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Chapter 2 - Capítulo 1

El mercado estaba repleto de vida esa mañana. Voces de vendedores, compradores y niños corrían como el viento, y el aroma a pan recién horneado y a especias llenaba el aire. Las mujeres hablaban de las últimas novedades, los pescaderos ofrecían su mercancía con un entusiasmo vibrante, y el hombre que vendía periódicos pregonaba a viva voz las noticias del día.

"¡Otro barco desaparecido en el Canal! ¡Dicen que son las tormentas, otros hablan de algo peor!"

Me detuve un instante, observando el periódico entre las manos del vendedor. La tinta fresca resaltaba los titulares sobre desapariciones misteriosas y las tormentas que asolaban las rutas marítimas. Algo se removió en mi interior, una extraña mezcla de inquietud y nostalgia. Los barcos siempre me recordaban a él, a papá. Había sido marinero casi toda su vida, y su partida, hace cuatro años, había dejado un hueco que no se podía llenar.

Mi padre siempre había sido una figura sólida, como una brújula en medio de la tormenta. Me llevaba a los muelles cuando era pequeña, mostrándome cómo los barcos se preparaban para el mar, sus ojos brillando de orgullo mientras me hablaba de sus travesías. Los días en que él regresaba siempre eran los más felices en casa, un respiro para mamá, quien parecía renacer al verlo. Pero desde que él se fue, su salud mental había comenzado a desmoronarse rápidamente.

Papá siempre había sido el ancla que mantenía su mente en tierra firme. Él era el único que lograba calmar sus episodios, esa oscuridad que a veces parecía consumirla. Cuando murió, no fue sólo el luto lo que se instaló en nuestra casa, sino también un eco de la locura que mamá siempre había intentado esconder. Los doctores dijeron que el trauma había hecho aflorar su esquizofrenia, y desde entonces, los límites entre sus fantasías y la realidad se volvieron cada vez más borrosos.

Algunos días la encontraba en la sala, hablando en susurros, como si alguien la escuchara desde un lugar lejano. Decía que ellos venían a buscarla, que el País de las Maravillas no la dejaría en paz. Su voz temblaba y, en ocasiones, su mirada se perdía como si reviviera algo terrible. Yo intentaba calmarla, pero era como si, con cada año que pasaba, mamá se hundiera un poco más en ese mundo extraño del que nunca escapó por completo.

El vendedor de periódicos notó mi distracción y me miró curioso.

—¿Le interesa un ejemplar, señorita? Hoy traen toda la información sobre esos barcos desaparecidos. Dicen que hay algo… raro en el mar últimamente —dijo en tono conspirativo.

Negué con la cabeza, agradeciendo con una sonrisa forzada. Mientras seguía caminando, miré hacia el puerto, donde los grandes barcos de carga se mecían suavemente. Las olas chocaban contra los cascos de madera, produciendo un murmullo constante que tenía algo de hipnótico, casi como un susurro.

No pude evitar recordar la última noche que pasamos juntos antes de que papá zarpara por última vez. "Cuida a tu madre, Alys", había dicho, en ese tono firme pero afectuoso que siempre usaba conmigo. "Es un alma fuerte, pero frágil al mismo tiempo. Tú eres su fortaleza ahora".

Pero, ¿cómo podía serlo realmente? Las historias de mamá habían dejado de ser cuentos de hadas, convirtiéndose en murmullos de algo más oscuro. Y yo, apenas una joven de diecinueve años, me encontraba intentando mantener a flote una vida que no parecía ser completamente mía.

Mis pensamientos se interrumpieron cuando noté una anciana en una tienda cercana, una figura encorvada que me recordaba a mamá. Llevaba el mismo chal descolorido y el mismo gesto de quien carga demasiado en la mente. La visión me llenó de una inquietud pesada, como si me recordara que, al final, quizás no podría escapar de esa herencia.

—¿Señorita Alys?

Me giré, sorprendida, y me encontré con unos ojos verdes, profundos y atentos, que me miraban con una mezcla de cortesía y preocupación. Era Edward, el nuevo doctor de mamá. Hacía poco que había tomado el lugar de su padre, quien había cuidado de ella durante años hasta que la edad y el cansancio lo llevaron a retirarse. Aunque había visto a Edward en algunas visitas a casa, era extraño verlo allí, en medio del mercado, con su ropa algo arrugada y su expresión tranquila, que casi parecía fuera de lugar en el bullicio que nos rodeaba.

