombre con orejas y colas de zorro, sosteniendo a tres mujeres con sus colas. Rei Miyamoto, con su largo cabello castaño y su uniforme escolar ligeramente desordenado, estaba en su regazo, besándolo apasionadamente, sus manos aferrándose a su cuello. Saya Takagi, con su cabello rosado atado en una coleta alta, sus lentes algo torcidos y el rostro teñido de un rubor evidente, se apoyaba contra su brazo, mientras sus pechos descansaban contra él de manera provocadora, su respiración algo agitada. Detrás del hombre, Saeko Busujima, con su cabello largo y morado, su mirada calmada pero intensa, besaba lentamente su cuello con movimientos suaves y calculados, dejando que sus manos se deslizasen por sus hombros con una sensualidad fría.

El hombre sonreía con arrogancia, consciente de la escena que estaba montando. Sus orejas de zorro se movían ligeramente, y sus colas, que mantenían a las mujeres cerca de él, parecían tener vida propia, envolviendo a cada una como si fueran extensiones de su propia voluntad.

—¡Maldito imbécil! ¿Qué estás haciendo con Rei? —gritó Takashi, cargando hacia el hombre con furia y rompiendo el beso entre Rei y él. Las demás chicas simplemente lo miraron, cada una con una expresión distinta: Saya con disgusto y Saeko con una calma perturbadora.

Rei tratado de interceder.

—¡Calma, Takashi! No es lo que estás pensando...

Pero su voz no logró detenerlo. Takashi lanzó un puñetazo directo al hombre, quien permaneció inmóvil, observándolo con una sonrisa burlona. Una de sus colas se movió rápidamente, bloqueando el golpe y golpeándolo con fuerza en el torso, lanzándolo varios metros hacia atrás hasta estrellarlo contra la barandilla metálica del techo. El impacto fue brutal; Takashi escupió un poco de sangre mientras intentaba recuperar el aliento.

—Te lo dije —dijo Rei, entre frustrada y preocupada mientras miraba a Takashi, pero rápidamente se volvió hacia el hombre—. ¡Por favor, cariño, no lo compañeros!

El hombre ladeó la cabeza, como si considerara sus palabras.

El hombre inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluando la súplica de Rei. Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro mientras sus ojos rojos brillaban con intensidad.

—¿Por qué, Rei? —preguntó con una calma inquietante—. ¿Acaso te importa este idiota?

Mientras hablaba, sus colas se movían lentamente, como si estuvieran vivas, acariciando el aire alrededor suyo con un movimiento amenazante. Takashi, aún en el suelo, los miraba con incredulidad y algo de miedo.

—¡No es eso! —respondió Rei rápidamente—. Es solo que... podría servir para más adelante.

El hombre rió suavemente, un sonido que parecía mezclar diversión y desdén.

—Interesante. Pero no olvides, querida, que no soy alguien que se limita por trivialidades.

Se tambaleó tras el fuerte golpe, pero, con terquedad, levantó su mano y lanzó una bola de fuego directa hacia mí. Mi cola se movió instintivamente, golpeándola y disipándola en el aire como si no fuera nada. El ataque no me hizo daño, pero surgió una chispa de furia en mi interior. Sentí cómo mi cuerpo se tensaba, y mi mirada ardía con un enojo contenido que comenzaba a desbordarse.

Las chicas, como si percibieran el peligro en el ambiente, retrocedieron unos pasos. La energía que brotaba de mí llenaba todo el lugar, pesado y opresivo. Me enderecé en las escaleras, mis pasos resonando con firmeza mientras avanzaba lentamente hacia él.

—Así que el mundo reacciona de esta manera… —murmuré, dejando que una sonrisa oscura se extendiera por mi rostro. Mi tono era bajo, casi un susurro, pero cargado de un peligro palpable—. No veo nada malo en esto. En realidad… esto podría volverse bastante interesante.

Antes de que pudiera reaccionar, mueva una de mis colas con la velocidad de un rayo. El golpe fue preciso, brutal. Su cabeza se separó de su cuerpo en un instante, y cayó pesadamente al suelo, dejando un charco de sangre que se extendía lentamente.

Me quedé allí un momento, observando su cadáver, sintiendo cómo la adrenalina todavía corría por mis venas. Luego levantó la mirada hacia Rei. Ella me observaba con una expresión tranquila, incluso serena.

