Las chicas de mi internado siempre han sido blancos fáciles, muy asustadizas, e ingenuas. Odiaba no tener alguien con quien compartir "mis aventuras". No fue hasta después de cumplir dieciséis años que entendí lo beneficioso de no tener a nadie más conmigo en esos momentos. Estando sola no corría el riesgo de ser delatada, o de provocarle daño a una chica inocente por mi necedad. Solo he tenido una amiga en lo que va de mi vida, se llama Lily, era igual que yo en muchos sentidos, ambas odiábamos estar encerradas, amábamos los mismos libros, nuestro postre favorito era el pastel de coco que preparaba la señorita Bethany, y ambas fuimos abandonadas en el internado a los diez años. La diferencia entre Lily y yo, es que ella fue rescatada por su tía dos años después, yo por el contrario aún sigo aquí.
—Solo dos semanas más y serás libre —digo para mí misma.
Este es mi último año, terminaré la escuela y dejaré este internado para siempre. Me encaminaré a la ciudad y haré una vida diferente, sin importar los riesgos que corra. La guerra acaba de terminar, y las personas regresan a sus antiguas y normales vidas, yo haré lo mismo.
Mi madre me dejó aquí para protegerme, no es de extrañar, todos los padres que tenían las posibilidades hicieron exactamente lo mismo. Abandonar a sus hijos en internados alejados de los conflictos, dentro de un bosque o en la montaña, con tal de que estén a salvo. Lo que no se imaginaban era que la guerra entre el legendario gobierno de la nación y los detractores duraría tantos años. Ahora que el gobierno ha vuelto a tener el control total del Gran Continente Americano Unido, todo comienza a estabilizarse. Los internados de protección como el mío comienzan a cerrar y los padres regresan por sus hijos. Pero el nuestro es diferente, durante todo este tiempo estuvieron educándonos del mismo modo que lo harían en una escuela, y no podemos irnos hasta que terminemos nuestros estudios. Algo que no me gusta demasiado. Pude haberme ido si mis padres venían por mí, pero no he visto a mi familia en mucho tiempo, la última vez que mi madre vino a visitarme fue cuando tenía once años, Lily aún seguía aquí y yo aún no pensaba escaparme.
—Alex ya es tarde, pronto comenzara la cena. Debes volver adentro o enviaran a alguien por ti.
Lamento que mis momentos de calma no duren tanto.
—Voy en un minuto Samanta, y por si no te has dado cuenta, eres tú a quien han enviado por mí –la pequeña enviada, Samanta, se marcha dándome a entender que le doy igual yo y mis palabras. Es más malhumorada que yo, y eso es algo difícil de creer. No la culpo vive en el mismo lugar que yo, con las mismas reglas y las mismas personas. Es más complicado ver aquí a una persona feliz.
Me levanto con calma de la fresca hierba del jardín, un gran regalo propio de la estación en la que nos encontramos, y recojo mis cosas. Un par de libros, un trozo de pastel a medio comer cortesía de la señorita Bethany, —quien ya es llamada señora Bethany— mi diario y unos bolígrafos de colores. Entonces regreso al encierro del internado y dejo de fantasear con mi salida de este lugar.
Cada día luego de la cena debo reunirme con mi tutora, la señora Raiza, profesora de literatura y mi proveedora de libros. Es el único adulto del internado con quien puedo hablar y no necesariamente de mis problemas de mala conducta. La rutina es sencilla, ella me ofrece un libro, yo lo leo y luego lo discutimos juntas. Tenemos tres horas cada día, pero la señora Raiza y yo llegamos a un acuerdo: de vez en cuando, ella me permite salir del internado con la condición de que yo regrese a mi habitación a tiempo para la hora de dormir. La señora Raiza tiene mejores asuntos que sentarse en su escritorio a observarme o a decirme como debo comportarme. Pero sé que ella disfruta de nuestros debates sobre libros tanto como yo.
En la cena nos sirven pastel de espárragos y zanahorias, ensalada a elección y de postre tarta de limón y naranja. Los adultos beben vino y brindan por un gran día laboral, mientras yo y el resto de las chicas brindamos —con zumo— que al fin las clases estén terminando.
