A sus lados se cernía un amplio paraje de aspecto desolado 1por la sequedad de la hierba pardusca, interrumpido en pocas ocasiones por algún matorral rudo y espinoso, aunque de un tono más verdoso. Llegaba por su izquierda a una cordillera grisácea más larga que alta con picos achatados y encanecidos por el tiempo muy a lo lejos y, por la derecha, a un pequeño lago, los vestigios de lo que había sido el gran lago Linaewen de Nevrast, la región helada. Ahora veía reducido su nivel de agua metro y medio debido a las escasas lluvias, al igual que la región había perdido a la mayor parte de la población. Unos pocos fueron a Aman, el Reino Bendecido, y otros decidieron permanecer en la Tierra Media; un número reducido se quedó en el mismo lugar, en un poblado cerca de la fuente. Era ya mediodía, casi cayendo el sol sobre el horizonte y dejando una estela de colores brillantes y cálidos. Cálido, justo lo que Elye llevaba sin sentir durante días, abrumada por el frío de las cadenas del pasado que la cubrían por
completo y que calaba hasta las vértebras mismas. Por si fuera poco, llevaba al hombro un saco oscuro y desvalijado, sujeto con ambas manos y pesado como el acero. El resto de su apariencia era similar, atribulada y desaliñada, aunque llevaba un anillo de mithril en el dedo que no coincidía: lo recibió aquel mismo día que decidió dejar a un lado lo que había vivido y se había encaminado a un nuevo futuro, con esa mirada decidida que aún mantenía en sus ojos. Sin embargo, pensaba en su situación: aún sentía todo el peso de la conciencia por lo vivido y hecho,
la diferencia es que ahora estaba sola, atrás quedaron todos los demás. Por otro lado, temía volver a encontrarse con ellas, por lo que miraba a ambos lados temerosa de
toparse con su mirada…Y ahí estaban. Primero se oyó su risa burlona, aguda y estridente, que provocó un escalofrío en su cuerpo. Después, sus figuras corriendo hacia ella para cazarla aparecieron cada vez más cerca. Eran bestias grandes y
esqueléticas con dientes afilados, especialmente los colmillos sobresalientes, unos ojos saltones y diabólicos que daban a la cabeza un aspecto diabólico y un cuerpo
alargado y ágil con unas patas acabadas en garras oscuras y gruesas capaces de desgarrar un cuerpo en cuestión de un arañazo. Pero lo peor de su figura era su risa, cruel ante sus indefensas víctimas. Aquellas fieras endemoniadas avanzaban a gran velocidad y, tras recomponerse su cuerpo del miedo aterrador a las criaturas, Elye huyó
espantada de ellas. El saco, sin embargo, parecía tirar de ella en sentido contrario, hacia su perdición, pero su esfuerzo no cesó y siguió corriendo tan rápido como pudo; ya casi sentía sus dientes en los tobillos, sus gritos en su nuca y su aliento atestado de carne muerta. Así entró en un pequeño bosque, nada parecido al anterior paraje, nacido seguramente del antiguo caudal del río, y saltó a una de las ramas de los primeros árboles que encontró. Pero era muy baja, por lo que saltó a la siguiente, a cuatro
metros del suelo, donde los colmillos no podían atacarla. Después de varios intentos fallidos de garras arrancando
la corteza del tronco y aullidos feroces, dieron varias vueltas al árbol sin apartar la vista de ella riéndose chillonas y satíricas, como en un ritual; finalmente, se alejaron mostrando sus mandíbulas terribles. Una vez reposando en la rama agotada, Elye pensaba en el fardo
que casi supuso su muerte: "Ojalá pudiera deshacerme de esto de una vez por todas" pensaba mirando el gran saco.
Entonces, rendida, soñó.
Escritor: D.B.