—Lo siento, querida —dije con una sonrisa ladeada y un tono casi juguetón, aunque mi mirada aún brillaba con la intensidad de la pelea—. No podía permitir esto.

Rei mantuvo su mirada fija en el cuerpo, sin mostrar el más mínimo rastro de tristeza. Sus labios se curvaron apenas en una leve sonrisa antes de responder:

—No te preocupes. De todas formas… sirvió para algo.

Así mismo, mi mirada se desvió hacia la entrada de la puerta, donde vi a un hombre alto y de figura imponente. Su cabello negro estaba peinado hacia atrás, dejando algunos mechones sueltos caer sobre su frente, dándole un aire de rebeldía sofisticada. Sus ojos, de un intenso color ámbar, brillaban con una mezcla de calma y peligro, como si fuera un depredador siempre alerta. Vestía un haori negro sobre una camisa blanca abierta en el cuello, combinando el clásico estilo japonés con un toque moderno y desenfadado. Su postura era relajada, pero cada uno de sus movimientos parecía calculado, como si estuviera preparado para cualquier eventualidad.

El hombre me miró con el ceño fruncido, dejando escapar un suspiro pesado.

—Oh, querido amigo, ¿qué haces aquí? —le dije con una sonrisa burlona, ​​notando la tensión en su expresión—. Parece que mi yo se encontró contigo en este lugar.

—¿Qué mierda está pasando aquí, Jackson? —respondió con voz grave, claramente molesto. Su tono, aunque controlado, denotaba una irritación contenida, como si estuviera cansado de intentar entender lo que sucedía.

Solté una carcajada baja y moví una de mis colas, señalándolo con burla.

—¡Shhh! Ese no es mi nombre —dije, llevándome un dedo a los labios—. Mi nombre es Shin ahora. O, quizás, siempre lo fue.

Él entrecerró los ojos, sus manos relajadas pero listas para actuar si fuera necesario. No dijo nada, dejando que continuara.

—La cosa es esta, amigo mío: mi yo principal manda a sus avatares a otros mundos. ¿El propósito? Conocer nuevas historias interesantes. Por eso fui a tu mundo. Aunque técnicamente, nunca debí haber existido allí... pero, ya ves, así es la vida. O, mejor dicho, así soy yo. Fascinante, ¿verdad?

Mi sonrisa se ensanchó, deleitándome con la confusión en su rostro. Pero él, sin perder la compostura, cruzó los brazos y soltó un suspiro.

—Entonces, ¿quieres decir que todo este desastre... todas las cosas que pasaron... fueron solo un capricho tuyo?

—Exactamente. —Di un paso hacia él, manteniendo la mirada fija en sus ojos. El ambiente se cargó de tensión, pero me encantaba cómo las piezas comenzaban a encajar en su mente—. Cada decisión, cada giro, fue parte de una curiosidad, de un juego. Así funciona mi existencia.

—Un juego… —repitió, su voz apenas un murmullo mientras apretaba los puños, aunque mantenía su expresión fría.

—Oh, no lo tomes tan personal, amigo. —Di una vuelta despreocupada y levanté las manos—. Después de todo, tú también fuiste parte de algo más grande. Algo… que ahora tiene un diseño interesante. ¿No es emocionante?

Sus ojos brillaron con una chispa de ira, aunque permaneció en su lugar. Eso era lo que me fascinaba de él: siempre tan contenido, tan calculador, pero lleno de emociones enterradas bajo esa fachada de calma.

—¡Cálmate, Saito! Es solo una broma —dije con una sonrisa burlona, ​​intentando aliviar la tensión en el ambiente, aunque sabía que eso solo lo enfurecería más.

—¿Qué quieres decir con eso, maldito Jackson? —gruñó, dando un paso al frente mientras su voz se llenaba de frustración—. ¿Qué mierda quieres que haga en esta situación?

Mi sonrisa se amplió, disfrutando del torbellino de emociones que atravesaba su rostro. Me crucé de brazos y asentí con tranquilidad antes de responder:

—Una cosa es ir a tu mundo, Saito, pero vivirlo… eso es otra historia. —Hice una pausa, dejando que mis palabras se asentaran antes de continuar—. Mira, tengo los recuerdos del avatar que mi yo principal envió a tu mundo. Sé por todo lo que pasó. Las alegrías, las tristezas... todo.

Saito frunció el ceño, intentando procesar lo que acababa de decir.

—¿Qué diablos quieres decir con eso?