A las siete de la tarde nos dan permiso para retirarnos, la mayoría de las chicas se van a sus habitaciones, un pequeño grupo al jardín y, el resto se encaminan al lago que está dentro de los límites del internado. Yo debo ir con mi tutora. No es que me moleste, de igual manera saldré, solo que yo puedo salir fuera de los límites del internado y mis compañeras no. Tengo claro que es riesgoso salir sola al exterior, pero este es el más seguro de la región, jamás la guerra ha llegado hasta aquí, y los pocos crímenes que pasan, en mi opinión son ficticios.
La oficina de la señora Raiza está en el ala norte, justo a un lado de la biblioteca, a dos metros de la puerta que nos separa de los dormitorios de los profesores, y su ventana da frente al muro que nos separa del resto del mundo. Tras ese muro hay una carretera, que si la sigues te llevara hasta un pequeño pueblo en medio de la nada.
Es difícil imaginar vivir en un sitio tan pequeño como lo es ese, pero está a solo unos veinte minutos de una gran ciudad, la capital del norte, y todos los adultos tienen sus empleos allí, solo regresan al pueblo cuando su jornada laboral ha terminado. Los niños cursan la escuela primaria en el pueblo, que antes se consideraba un lugar bastante seguro, y luego continuarían sus estudios en la ciudad, o consiguen un trabajo para ayudar con los gastos, como lo es en la mayoría de los casos. En tiempos posteriores a la guerra los recursos escasean para muchos, y los habitantes del pueblo no son la excepción.
Según los contados habitantes, es un buen lugar para relajarse y descansar luego de un agitado día de trabajo, y también lo es para huir de todos los problemas que se presentaban y siguen presentándose en la ciudad debido a la culminada guerra. Yo lo llamo el pueblo del eterno descanso. También es mi lugar de escape, no tengo mucho que ver, pero disfruto de mis ratos allí.
La señora Raiza no hace preguntas, se limita a verme salir por la ventana sin cruzar palabras. Hay una pila de exámenes en su escritorio, no le molestara usar nuestras horas para ocuparse de ellos. Estamos en la última semana de exámenes, la próxima será de organización para la fiesta de despedida de las graduadas y de celebración, por supuesto. Luego los padres o familiares pueden venir a recogernos. Algo que no pasará conmigo, sospecho.
El viento golpea mi rostro y remueve mi cabello, es noche de luna llena. Mi cabello castaño, y toda mi ropa negra fácilmente me ocultan entre la oscuridad y las sombras. Mi piel clara es lo único que podría delatarme en caso de que alguien observara desde alguna ventana y yo estuviera de frente a ella. Pero mientras me escabulla sin hacer ruido y sin mirar atrás, todo saldrá bien. Como el resto de las veces.
Según mi tutora soy la única chica de todo el internado que se sale de noche. Todas están intimidadas por la historia de los secuestros de la zona. La verdad yo creía que solo se tratan de inventos de los profesores y supervisores para que no salgamos sin permiso del internado. Pero resultó que también eran populares en el pueblo. Con la diferencia de que allí tenían la idea de que cada chico entre los 14 y 18 años que desaparecía había sido reclutado para los Laboratorios Centrales. Se supone que allí experimentan con personas o que crean un ejército, o algo similar a eso. Pero nadie sabe dónde están esos laboratorios y nunca han tenido pruebas para demostrar que existen realmente. Para mí, es una leyenda del pueblo, una historia que pasan de generación en generación con la finalidad de asustar y evitar las salidas nocturnas de los adolescentes. Pero a mí no me intimidan, y esas historias no evitan que salga.
La parte más complicada del escape es trepar el muro, pero lo he hecho tantas veces que se exactamente cuál es el lugar más sencillo para hacerlo. Hay un gran roble situado del lado contrario, en la orilla de la carretera, sus ramas cuelgan sobre los terrenos del internado y sus raíces ya sobresalen en la tierra de ambos lados. Es como un foco, me marca el lugar exacto para escalar.
En esta parte del muro —que está hecho de piedras y cemento— hay pequeños agujeros que van ascendiendo hasta la cima, tienen el tamaño suficiente para colocar los pies, también sobresalen algunas piedras que sirven de soporte para las manos. Cual quiera que observara detalladamente podría suponer que alguien lo diseñó con la intensión de crear una salida alterna. Si fue así, le estoy muy agradecida.
