—¿Esto es en serio? —pregunté, tratando de mantener la calma mientras mi mirada iba del documento en mis manos al rostro de mi jefe.
Él me devolvió una expresión serena, como si mi pregunta no tuviera ningún sentido.
—Por supuesto que es en serio, Emma. No te habría llamado de urgencia si no lo fuera —respondió, apoyándose en el marco de la puerta de mi oficina.
Suspiré profundamente, sintiendo un nudo formarse en mi estómago. El papel temblaba ligeramente entre mis dedos, aunque intentaba aparentar que todo estaba bajo control. Pero la verdad era que no estaba preparada para esto. No después de lo que había pasado hace apenas unos meses.
Mi mirada se posó nuevamente en el nombre del cliente, escrito con letras claras y elegantes: Derek Moore y Samantha Reed.
El aire se volvió más pesado en la habitación. Derek. Mi exnovio. El hombre con el que había pasado cinco años de mi vida, siempre creyendo que algún día me pediría que fuera su esposa. Y ahora… estaba aquí, como cliente de la empresa, pidiéndome a mí que organizara su boda con otra mujer.
—Emma, sé lo que esto significa para ti —la voz de mi jefe, el señor Carter, sonó con un tono más suave—. Pero tú eres la mejor en este negocio. Nadie crea arreglos para bodas como tú, y este es un evento importante. No podía pensar en alguien más para manejarlo.
Me apoyé en el escritorio, cerrando los ojos por un momento para procesar lo que acababa de decirme. Nadie más para manejarlo. Claro, porque ¿quién mejor para encargarse de la boda del hombre que me había engañado con mi exmejor amiga?
—Ya hice una cita para mañana con ellos —añadió, sin darle mucha importancia al conflicto interno que seguramente estaba reflejado en mi rostro—. Quieren empezar con los detalles lo antes posible.
—¿Mañana? —repetí con incredulidad, como si al decirlo en voz alta pudiera retrasar el inevitable encuentro.
—Mañana —confirmó él con firmeza—. Mira, Emma, entiendo que esto sea complicado, pero confío en ti. Eres profesional, sabes cómo separar tus emociones de tu trabajo, y este es solo un cliente más.
Quise responderle que no, que no era "solo un cliente más", pero las palabras se atascaron en mi garganta. No podía darme el lujo de rechazar un trabajo como este, no ahora que mi carrera estaba en juego y que tenía una reputación que mantener.
Además, Derek había dejado claro hace meses cuánto significaba realmente para él. Su repentino compromiso con Samantha, después de solo cinco meses juntos, era prueba suficiente de ello. Durante años, yo había esperado que él tomara ese paso conmigo, y jamás lo hizo. Sin embargo, con ella… todo fue diferente.
Y ahora, aquí estaba yo, frente a la posibilidad de ayudarles a crear el día más importante de sus vidas.
—Está bien —respondí finalmente, aunque mi voz sonaba como si perteneciera a otra persona—. Aceptaré el trabajo.
Carter sonrió, satisfecho.
—Sabía que podía contar contigo. Eres una profesional, Emma. Esto solo reforzará tu reputación en la industria.
Asentí, aunque apenas podía escuchar lo que decía. Mi mente estaba ocupada imaginando cómo sería volver a ver a Derek… y a Samantha. ¿Podría manejarlo? ¿Podría mantener la compostura y hacer mi trabajo sin que ellos notaran lo mucho que me dolía?
No lo sabía. Pero sí sabía que no tenía otra opción.
Salí de la oficina con pasos lentos, intentando procesar todo lo que acababa de aceptar. Mi mente estaba en un torbellino, repasando una y otra vez la misma pregunta: ¿cómo iba a enfrentar esto?
—¿Emma?
La voz de Claire, mi mejor amiga y compañera de trabajo, me sacó de mis pensamientos. Ella estaba apoyada contra la pared del pasillo, con los brazos cruzados y una mirada de preocupación.
—¿Todo bien? Pareces como si hubieras visto un fantasma.