—Soy como Venom en el multiverso de Marvel —respondí con una sonrisa ladina, extendiendo los brazos como si mi explicación fuera algo obvio—. ¿Ves? Yo soy parte de una entidad mayor. Mi verdadero yo manda avatares como este cuerpo a diferentes mundos, recolectando historias, experiencias… emociones. Y cuando regreso, traigo esos recuerdos conmigo.

Saito se quedó en silencio por un momento, sus ojos brillando con una mezcla de incredulidad y enojo.

—Entonces tú… entonces todo lo que vivimos, ¿tú lo recuerdas?

Asentí lentamente, dejando que la gravedad de mis palabras lo golpeara.

—Así es, amigo mío. Cada momento. Cada risa, cada lágrima, cada decisión difícil. Todo está aquí —dije, señalando mi cabeza con un dedo—. No solo lo recuerdo… lo viví, Saito. Como si fuera real, porque para ese avatar lo fue.

—Eres un maldito enfermo… —murmuró, apretando los puños, aunque su tono parecía tan confundido como furioso.

—¿Enfermo? Talvez. Pero no puedes negar que es fascinante, ¿verdad? —repliqué, dando un paso hacia él con una sonrisa—. Después de todo, fui parte de tu mundo… y ahora, tú eres parte de este.

—[Suspirando] Siempre fuiste así… Entonces, ahora te llamas Shin. —Saito soltó el aire como si hubiera estado esperando esa respuesta, la incomodidad y la sorpresa claramente marcadas en su rostro.

—¡Ajajaj! Claro, ese siempre fue mi nombre. —Shin dijo con tono burlón, disfrutando de cómo Saito digería la información. Luego hizo una pausa, mirándolo fijamente con una sonrisa traviesa—. Aunque, Ereki sí lo sabía.

Saito frunció el ceño, claramente confundido por la revelación.

—¿Ereki? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Bueno, Saito… —Shin hizo un gesto como si estuviera pensándolo mucho—. Tú siempre fuiste un hombre de fe, ¿verdad? Siempre creíste en algo superior. No quería romper tu bonito mundo de ilusiones. ¿Quién soy yo para quitarte la esperanza de que alguien realmente esté al mando?

Saito arqueó una ceja, claramente molesto, pero con una pizca de humor en sus ojos.

—¿Estás insinuando que me creí toda esa historia de un dios?

-¡No! No, no, no… —Shin levantó una mano de manera dramática, riendo entre dientes—. Yo no quería que pensaran que yo era el gran jefe del universo, porque eso sería un poco… arrogante, ¿no? Pero mira, ¿quién soy yo para quitarte la creencia de que el destino tiene un propósito? ¡Vamos! Yo soy solo el tipo que está aquí para hacer que todo sea interesante.

Saito no pudo evitar soltar una pequeña risa, aunque todavía estaba claramente desconcertado.

—O sea que, ¿me mentiste todo este tiempo para que siguiera creyendo que había algo más grande que yo allá afuera?

—Exactamente. —Shin caminando con entusiasmo, como si fuera lo más obvio del mundo—. ¡¿Qué clase de persona sería si te arruinara esa pequeña fantasía?! Mira, tú eres un hombre fuerte, Saito, y créeme, ¡no necesito que te enfrentes a mí como si fuera algún dios o algo por el estilo!

Saito bufó y empresarial con la cabeza, resignado, pero ahora algo más relajado.

—Eres un maldito… —dijo, dándole un pequeño golpe en el hombro a Shin, como si ya no se tomara tan en serio toda la conversación.

—Lo sé, lo sé. Pero te lo dije, siempre es más divertido cuando hay un poco de caos, ¿no?

—Ah, por cierto, ¿dónde está la idiota de Ereki? —preguntó Shin con tono despreocupado, mirando a su alrededor.

—Se fue con su enfermera. —respondió Saito, dirigiendo la mirada hacia las tres mujeres que estaban en las escaleras, discutiendo sobre algo entre ellas, sin percatarse de su presencia.

Shin, con una sonrisa ladina, observó a las mujeres con cierta curiosidad.

— ¿Hiciste algún movimiento con esa enfermera? —Saito lo miró con una mezcla de desconcierto y advertencia, sabiendo claramente que Shin no era alguien que se quedaría solo con lo evidente.

Shin soltó una risa divertida, levantando las manos de manera inocente.