Subo lo más rápido que puedo evitando perder el equilibrio o tropezar debido a la poca iluminación. Ya en la cima me detengo un minuto para observar la carretera. No transitan numerosos autos por aquí, pero de vez en cuando tengo la suerte de que algún habitante del pueblo regrese de su trabajo en la ciudad, y si me reconoce o no desconfía, me lleva, evitándome caminar esos trecientos metros de distancia. Esta vez no tendré suerte, principalmente porque ya la mayoría de las personas están cenando con sus familias en casa y, además han aumentado los secuestros en el Eterno Descanso —Es eso, o más chicos no quieren ser encontrados.
Muy pocos se atreverían a detener el auto en el medio de la carretera con la finalidad de ayudar a un adolescente fugitiva – Algunos podrían creer que se trata de una trampa o cualquier idiotez – No es tan grave, es la misma distancia que camino casi a diario.
Me encamino a paso ligero por la orilla del asfalto, aún tengo tiempo suficiente para ir y volver con calma. La carretera está rodeada por ambos lados por árboles, no hay focos de luz, tampoco hay casas ni personas. Si llegase a ver caca de perro en el piso no hay forma de que la vea a tiempo. Por suerte no hay perros, ni ningún animal por aquí cerca. Supongo que perdidos entre las profundidades de los arboles sí, pero jamás he visto ninguno merodear por la carretera.
Hace unos años cuando no estaba en la fase de psicópata y suicida – no es que lo esté ahora, pero claramente lo estuve durante bastante tiempo – después de arriesgarme a escapar por las noches del internado cuando la guerra estaba en su peor momento, pensaba en la posibilidad de ir a la universidad. Quisiera hacerlo en algún momento, ir a estudiar literatura o cualquiera de las carreras que existían antes de la guerra. Pero ahora tengo otras cosas más importantes que hacer antes de preocuparme por tener una vida normal.
Debo concentrarme en recordar direcciones que podrían facilitarme la búsqueda de mi familia. Hasta el momento solo recuerdo una, la casa en la que viví hasta los diez años. No esta tan lejos, en realidad se encuentra en la ciudad – a veinte minutos de aquí en auto – será el primer lugar al que iré el día después de mi graduación.
Aún tengo diecisiete años, pero no hay nadie responsable de mí. Se supone que la directora del internado está a cargo mientras culmine mis estudios, pero luego solo hay vacío, no hay nada definido respecto a mi vida luego de esta, solo sé que estaré sola en muy poco tiempo. Sola en el sentido de no tener nadie orientándome, nadie que me regañe por mis modales en la mesa, mi vocabulario, o como me dirijo a los adultos. Tomaré mis decisiones y viviré con ellas.
A lo lejos comienzo a visualizar pequeños destellos de luz, es obvio que cada vez estoy más cerca del pueblo.El silencio es sepulcral, el ambiente es frio y pesado, y casi puedo palpar la tensión con las yemas de mis dedos. Las casas que muestran señales de vida, son solo un par que están muy juntas, en la parte más alejada de la pequeña población. El único edificio residencial que hay, que es de cuatro plantas, está totalmente sumergido en la oscuridad, tan silencioso y tenebroso que da la impresión de no haber estado habitado nunca. Pero hasta hace tan solo dos días, ese mismo edificio mostraba más vida que la mismísima ciudad de New York antes de la gran guerra. El resto de las casa que están en mi limitado campo de visión, están sumergidas en penumbras.
Compruebo la hora en mi reloj de pulsera. 7:23 pm.
Observo con atención intentando descifrar que ha ocurrido en el eterno descanso. La panadería, el pequeño bar mugriento del callejón, la pequeña casa donde vive el único oficial de policía del pueblo. Todo está oscuro, todo aquello donde siempre hay vida y luz durante todo el día y gran parte de la noche, está muerto. Las pocas farolas que hay en las calles titilan amenazando con contribuir a la oscuridad y sin ellas solo quedaría la luz de luna.
