Kharas Nothar miró aterrado lo que Redhand había hecho con el ancestral dominio de los Reyes Duendes de Zul'Moran. No conocía una magia lo suficientemente poderosa como para detenerlo, si el poderoso Zul'Kai apenas había logrado escapar por un portal, tal vez a cuál lugar, el mismo no podría hacer nada contra un ser con tamaña "Fuerza".
-Vine exclusivamente a verte- le dijo el asesino agitando sus manos para quitarse la abundante sangre que goteaba de sus manos.
-yo no ¿…?- el nigromante dudo que decir, no estaba en condiciones favorables, aquel sujeto de cabello blanco y ojos rojos había masacrado miles de duendes por toda la ciudad;- en qué puedo servirle, mi señor- terminó por bajar su mirada al suelo, de rodillas, totalmente sumiso.
Redhand sonrió sádicamente, pero luego transformo aquel rostro en uno lastimero o quizá de alivio, tomo el ataúd que llevaba a su espalda y lo apoyo en el suelo.
-Necesito que revivas a alguien, muy importante- le terminó diciendo, al instante que habría el féretro y Kharas Nothar pudo ver el motivo absoluto de Redhand, era una mujer, una de una especie que nunca había visto, guardaba cierto parecido a una orca, pero no una de Xera, "Una Aparecida" pensó, alguien a que el destino había trasportado a este mundo.
-Mi señor- dijo el mago oscuro; - mi magia…-.
-la usaras se cual sea el costo-.
El nigromante trago saliva, si lo que quería aquel monstruo era revivir aquella mujer por algún interés sentimental, que era lo que trasmitía Redhand con su rostro acongojado, no quedaría contento con su trabajo, sus habilidades eran levantar muertos vivientes, no hacer milagros.
Kharas Nothar rebusco con esmero y desesperación un libro en su bolso, finalmente saco uno con bordes dorados y con tapa de cuero de algún animal que Redhand no pudo reconocer.
Sin decir palabra alguna, pues temía irrisoriamente la letalidad de la furia del asesino, el nigromante ojeo el libro y con una sonrisa de alivio encontró el pasaje que necesitaba con premura.
Dudo un momento, aquel hechizo si era para levantar muertos, pero tal cual había pensado para sí, solo los levantaría, era para crear zombis, requeriría un esmero supremo para reconectar el alma de aquella mujer con su cuerpo.
Pero, Redhand le miró, inquisitivamente, y el temblando de temor, empezó a dibujar los sellos y runas alrededor del cuerpo de Zeraki . que hace unos momentos, por indicación del brujo, había colocado en el suelo.
Tuvo que improvisar, mezclar hechizos e inventar soluciones, nada de lo que había aprendido durante su larga vida le serviría para zafarse de lo que parecía una muerte ineludible.
Comenzó a recitar su conjuro en un idioma inteligible, tan solo comprensible por contados brujos en Xera, Gar'Dal quizá.
Un sifón de energía traspasó fuertemente las ventanas del salón, rompiendo muchas de las que quedaban intactas del combate de Red y Kai.
En tan solo unos instantes todo aquel viento azuloso se metió por la boca de Zera , sacudiendo su cuerpo que pareció convulsionar en un espectáculo de vientos, estruendos y las claves que había dibujado en el piso, que pasaron al igual que aquella misteriosa energía, del azul cielo a una mezcla de verde toxico y rojo sanguinolento.
Redhand rezó, como pocas veces había hecho, después de todo sus acciones habían salvado la estabilidad, a lo poco, de Dios, algo, solo algo de gratitud pedía para poder tener a su querida Zeraki con él nuevamente.
Kharas Nothar cesó su canto, y todo aquel espectáculo de tétrica magia se detuvo. Hasta el último esbozo de aire se adentró en el cuerpo de la orca. Un tenso silencio inundo la sala. ¿Había fallado?
¡No!
Zeraki abrió sus ojos verdes, pero estos se tornaron azules, luminosos, gélidos.
Redhand se movió rápidamente hasta su amada y estrechando su rostro con las manos pidió a todo cuanto existía que hubiera funcionado.
-Red- suspiró Zera, agotada, pero con la fuerza suficiente para abrazar a su querido humano y juntar sus labios en los de él, un beso, largo e inocente.
Kharas pensó por un momento que lo había logrado, que se había salvado de la muerte. Entonces todo se le derrumbó.
-Red- gimoteó la orca;- no siento nada, solo siento frio-.
Frio era lo que menos había en aquel salón, se caía a pedazos, el smog caliente entraba por las ventanas y media ciudad ardía ante la ira del Soñador Oscuro.