—¡Claro que no, Saito! No soy tan malo, sabes que no me gusta el NTR —respondió, bromeando con un tono de humor, como si se estuviera defendiendo de una acusación absurda.

Saito lo miró con una expresión escéptica, claramente sin creerlo del todo.

—Si lo dices... —dijo, levantando una ceja mientras volvía a observar las mujeres—. No sé si eso es una excusa o simplemente una afirmación extraña.

—Ambas cosas. —Shin se encogió de hombros, disfrutando de la incomodidad de Saito.

—¿Tengo una que es esa forma tuya de hombre zorro? —preguntó Saito, observando con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

—Ah, esto... —Shin sonriendo, como si la pregunta fuera algo que ya esperaba. Se estiró un poco, flexionando los músculos de su nuevo cuerpo—. Este es el cuerpo principal. Me lo prestó para este mundo.

Saito lo miró fijamente, frunciendo el ceño.

—¿Te "prestaron" este cuerpo? ¿En serio? —su tono era escéptico, como si la idea de que alguien pudiera "prestar" un cuerpo fuera aún más absurda que todo lo demás.

Shin caminando con aire de suficiencia, disfrutando de la confusión que causaba.

—Sí, algo así. Digamos que tengo varios cuerpos para moverme entre mundos, y este es el más adecuado para esta versión del juego. Nada que te deba preocupar, ¿verdad? —dijo con una sonrisa traviesa.

Saito hizo una mueca, sin saber si creerle o simplemente dejarlo pasar.

—Esto sigue siendo muy raro, incluso para ti.

—Esto sigue siendo muy raro, incluso para ti. —Saito dijo, aún sin poder creer completamente lo que estaba escuchando.

—Entonces, ¿las manipulaste mentalmente o las cautivaste de manera natural? —preguntó, con una mirada suspicaz.

Shin se echó hacia atrás con una sonrisa confiada, cruzando los brazos.

—Las cautivé de manera natural. —Respondió con tono relajado, como si todo fuera lo más normal del mundo. —Nací en este mundo, así que me fue fácil. Ayer mismo les conté toda la verdad, sin filtros. Y mira, las tres están hablando como hermanas ahora.

Saito lo miró, visiblemente sorprendido, observando a las tres mujeres que seguían discutiendo, pero de una manera menos tensa que antes.

—Así de fácil? —dijo, aún incrédulo, observando el escenario que Shin había creado—. ¿Les contaste la verdad y simplemente lo aceptaron?

Shin asintiendo, sin perder su sonrisa tranquila.

—Sí, lo aceptaron bastante bien. Creo que hasta lo disfrutaron un poco. Pero bueno, no todo el mundo puede manejar una revelación tan… directa. —dijo con tono de broma, mientras observaba a las mujeres charlando como si nada hubiera pasado.

Saito negó con la cabeza, aún tratando de entender todo lo que había pasado.

—Eres un caso perdido, Shin.

—Vamos a ver al pendejo de Ereki. No quiero que deshaga todo el teatro —dijo Saito con fastidio, comenzando a caminar hacia adelante.

—Por cierto, Shin… —continuó, con un tono más curioso mientras lo miraba de reojo—. ¿Puedes ir a otros mundos? Tengo un poco de curiosidad.

Shin sonrió con ese aire despreocupado que lo caracterizaba y asintió ligeramente.

—Puedo, pero debo pedir permiso a mi superior. —Su respuesta fue tan casual que parecía estar hablando de pedir una simple autorización.

Antes de que Saito pudiera decir algo más, Shin hizo un gesto con la mano para llamar a las chicas. Ellas, al notar la señal, se detuvieron en su discusión y comenzaron a seguirlos.

El grupo descendió las escaleras en silencio, el eco de sus pasos resonando en el lugar. Saito iba al frente, Shin caminaba detrás con su expresión siempre relajada, y las chicas seguían un poco más atrás, aún murmurando entre ellas.

De repente, un grupo de tres zombies apareció al fondo del pasillo, gruñendo y arrastrando sus cuerpos torpes hacia ellos.

—Tch, qué molestia… —murmuró Saito, deteniéndose en seco y preparando su arma.

Sin inmutarse, Shin dio un paso al frente, con una sonrisa tranquila. Antes de que los zombies pudieran acercarse más, una de sus colas se movió con una velocidad brutal, azotando las cabezas de los tres enemigos en un solo movimiento.

¡Boom!

Los cráneos explotaron como globos de sangre, salpicando restos y fluidos oscuros contra las paredes y el suelo.

