"Marcada por un destino que nunca pidió, la venganza será la única salida para su dolor".
Su corazón retumbaba en sus oídos, casi tan fuerte como la furia y el sufrimiento creciente en su interior. Temblando con la respiración entrecortada, apenas podía mantenerse en pie; la sangre caía a un ritmo constante, llenando el pasto del espeso líquido. Todas sus heridas habían sido infringidas por la espada sagrada del caballero dorado frente a ella, su antes atesorado hermano, aquel por el que estuvo dispuesta a dar la vida, que ahora la amenazaba junto con los suyos, sin dudar ni un poco.
A diferencia de ella, él parecía no tener ni un rasguño, aunque también se veía cansado tras el combate. Tomaba firmemente su arma con ambas manos, mirándola con un odio irreparable directamente a sus ojos verde esmeralda, apuntando a su corazón, tal y como hacía con los demonios y monstruos contra los que luchaba para proteger el Imperio de Auria.
El dichoso héroe luchaba contra la supuesta maldad que acabaría con la humanidad, pero nadie sabía realmente la verdad oculta tras las acciones de la bruja, una verdad que podía verse a simple vista, dibujada en las viejas cicatrices que envolvían su antes delicado cuerpo de porcelana, pues desde su nacimiento había sido marcada por La Reina de la Noche, y después por el miedo e ignorancia de su misma gente.
El ojo izquierdo de la joven albina estaba cubierto del espeso carmesí que rodaba sobre su rostro hasta el suelo. Las noches sin dormir le estaban pasando factura, por lo que su vista era cada vez más borrosa, su olfato se agudizó, sentía como el olor a hierro y pólvora quemaba sus pulmones. El calor provocado por el fuego mágico de sus alrededores consumía todo. Los días de ayuno y el uso excesivo de su magia, junto a los cuerpos inertes de ambos bandos, provocaron que su cabeza diera vuelcos, aferrándose a su propia voluntad para no caer de rodillas.
—¡¿Por qué?! ¡¡¿Por qué, Selen?!! —rugió con todas sus entrañas el guerrero del Sol, desgarrando su garganta, intentando que sus sentimientos llegaran a su querida hermana, la desesperación por no haber podido ayudarla, la frustración de no querer herirla y la decepción por los actos que cometió. —¿Por qué hiciste todo esto? ¡Hay que detener todo esto! ¡Todavía hay vuelta atrás!
Las lágrimas cayeron en la piel morena del joven junto a su voz quebrada, la bruja, sin bajar la guardia, se limpió la sangre del rostro, quitando los mechones blancos desordenados por el combate. Ella lo miró incrédula, exhalando con algo de fastidio y soltando una pequeña risa sarcástica al darse cuenta de lo ingenuo que todavía era: una vida sin preocupaciones, pero aun así, que incluso él pudiera decir esas palabras tan a la ligera le molestaba.
—Jajaja… es algo patético que sigan creyendo que son las únicas víctimas de esta guerra maldita. —Abrió una pócima de recuperación y la bebió de un sorbo, limpiando la gota del brebaje que rodó de sus labios. —¡Ustedes fueron quienes iniciaron todo!
—Es cierto que nosotros… —Su lengua se enredó un momento por la culpa al recordar el pecado que los suyos cometieron meses atrás. —Comenzamos ese malentendido, pero…
—¡¿Malentendido?! —Abrió los ojos como platos, sintiendo como la rabia hervía su sangre. —¡Les abrimos las puertas, les dimos nuestra amistad! ¡Todo lo que querían! Pero no fue suficiente, él solo quería un futuro en el que humanos y seres mágicos pudiéramos vivir en armonía, pero nos traicionaron de la peor manera. ¡¿Y tú qué hiciste?!… No hiciste nada.
—…Lo sé —sin poder mirarla a la cara, tal y como hacía cuando eran niños y el pequeño de cabellos como el oro evitaba ver su rostro, intentando esconder su vergüenza— y de verdad lamento lo que pasó… ¡Pero eso no justifica lo que hiciste!