Solté un suspiro pesado, sin saber por dónde empezar. Pero Claire era una de las pocas personas en las que realmente confiaba, así que no vi razón para guardármelo.
—Carter me acaba de dar un nuevo proyecto —dije, intentando sonar neutral, aunque mi voz tembló ligeramente.
—¿Y? ¿Eso es malo? —preguntó, frunciendo el ceño.
—El cliente es Derek… y Samantha. —Las palabras salieron más rápido de lo que esperaba, como si al decirlo pudiera aliviar algo del peso que llevaba dentro.
Claire me miró como si acabara de declarar que iba a lanzar una granada en medio de la oficina.
—¿Qué? ¿Cómo puede pedirte que trabajes para ese idiota? —dijo, su tono subiendo de golpe.
—El trabajo es trabajo, Claire —respondí con un suspiro, encogiéndome de hombros—. No tenía muchas opciones. Aunque me cueste, lo haré.
Ella negó con la cabeza, claramente indignada.
—Emma, a veces eres demasiado buena con personas que no se lo merecen.
No respondí. Sabía que tenía razón, pero también sabía que mi vida profesional no me permitía el lujo de dejarme llevar por mis sentimientos. En este negocio, la reputación lo era todo, y no podía arriesgarme a perder la confianza de Carter.
Claire me miró en silencio por unos segundos, como si estuviera evaluando cómo sacarme de ese estado. Finalmente, dio un paso hacia mí y sonrió con complicidad.
—¿Qué tal si vamos un rato a distraernos? Hay un bar nuevo a unas cuadras de aquí. Podríamos tomar algo y relajarnos un poco.
—No sé, Claire —dije, dudando—. Mañana tengo que levantarme temprano.
—Solo un rato —insistió, tomándome del brazo como si no me fuera a dejar escapar—. Vamos, te vendrá bien despejarte antes de enfrentarte a ese par.
La miré, todavía dudando, pero algo en su energía me convenció. Necesitaba un respiro, aunque fuera pequeño.
—Está bien, un rato —respondí finalmente.
—¡Sabía que dirías que sí! —exclamó, sonriendo como si hubiera ganado una pequeña batalla.
Mientras salíamos del edificio, traté de dejar a Derek y Samantha fuera de mi mente. Por esta noche, al menos, me permitiría disfrutar de algo de normalidad.
El aire frío de la noche golpeó mi rostro cuando Claire y yo salimos del edificio. A pesar de mis dudas iniciales, estaba empezando a sentir que salir no era una mala idea. Un respiro antes de enfrentar el caos que seguramente me esperaba mañana era justo lo que necesitaba.
Llegamos al bar en cuestión de minutos. Era el nuevo lugar del que todo el mundo hablaba en la ciudad y, para ser un jueves, estaba sorprendentemente concurrido. Desde fuera, el edificio tenía un diseño moderno, con grandes ventanales iluminados por luces cálidas y un letrero minimalista que decía "The Haven".
Al entrar, me sentí un poco fuera de lugar. El interior era sofisticado y acogedor a la vez. Las paredes estaban decoradas con ladrillo expuesto y madera oscura, mientras que las lámparas colgaban del techo, proyectando un brillo dorado. Había sofás elegantes en los rincones y mesas altas rodeadas de taburetes acolchonados en el centro. La barra, que se extendía a lo largo de toda la pared derecha, estaba hecha de mármol negro y llena de botellas organizadas meticulosamente.
Una música suave de jazz llenaba el ambiente, lo suficientemente alta como para disfrutarla, pero sin opacar las conversaciones.
Miré a mi alrededor, sintiéndome repentinamente consciente de mi atuendo: un vestido azul sencillo que había usado para el trabajo y tacones bajos. Me incliné hacia Claire mientras caminábamos hacia la barra.
—Creo que estoy mal vestida para este lugar.
Ella me miró de arriba abajo con una ceja arqueada y una sonrisa burlona.
—¿Estás bromeando? Te ves increíble. Ese vestido te queda perfecto y, sinceramente, realza tus pompis de una manera espectacular.
—¡Claire! —dije entre risas, poniéndome roja como un tomate mientras ponía los ojos en blanco.