Saito desvió la mirada con una mueca de asco, sacudiéndose una gota de sangre que había terminado en su rostro.

—¿Era necesario hacerlo tan asqueroso?

Shin se encogió de hombros con una sonrisa burlona.

—¿Qué puedo decir? Es efectivo. —Giró la cola, aún limpia, como si estuviera presumiendo su habilidad—. Además, te ahorré trabajo.

Las chicas, que miraban la escena desde atrás, intercambiaron miradas sorprendidas y algo fascinadas.

—Sí que sabe usar sus colas, ¿eh? —comentó una de ellas en voz baja.

—Vamos, sigamos avanzando. —dijo Shin, dando un paso hacia adelante y mirando a Saito—. No quiero que Ereki nos arruine el momento épico.

—Lo dudo… —masculló Saito con un suspiro, ajustando su postura mientras continuaba caminando—. Pero conociendo a ese idiota, cualquier cosa puede pasar

Bajando al segundo piso, el sonido de una gran explosión retumbó en las paredes, sacudiendo el lugar con una fuerza inquietante. El grupo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de moverse rápidamente hacia el origen del estruendo.

—¿Qué fue eso? —dijo Saito con el ceño fruncido, acelerando el paso.

Al doblar la esquina de un amplio pasillo destrozado, la escena que encontraron los dejó en tensión.

Ereki estaba en medio de la sala, luchando con todo su poder contra una abominación grotesca: una masa de carne retorcida, pulsante y deforme que se alzaba como una montaña viva. Decenas de extremidades mutadas y rostros deformados sobresalían de su cuerpo, como si los restos de varias víctimas hubieran sido amalgamados en un solo ser. La criatura gruñía con un eco gutural, cada movimiento suyo parecía distorsionar el aire a su alrededor.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Saya, su voz cargada de asco y horror mientras se cubría ligeramente la boca.

Shin, que observaba con una calma inquietante, sonrió de lado.

—Oh, querida, eso… —dijo señalando a la monstruosidad—. Es una variación de los zombies. ¿Recuerdas lo que dije? Al matar al "héroe", el mundo reacciona. Esto es parte de ese "ajuste". Incluso viste cómo uno de ellos lanzó una bola de fuego. Eso fue por la llegada de estos dos. —Giró la cabeza señalando a Saito y a sí mismo.

En ese instante, un rugido ensordecedor retumbó cuando la criatura arremetió con uno de sus brazos deformes, intentando aplastar a Ereki.

Ereki esquivó con agilidad, sus movimientos felinos contrastaban con la brutalidad del monstruo. Sin perder tiempo, se abalanzó sobre la abominación, con el rostro iluminado por la intensidad del combate.

—¡Vamos, maldito montón de carne! —gritó Ereki con furia.

Su puño, envuelto en energía maldita, impactó con una fuerza abrumadora en el centro del cuerpo de la criatura. El golpe resonó en todo el pasillo como un trueno, y una onda de energía negra se expandió desde el punto de impacto, haciendo que partes de la monstruosidad explotaran y salpicaran pedazos viscosos por todas partes.

—¡Toma esto! —rugió Ereki, presionando aún más.

La criatura chilló, un sonido agudo y perturbador que parecía provenir de múltiples gargantas al mismo tiempo. Recuperándose, el monstruo agitó uno de sus brazos grotescos, intentando golpear a Ereki con su fuerza aplastante.

Ereki giró justo a tiempo, evitando el ataque por centímetros mientras un pedazo del suelo se destruía bajo la fuerza del impacto. Sin perder el ritmo, Ereki volvió a lanzarse hacia adelante, con su puño cargado de energía maldita, clavándolo nuevamente en el cuerpo de la bestia. Esta vez, el golpe atravesó la carne retorcida, dejando una enorme herida que chisporroteaba como si estuviera quemándose desde dentro.

—¡Vamos, Ereki! Acábalo ya —murmuró Saito con los puños apretados, observando la batalla con seriedad.

—No se ve tan complicado —añadió Shin con una sonrisa burlona, aunque sus ojos no perdían detalle del enfrentamiento—. Pero hay que admitir que tiene estilo.

La criatura, furiosa y desesperada, lanzó un ataque final con todas sus extremidades, tratando de aplastar a Ereki en una emboscada caótica. Sin embargo, Ereki saltó en el último segundo, elevándose por encima del monstruo.