—Edward —respondí, asintiendo como saludo, intentando ocultar mi sorpresa—. No esperaba verte aquí.

Él sonrió levemente, como si entendiera mi reacción, y asintió.

—Venía a comprar unas hierbas para mi padre, pero cuando te vi, pensé que sería una buena ocasión para preguntar… ¿cómo está tu madre?

Su tono era educado, pero había una calidez genuina en su voz que me desconcertó. Durante sus primeras visitas, su mirada se llenaba de una especie de tristeza velada al observar a mamá, como si comprendiera más de lo que decía sobre su estado. Me resultaba difícil aceptar que alguien tan joven como él —probablemente no mucho mayor que yo— llevara sobre los hombros la responsabilidad de comprender la mente rota de mamá.

Miré hacia otro lado, observando las barcas en el puerto, buscando las palabras adecuadas. No quería hablar de ello en público, pero Edward parecía esperar con paciencia, sin presionarme. Al final, las palabras escaparon antes de que pudiera pensarlo demasiado.

—Como siempre —dije, en voz baja—. Deslizándose cada día un poco más hacia la locura.

Sentí un escalofrío recorrerme al escuchar mi propia voz. La palabra "locura" me golpeó con una intensidad inesperada, como si, al pronunciarla, invocara algún tipo de destino oscuro que yo temía pero no podía evitar. Porque, aunque intentara no pensarlo, la verdad era que, cada vez que veía a mamá, no podía evitar preguntarme si, en algún momento, ese mismo destino me alcanzaría a mí también.

Edward asintió, pero sus ojos no se apartaron de los míos. Parecía captar lo que no estaba diciendo, como si leyera el miedo que escondía detrás de mi rostro impasible.

—Lo lamento, Alys —murmuró con voz suave—. Sé que debe ser difícil verla así.

—Más de lo que imaginas —respondí, intentando que mi voz sonara firme, aunque el peso de la realidad parecía apretarme el pecho—. A veces pienso que... no sé si alguna vez podrá salir de ese mundo en el que se encierra.

Edward bajó la mirada, como si considerara sus palabras con cuidado.

—Cuando mi padre me habló de ella, antes de dejarme al cuidado de su tratamiento, me dijo que algunos recuerdos... algunas experiencias pueden atrapar la mente. Y para algunos, esos recuerdos son más fuertes que cualquier realidad que podamos ofrecerles.

La forma en que lo dijo, con una mezcla de profesionalismo y compasión, me hizo sentir un poco menos sola. Pero el temor seguía ahí, latente, y se apoderaba de mí en los momentos más inesperados, como ahora, bajo la luz del mercado, rodeada de personas que seguían con sus vidas sin entender el abismo que mamá y yo compartíamos.

—¿Alguna vez te ha contado algo sobre el... País de las Maravillas? —preguntó Edward, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escuchar.

Su mención me hizo estremecerme. Ese lugar… Ese nombre que mamá susurraba, a veces como si fuera un recuerdo precioso, otras veces como si fuera una pesadilla de la que no podía escapar.

—Sí —admití, tratando de mantener la calma—. Aunque, para ser honesta, la mitad de las veces no sé si es un recuerdo real o una alucinación de su mente.

Edward asintió, comprensivo, y una pequeña sonrisa triste se dibujó en su rostro.

—Tal vez sea una mezcla de ambos. La mente a veces intenta protegernos, incluso si eso significa construir mundos a los que solo ella puede acceder.

Me quedé en silencio, dejando que sus palabras se asentaran. Por un momento, quise preguntarle si él creía que la locura de mamá podría ser hereditaria, si pensaba que algún día yo también podría quedar atrapada en un mundo que sólo existiera en mi mente. Pero no tuve el valor.

Edward pareció notar la tensión en mi rostro y colocó una mano sobre mi hombro, en un gesto cálido que casi me tomó por sorpresa.

—Si alguna vez necesitas hablar o… cualquier cosa, sabes dónde encontrarme —dijo, con una amabilidad que me resultaba desconcertante y reconfortante a la vez.

Asentí, agradecida aunque sin palabras, y lo vi alejarse entre la multitud, con su andar sereno y su figura cada vez más borrosa entre el bullicio del mercado.