Tengo dos teorías sobre lo ocurrido, la primera es que a lo mejor todos se han coordinado para honrar el nombre que le he puesto al pueblo, y la segunda es que comenzaron a tomar muy enserio eso del descanso del ruido y las luces de la ciudad. Ya sé que las personas vienen a vivir aquí buscando tranquilidad, pero como todo pueblo pequeño, está lleno de rumores, leyendas, y celebraciones ordinarias, que lo dificultan un poco, y aun cuando los habitantes conocen estos detalles, insisten en que les proporciona esa tranquilidad que, hasta el momento yo no creía posible.
Conozco a la mayoría de los habitantes del pueblo como para estar consciente de que algo va mal. Cuando no hay desapariciones inexplicables, siempre, pero siempre hay motivo de celebración y lugar para cotilleo, por lo que tengo entendido en mayor cantidad durante la noche, cuando todos los adultos vuelven del trabajo y los chicos de las escuelas. Y de lo contrario, cuando alguien se esfuma sin razón aparente todos emprenden búsqueda por todos los alrededores, por lo que sigue habiendo movimiento constante de personas.
Decido ir en busca de una explicación, es muy pronto para volver al internado y aunque no lo fuera no puedo irme sin saber que huracán arrasó con toda la vida en el pueblo. Mis pasos resuenan en el pavimento con eco, y mi respiración provoca pequeños remolinos de aire visible. Mientras más me acerco, más impaciente me pongo. Apresuro el paso, provocando más eco y más remolinos de aire. No sé si soy razonable por hacer tan evidente mi presencia, pero algo en mi interior me presiona para que continúe sin importar el ruido que cause.
Los árboles que rodeaban la calle comienzan a ser sustituidos por casas. Pequeñas casas sin jardines, ni porches, ni nada que las diferencie, cada una igual que la anterior. Con paredes blancas, pequeñas ventanas a los lados y una simple puerta de madera de caoba negra. Una junto a la otra. Camino entre ellas mirando hacia las ventanas, pero solo hay oscuridad.
Cada casa está sumergida en un mar de oscuridad y silencio, que proporciona una sensación intimidante. Me acerco a una de ellas, sin tener idea que familia vive aquí solo por la necesidad de saber si hay alguien dentro. Toco la puerta negra y provoca un sonido hueco. Pego mis oídos a la fría superficie de la puerta y espero alguna respuesta del otro lado, pero no la obtengo.
A unas cuantas calles hay un faro de luz prendido que titila amenazando con acabar con la poca luz que queda. Vuelvo a tocar esta vez más fuerte. Nada. Coloco mi mano desnuda sobre la cerradura, esta fría, muy fría pero no aparto la mano. En su lugar forcejeo para tratar de abrirla, pero tiene pasador.
Corro hasta la siguiente casa a mi izquierda, pero ocurre lo mismo, sigo intentando con un par de casas más sin éxito. Todos se tomaron el tiempo para irse sin dejar rastro, pero claro, también tenían que cerrar sus casas por seguridad. Me desplomo al suelo y apoyo mi espalda a la última puerta, intento pensar una explicación razonable, pero simplemente no la hay.
Al otro lado de la calle algo se mueve entre las sombras, una figura que se oculta en un segundo entre las penumbras de las pequeñas casas. Reacciono a tiempo para verla ocultarse, pero demasiado tarde para saber que es.
— ¿Hay alguien ahí? —Espero unos segundos antes de reformular mi pregunta
—Sé que estas hay ¿Quién eres? —Me incorporo de golpe, y miro fijamente la dirección en la que vi la sombra ocultarse.
No obtengo respuesta. En mi interior quiero que se trate solo de un animal doméstico, pero no puedo evitar ponerme alerta. Mi respiración se acelera, mi pulso aumenta con cada segundo que pasa y mi mente maquina mil razones por las que debería correr lejos de aquí, a la seguridad del internado. Pero no es momento de detenerme, no me iré sin una respuesta por más estúpido que sea. Debí ser más silenciosa, fue aún más estúpido ser tan obvia.
Ahora mi paranoia está a tope, con cada paso que doy mi mirada se dirige de un punto a otro sin fiarse de ningún lado. Siento que alguien —o algo— me vigila desde las sombras. No sé exactamente que busco, tal vez llevarme el susto de mi vida, pero mi instinto me anima a continuar caminando en dirección a la sombra.