—¡Es hora de terminar esto! —gritó Ereki con una sonrisa feroz.

Reuniendo toda su energía maldita, descendió como una bala, con el puño extendido. La energía oscura envolvió su brazo por completo, brillando con un fulgor siniestro. Al momento del impacto, el golpe desintegró la cabeza de la criatura en una explosión negra que sacudió el área entera.

La monstruosidad quedó inmóvil, su cuerpo comenzando a colapsar y disolverse en un charco de carne derretida. El eco de la explosión aún resonaba cuando Ereki aterrizó, respirando pesadamente pero con una sonrisa triunfante.

—¡Eso fue un buen calentamiento! —dijo Ereki, girando para mirar al grupo.

Shin aplaudió lentamente, con una sonrisa burlona.

—Bien hecho, héroe improvisado. Aunque te tomaste tu tiempo.

Saito suspiró, sacudiendo la cabeza.

—No me jodas, Ereki… siempre tienes que hacer todo un espectáculo.

—¡Lo sabes! —respondió Ereki con una carcajada, limpiándose la sangre y los restos del monstruo de su ropa.

Mientras tanto, Saya y las demás miraban la escena, aún incrédulas de la brutal batalla que acababan de presenciar.

—Aunque también ustedes, chicas, pueden obtener un poder similar. Solo hay que esperar a ver qué habilidades decide lanzar el mundo —dijo Shin con tranquilidad, mientras se giraba hacia ellas.

Les dedicó una sonrisa serena, casi como si la situación no fuera tan grave como parecía.

Las tres chicas, que hasta ese momento mantenían una tensión palpable en sus gestos, comenzaron a relajarse poco a poco. Saya frunció el ceño, pero su mirada era menos dura.

—¿Poderes, dices? —murmuró con un deje de curiosidad, cruzándose de brazos.

—Ajá. —Shin asintió, moviendo una de sus colas con un aire juguetón—. Este mundo tiene su forma de "compensar" a quienes se quedan. Si se adaptan a la historia, es posible que consigan algo… especial.

—Suena a un cuento barato de fantasía —comentó Saeko, aunque una leve sonrisa traicionó su interés.

—Puede ser… pero en este mundo, los cuentos se hacen realidad. —Shin amplió su sonrisa mientras las observaba. Luego les hizo un gesto con la mano—. Así que tranquilas, chicas. Todo se resolverá a su tiempo.

El aire denso que rodeaba al grupo pareció disiparse un poco, como si las palabras de Shin hubieran inyectado un mínimo de confianza en ellas. Aunque no lo admitieran, la posibilidad de obtener poderes era suficiente para distraerlas del caos temporal en el que estaban atrapadas.

—Bueno, ahora que están más calmadas… —interrumpió Saito, con un tono ligeramente exasperado—. ¿Podemos seguir moviéndonos antes de que aparezca otra cosa fea como la de hace un rato?

Shin soltó una risa ligera.

—Tranquilo, tranquilo. A veces hay que darles un poco de esperanza para que no se rompan —dijo en tono burlón, guiñándole un ojo a Saito, quien solo resopló con fastidio.

Las tres chicas se miraron entre sí, todavía digiriendo la idea de lo que podría venir. Afuera, el mundo seguía rugiendo con peligro, pero por un instante, la calma había regresado.

—Por cierto, Ereki… ¿dónde está tu doctora? —preguntó Shin, con una ceja levantada y un toque de burla en su voz.

—Ah, ella está escondida por allá —respondió Ereki con total naturalidad, señalando hacia un casillero que, curiosamente, se estaba moviendo ligeramente.

El grupo desvió la mirada justo cuando la puerta del casillero se abrió lentamente, revelando a una mujer que salió tambaleándose con evidente nerviosismo.

Era una mujer de apariencia llamativa, con un cuerpo voluptuoso que acaparaba las miradas. Su cabello era rubio claro, largo y sedoso, cayendo en ondas hasta la mitad de su espalda. Sus grandes ojos color miel mostraban confusión y sorpresa, mientras intentaba recuperar la compostura. Pero lo más destacado eran sus proporciones exageradas: un busto enorme que apenas podía contenerse bajo el uniforme blanco de enfermera, con el botón superior peligrosamente tenso. La prenda ceñida acentuaba aún más su pequeña cintura y sus caderas generosas, que se movían con naturalidad mientras se incorporaba del todo. Sus piernas largas y bien torneadas sobresalían bajo la falda corta de su uniforme, y sus curvas parecían desafiar cualquier lógica física.