—¿Qué? Es la verdad. Si estuviera en tu lugar, me sentiría orgullosa.
No pude evitar reírme. Claire siempre sabía cómo hacerme sentir mejor, incluso si lo hacía de una manera exagerada. Nos sentamos en dos taburetes cerca de la barra y me acomodé, intentando ignorar mi nerviosismo.
El cantinero, un hombre joven con cabello oscuro y una camisa blanca arremangada, se acercó con una sonrisa amigable.
—Buenas noches, señoritas. ¿Qué les puedo ofrecer?
—Un martini para mí —dijo Claire sin dudar, guiñándole un ojo al hombre.
Me tomó un segundo decidir.
—Un vino blanco, por favor.
El cantinero asintió y se alejó para preparar las bebidas.
—¿Ves? —dijo Claire, inclinándose hacia mí—. No está tan mal, ¿verdad?
La miré, observando cómo se movía con tanta naturalidad en un lugar como este. Tal vez tenía razón. Tal vez necesitaba esto más de lo que quería admitir.
La charla con Claire había comenzado con temas cotidianos: trabajo, programas de televisión y algún que otro chisme sobre conocidos. Pero, al ritmo en que las copas se acumulaban, nuestras risas se hacían más frecuentes y despreocupadas. Observé a Claire mientras jugueteaba con su cabello y le lanzaba miradas coquetas al cantinero, quien claramente disfrutaba de la atención.
—No pierdes el tiempo, ¿eh? —le dije, riéndome mientras negaba con la cabeza.
—Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? —me respondió con un guiño antes de volver a su "caza".
Sacudí la cabeza, divertida, y me llevé la copa a los labios para otro sorbo de vino. Fue entonces cuando noté que alguien se sentaba en el taburete a mi lado.
El hombre pidió una bebida con voz grave y calmada, lo que de inmediato captó mi atención. Giré un poco la cabeza y lo vi.
Era imposible no hacerlo. Llevaba un traje oscuro, perfectamente ajustado a su figura, aunque sin corbata, lo que le daba un aire más relajado. Su cabello, de un tono castaño oscuro con mechones que caían de forma natural, estaba ligeramente despeinado, pero no de una manera descuidada. Sus ojos, de un color profundo que no alcancé a distinguir en la penumbra del bar, parecían estar atentos a todo y a nada a la vez.
No pude evitar notar su mandíbula marcada y una ligera sombra de barba que le daba un aspecto algo rudo. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue su aroma: un perfume cálido, amaderado, que me llegó de inmediato y me hizo pensar que, a veces, Dios no era justo. ¿Cómo era posible que alguien pudiera lucir y oler tan bien?
Sacudí la cabeza, reprochándome mis pensamientos, y me obligué a mirar hacia otro lado. Definitivamente había bebido demasiado, pensé. Pero antes de que pudiera reordenar mi mente, su voz me sacó de mis cavilaciones.
—Disculpa —dijo él, y al principio pensé que se dirigía a alguien más. Pero no, me estaba mirando directamente a mí.
—¿Sí? —respondí, intentando sonar natural, aunque seguramente estaba un poco roja por el vino y el nerviosismo.
El hombre levantó un pequeño bolso negro, el mío, y me lo tendió con una leve sonrisa.
—Creo que se te cayó.
Miré el bolso, luego a él, y volví a mi bolso. Apenas recordaba haberlo dejado en mi regazo.
—Oh, gracias… no me di cuenta —dije, apenada, mientras lo tomaba de sus manos.
—No hay problema —respondió, su sonrisa ampliándose apenas un poco antes de volver a centrarse en su bebida.
Mientras me acomodaba en mi taburete, sentí que el calor en mis mejillas no se debía solo al vino. Algo en su presencia era intimidante, pero no de una manera desagradable. Más bien, era como si estuviera delante de alguien que, sin quererlo, irradiaba un magnetismo imposible de ignorar.
No sabía que ese pequeño encuentro, en medio de risas, copas y un bar concurrido, sería el inicio de algo que cambiaría mi vida por completo.