Empuñando el arma sagrada incluso más firme que antes, sacudió los recuerdos de su mente y observó directamente a su antigua compañera, dejando salir su aura. Selene sintió la abrumadora presencia de su hermano pequeño. Le hacía justicia al apellido Zaratustra sin lugar a dudas, y sus ojos del color de la madera, igual al roble en el que trepaban y jugaban por horas cuando eran niños, comenzaron a tornarse de un intenso color sangre.
Por un momento, la piel blanca de la villana se estremeció. Sus instintos le decían que corriera, pues no podría vencerlo, pero no por el poder que este poseyera, ya que la fuerza de ambos era casi idéntica; incluso ella ganaba si nos referimos a la magia.
Pero titubeo, porque sabía la verdad detrás de ese cambio en los ojos de Elios, estos solo se tornaban rojos cuando la tristeza y el dolor que se encontraban en su corazón eran tan intensos y contradictorios a su actuar. En el fondo, él sabía que lo que hacía era incorrecto, lo que decía, si bien no estaba equivocado, no era del todo correcto, le faltaba una parte de la verdad. Solamente quería que las cosas fuesen diferentes, al igual que ella.
—Eso… tampoco… —Aun vacilante, ella ajustó su coraza y se preparó para la batalla. —¡Eso tampoco justifica lo que ustedes hicieron!
Elios recibió todo el impacto de Selene, resistiendo con todas sus fuerzas el ataque con sus tornadizos mágicos, los cuales tenían forma de dagas en ese instante, transformándose rápidamente en garras filosas de acero, lastimando el hermoso rostro de su consanguíneo, el cual se vio obligado a retroceder.
La joven de los cabellos de plata tomó su distancia y volvió a transformar su arma mágica, ahora en Kunais, lanzándolos al héroe, quien logró evitarlos gracias a su hechizo de escudo. Sin perder el tiempo, el arma se transformó en Boomerangs regresando a su dueña, para volverse en espadas Sai cuando los tomó en sus manos, para continuar con su pelea.
Elios lanzaba encantamientos de alta potencia y repelía los ataques de Selene, los cuales, aunque no tenían tanta potencia destructiva, eran certeros y todos daban a su objetivo, lo que hacía que se debilitará, ya que a diferencia de su hermana, no podía moverse tan diestramente, además de que solamente uno de cinco de sus ataques daban en el blanco.
Este enfrentamiento parecía más bien una danza salida de los mismos infiernos orquestada por un ángel y un demonio que un combate entre dos seres humanos; era algo fuera de los límites posibles del cuerpo de un ser vivo. Por un segundo el rubio dio un paso en falso, aprovechado por Selene.
El tiempo para Elios se detuvo cuando se encontraron cara a cara. Selene miró a los ojos de su hermanito; no había pizca de compasión como cuando inició el conflicto. Sin piedad, atravesaría su carne con el tornadizo en forma de lanza para acabar con su vida. Elios se dio cuenta de que no había marcha atrás con ella y vio su vida pasar frente a él, pero la bruja retrocedió repentinamente, apenas logrando esquivar un hechizo lanzado desde su punto ciego.
—Un maldito hechizo de agua. —Enojada, Selene se elevó por el aire, activando su magia de observación, mientras que su arma se convertía en su forma original, unos brazaletes plateados en sus antebrazos—. Esa mocosa interfiriendo otra vez…
Una enorme esfera de agua protegía al héroe mientras era curado por esa joven de cabellos oscuros. Había logrado lastimarlo, pero no lo suficiente para matarlo, se sintió aliviada y quería que lo sanarán, realmente odiaba la idea de tener que matarlo.
—"¿Cómo es que llegamos a esto mi pequeño hermano Elios?"—Se preguntaba desde lo alto, viendo como las llamas incrementaban junto con el caos de la Guerra.