—¿Ya… ya terminaron? —preguntó con voz suave y algo temblorosa, llevándose una mano al pecho en un intento de calmar su respiración.

Shin silbó bajo, con una sonrisa entre divertida y sorprendida.

—Vaya, vaya, Ereki. No me extraña que te fueras por "tu enfermera" —comentó, soltando una ligera carcajada mientras le daba un codazo amistoso a su compañero.

Ereki se rascó la nuca con una sonrisa boba.

—Bueno, tenía que asegurarme de que estuviera a salvo… —respondió, aunque su tono sugería que había más detrás de su acción que un simple acto heroico.

Saito soltó un resoplido, desviando la mirada con algo de fastidio.

—Por el amor de… ¿será posible que te concentres en algo que no sean tus malditos impulsos? —murmuró, cruzándose de brazos.

La doctora, todavía algo confundida, parpadeó un par de veces mientras miraba al grupo.

—¿Q-qué está pasando aquí? ¿Ya es seguro salir? —preguntó con inocencia, su expresión suave contrastando con el caos y las explosiones que seguían resonando en los alrededores.

—Seguro, seguro… —respondió Shin con una sonrisa torcida—. Al menos mientras este "pendejo" —dijo señalando a Ereki— siga repartiendo golpes como un héroe.

La mujer miró hacia Ereki, que solo se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa confiada.

—Todo bajo control, doc. Confía en mí.

—Si tú lo dices… —murmuró ella, ajustando el borde de su falda con un gesto nervioso, lo cual solo acentuó aún más su figura.

Mientras la conversación seguía, Saya y las demás lanzaron miradas entre incómodas y molestas hacia Ereki, como si hubieran esperado algo así de él.

—Es un caso perdido —dijo Saya finalmente, girando los ojos.

—Sí, pero al menos la escena tiene su encanto —respondió Shin, sin perder su sonrisa juguetona.

—Ya que estamos saliendo de aquí, vámonos, ¿no? —dijo Saito con evidente impaciencia, cruzando los brazos mientras miraba de reojo a Shin.

Shin, sin perder su actitud relajada, estiró los brazos hacia atrás, bostezando como si todo el caos a su alrededor fuera apenas un paseo matutino.

—No te preocupes, esto es solo un poco de ejercicio. —Su sonrisa burlona no hizo más que aumentar la molestia de Saito.

—¿Ajajaja! —Shin soltó una carcajada divertida, mirando de reojo a su compañero—. ¿Acaso estás celoso, monje?

Saito, que intentaba mantener la calma, frunció el ceño al instante. Un tic apareció en su frente mientras sus ojos se afilaban como dagas.

—¿A quién le dices monje, maldito maniático? —gruñó Saito, dando un paso adelante con los puños apretados.

Shin se limitó a reír aún más fuerte, agitando una de sus colas en el aire con un aire despreocupado.

—Vamos, tranquilo, hombre de fe. No es mi culpa que siempre pongas cara de que vienes directo del templo.

—¡Dije que no me llames así! —bramó Saito, a punto de perder la paciencia mientras Shin seguía mofándose con total descaro.

—Está bien, está bien. —Shin levantó las manos en señal de rendición, aunque su sonrisa socarrona seguía en su rostro—. Pero si te relajaras un poco, tal vez no parecerías el protagonista de una tragedia griega.

—¡Grrr, te juro que...! —Saito respiró hondo, como si intentara contener las ganas de golpearlo allí mismo.

Mientras tanto, Ereki, que observaba la escena desde atrás con una sonrisa ladina, decidió intervenir.

—Oigan, si van a discutir como niños, al menos hagan algo útil. —Ereki señaló hacia el final del pasillo, donde un ruido extraño comenzaba a escucharse.

Shin se giró con calma, ignorando a Saito por completo.

—Oh, vaya. Parece que nuestros amigos putrefactos están listos para otra ronda —dijo, señalando con el pulgar hacia el origen del sonido.

—Tsk… —Saito bufó, dejando de lado su discusión con Shin—. Nos ocuparemos de esto luego.

—Si sobrevives —añadió Shin con un guiño burlón, ganándose otra mirada asesina de su compañero.

Los tres, junto con las demás, empezaron a prepararse mientras el sonido de pisadas y gruñidos crecía, anunciando que la calma había terminado.