De nuevo algo se escabulle entre las casas, pero esta vez a mi derecha. Dirijo mí mirada más rápido, y esta vez logro distinguir mayor cantidad de la silueta. Es una persona, toda vestida de negro camuflada para las sombras. Como yo, pero menos torpe y más discreta y sutil. Es el momento de decidir. Si debo correr me alcanzará, si no lo hago me continuará siguiendo escondido igual. Me decido por la tercera opción, ser amable por una vez en mi vida y salvar mi pellejo.
—Ya sé que estás ahí —hablo sin dirigirme a nadie en concreto.
—Sal... Por favor, no te haré daño.
Bien, eso fue estúpido. No soy yo quien se oculta y persigue a alguien, pero esta la pequeña, muy pequeña, posibilidad de que esa persona se oculte porque tenga miedo o este confundido. Tal vez tanto como yo. Me refiero a la confusión, no al miedo, porque me siento más confundida que temerosa ahora mismo.
Avanzo un poco más en silencio y a paso lento, con la esperanza de oír una respuesta o ver a un niño indefenso materializarse fuera de la oscuridad. Sí, porque solo un niño pequeño no sería riesgoso para mí. De lo contrario estoy indefensa y no tengo manera de escapar si corro peligro.
Por favor que sea un niño, por favor...
Miro hacia el cielo. No porque crea que algo bajará y me rescatara, sino porque tengo la costumbre de hacerlo cuando estoy nerviosa, y cuando no sé qué debería hacer.
Sin luces en el pueblo, en el cielo se visualizan una infinidad de estrellas que brillan con intensidad junto a la Luna que esta noche es completamente llena. Hoy el cielo está muy despejado. Me relaja por unos segundos pero no lo suficiente para tomar buenas decisiones.
La carretera en esta dirección comienza a terminar, a unos metros cruza y continúa a la derecha. Si sigo caminando en esa dirección pronto llegare a una plaza. Dudo por unos momentos pero obligo a mis piernas a continuar. Avanzo tan rápido y silenciosa como puedo, ignorando el mal presentimiento que toda esta locura me causa.
Consiente de alguien me sigue, pero con toda la determinación que puedo camino sin parar. La plaza esta iluminada por dos farolas, una en cada lado de las escaleras con forma de arco, que me dan la bienvenida. Los árboles se alzan muchos metros hacia el cielo, pequeñas bancas están distribuidas por el lugar y un suave canto de grillos llega a mi campo auditivo. Como es de esperarse esta tan sola como el resto del lugar.
En algún lugar dentro de la densa oscuridad alguien sigue de cerca mis pasos, es como cuando alguien te mira fijamente mientras vas de espalda, sin ser consiente por qué, solo lo sabes, es algo que sientes, como un cosquilleo que recorre todo tu cuerpo y te obliga mirar atrás. Si pararme a pensar subo las escaleras, paso bajo las farolas y espero, lentamente me pongo de frente para observar todo el perímetro. Estoy a una altura no muy mayor que el resto de la superficie, pero es suficiente para observar desde una perspectiva mejor. Me será más fácil reconocer si alguien se acerca.
Espero por lo que parece una eternidad, pero no son más de unos cuantos minutos. Ahí de pie, bajo los faros de luz, en la cima de la escalera mirando de un lado a otro esperando que algo pase, pero no sucede nada. Pase de sentirme la presa al depredador. Ahora solo siento ira, no soporto la incertidumbre, solo quiero que, sea lo que sea a lo que estoy destinada a vivir aquí suceda de una vez por todas.
Un pinchazo en la parte trasera de mi cuello es la señal de que llego el momento. Volteo lo más rápido que puedo ignorando el dolor y la sensación fría de que algo se extiende por todo mi cuerpo. Con una mano sujeto mi cuello y con la otra araño el aire intentando alcanzar a quien provoco esto. Lo veo a unos metros de mí con un arma apuntándome, pero en lugar de apuntar a mi cabeza o corazón, apunta a una parte media entre estos, ni tan arriba ni tan abajo. Está apuntando a mi cuello, de nuevo.