La noche había caído sobre las ruinas. A pesar de las medidas de seguridad, la sensación de ser observados persistía. Los soldados que custodiaban el campamento hablaban en voz baja alrededor de las fogatas, atentos a cada ruido que rompiera el murmullo constante de la selva.
El capitán Barragán, con su uniforme impecable, recorría el perímetro acompañado de dos de sus mejores hombres. El calor de la noche parecía amplificar los sonidos del entorno: ramas que crujían bajo el peso de animales invisibles y el chillido ocasional de aves nocturnas.
"Capitán", dijo uno de los soldados, apuntando con su linterna hacia una zona oscura. "Algo se movió allá."
Barragán detuvo su paso, alzando una mano para que todos se quedaran en silencio. Con movimientos calculados, desenfundó su arma y caminó hacia la dirección indicada. Las luces de las linternas atravesaron los arbustos, pero no revelaron nada más que vegetación espesa.
"¿Puede haber sido un animal?" preguntó el otro soldado, nervioso.
"No lo sé", respondió Barragán, su voz baja y controlada. "Pero no bajen la guardia. Este lugar no juega con las mismas reglas que conocemos."
Mientras regresaban al campamento, un chillido agudo rompió el silencio. Todos giraron hacia el origen del sonido, y en ese momento, una sombra pasó rápidamente por encima de ellos, bloqueando brevemente la luz de las estrellas.
"¡Contacto visual, al oeste!" gritó uno de los soldados, apuntando su arma hacia el cielo.
La figura era enorme, una criatura alada que se movía con una velocidad imposible. No atacó, pero su mera presencia dejó una sensación de vulnerabilidad entre los hombres.
"¡Alerta a todo el equipo! ¡Quiero patrullas reforzadas y vigilancia aérea ahora mismo!" ordenó Barragán, mientras la criatura desaparecía en la distancia.
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Dentro de la sala de investigación, Diego y Ana Laura trabajaban incansablemente frente al cristal, acompañados por un pequeño grupo de expertos en biología, física y arqueología. El ambiente estaba cargado de concentración, con el zumbido constante de las máquinas portátiles que analizaban cada muestra recolectada.
"¿Qué has descubierto hasta ahora?" preguntó Ana Laura, con los brazos cruzados mientras observaba a Diego.
"Este cristal es fascinante. Parece ser una especie de condensador de información y energía. Pero lo más interesante es esto", dijo Diego, señalando una pantalla donde aparecían patrones de luz.
"¿Qué es?"
"Es un mapa, o al menos eso parece. Estas líneas parecen señalar ubicaciones clave en este mundo, posibles puntos de interés o asentamientos antiguos. Pero aquí..." Apuntó a una sección del mapa que estaba completamente oscura. "...hay un vacío. Como si algo estuviera bloqueando la información."
"¿Qué tan lejos está ese vacío de aquí?"
"Unos cien kilómetros al noreste. Pero no creo que sea prudente explorar hasta que tengamos más información. Podría ser peligroso."
Ana Laura asintió, pero su expresión dejaba entrever que consideraba otra cosa. "Si hay algo que bloquea esta tecnología, es posible que también sea la fuente de los problemas que enfrentamos. Necesitamos saber qué es."
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En la Ciudad de México, los días parecían alargarse para Peña Nieto y su gabinete. Las reuniones se sucedían unas a otras, cada una cargada de decisiones que marcarían el destino del país.
"Señor presidente, tenemos informes de comunidades que están comenzando a organizarse por su cuenta. Algunas están prosperando, pero otras se sienten abandonadas por el gobierno", informó Javier Cruz, con un tono preocupado.
"Eso es inaceptable", dijo Peña Nieto, frotándose las sienes. "Necesitamos establecer un puente de comunicación más efectivo. ¿Qué estamos haciendo para integrar a estas comunidades?"
"Estamos enviando emisarios para establecer contacto, pero el problema es la logística. Sin vehículos suficientes y con las rutas inexploradas, la distribución de recursos es limitada", respondió el secretario de Gobernación.
"Entonces enfoquemos nuestros esfuerzos en fortalecer esas rutas", intervino Ana Laura, que había llegado recientemente desde las ruinas. "Si perdemos el apoyo del pueblo, todo lo demás será en vano. Además, cada comunidad tiene algo que aportar, ya sea conocimiento local, recursos o mano de obra. Aprovechemos eso."
"Y mientras tanto, seguimos enfrentando las amenazas externas", agregó Marroquín. "Si esas criaturas aladas son solo el comienzo, debemos priorizar la defensa."
Peña Nieto tomó aire profundamente. "Organicen un equipo que se encargue exclusivamente de las comunidades, y otro que explore las posibilidades de alianzas o tecnologías defensivas. No podemos permitirnos fallar en ninguno de los frentes."
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En el pequeño pueblo liderado por Juana Hernández, los habitantes trabajaban incansablemente en los campos y en la construcción de barricadas rudimentarias. La sensación de comunidad era fuerte, pero el miedo era palpable.
Una noche, mientras discutían las estrategias de defensa, un joven llegó corriendo desde el borde del bosque. "¡Vienen! ¡Algo se mueve hacia aquí!"
Juana se levantó de inmediato. "Todos a sus posiciones. Que nadie salga de sus casas hasta que sea seguro."
El pueblo se sumió en una tensa espera. Desde las torres de vigilancia improvisadas, los hombres observaron cómo varias figuras emergían de la oscuridad. No eran criaturas aladas como las descritas, sino algo más terrestre, con formas corpulentas y movimientos coordinados.
Cuando las criaturas se acercaron lo suficiente, la luz de las antorchas reveló su aspecto: eran humanoides, pero con rasgos animales, como una fusión grotesca de hombre y bestia.
"¡Abran fuego!" gritó uno de los vigías, mientras las criaturas cargaban hacia las barricadas.
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El ataque a la comunidad, las decisiones en el Palacio Nacional y los secretos del cristal formaban un rompecabezas cada vez más intrincado. Mientras México intentaba adaptarse a este mundo nuevo, las amenazas y las oportunidades parecían crecer exponencialmente.
La pregunta ya no era si podían sobrevivir, sino cómo podrían prosperar sin perder su esencia como nación.